Amid Achi: el marino mercante que quería volver a tierra

El presidente del Grupo Número 1 estudió para abogado, médico y piloto naval, pero su capacidad de trabajo y el talento innato para el negocio le permitieron levantar un imperio: tiene 1.500 empleados, 15 centros comerciales y nueve marcas franquiciadas

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Amid Achi por Farruqo.
Amid Achi por Farruqo.

Finales de la década de los 70 —del siglo pasado—. El Mencey, un pequeño petrolero de poco más de cien metros de eslora, regresa de El Aaiún con buena parte de sus tripas vacías tras descargar todo el combustible refinado en la ciudad saharaui. A bordo viaja, como marino mercante en prácticas, Amid Achi Fadul (Dahr Safra; 1948), un joven sirio que había llegado a Canarias unos años antes, en 1969,  junto a dos amigos para estudiar Medicina en La Laguna tras abandonar la facultad de Derecho en la Universidad de Damasco. Alcanzar Estados Unidos y ejercer como doctor en Nueva York era el sueño (americano) de aquel joven; la vida, sin embargo, a veces dispone otros mandatos. Un día, tras comprender que no se ganaría la vida en el sector sanitario, encaró el camino hacia la Escuela Náutica para convertirse en piloto naval, compromiso con el que sí cumplió. Pero en los planes que cargaba en su mochila no había hueco para el océano, con sus tempestades y mares embravecidos. Al atracar aquel barco en Santa Cruz de Tenerife, procedente de la costa del continente africano, la ciudad ardía en ganas de fiesta: era noche de Carnaval. Amid Achid, al desembarcar, decide su destino: ya sólo es un hombre que quiere volver a tierra.

Sin licenciatura para ejercer como abogado, sin título de médico para montar un despacho propio en Nueva York y sin intención de volver a enrolarse en un barco para trabajar como marino mercante, Amid Achi sólo tenía una buena idea en un bolsillo, una corazonada en otro y un talento innato para el negocio. En 1978 se hizo con un local en Tomé Cano —frente a la parada de una nueva línea de guaguas porque “los clientes paran y compran”, expuso— y negoció con un amigo, que respondía al nombre de Yusef, para vender toda la mercancía de temporadas anteriores que el minorista árabe tenía en sus tiendas —el cálculo inicial es que había material para cinco años—. Ambos establecieron un acuerdo por el que el proveedor se llevaba un 60% del precio de venta y del resto se descontaban los gastos y se repartía lo demás a partes iguales. En dos meses, bajo la una fórmula que tasaba todas las prendas a menos de 1.000 pesetas —seis euros—, vendió toda la ropa. Nacía así, inspirado en el number one americano y con un logotipo en el que la cifra que expresa la unidad contenía los colores blanco, azul y amarillo de la bandera canaria, Almacenes Número1.

500 vestidos de novia

Ese éxito comercial no fue casual. Con todo vendido, Yusef envió unos 500 vestidos de novia de temporadas anteriores. Achi llenó el escaparate con ese producto y los puso todos al mismo precio, al máximo que se podía fijar en su tienda: 998 pesetas. En 15 días no quedaba ninguno. Se los llevaron jóvenes con planes de boda, madres de hijas que aún no tenían previsto casarse y hasta una mujer que regentaba una tienda de trajes de novia de alquiler en el Puerto de la Cruz compró 80.  “¿El secreto? Ponía precios baratos, no abusaba mucho y cargaba poquito el margen”, admitía años después el empresario sirio. 

Amid Achi, en una imagen de archivo. / RAMÓN DE LA ROCHA-EFE
Amid Achi, en una imagen de archivo. / RAMÓN DE LA ROCHA-EFE

Seis años después, en 1985, la semilla plantada en la tienda en Tomé Cano se convirtió en un imperio con 200 locales repartidos por Tenerife. ¿La fórmula? Una red de franquicias por toda la isla en la que Amid Achi encontró como socios a muchos de sus jefes y compañeros en el mar que, al comprobar el éxito de su antiguo camarada en el océano y con ganas de pasar la vida en tierra junto a sus familias, se subieron a una ola que pregonaba el lema publicitario "como el Número1 no hay ninguno". El modelo era sencillo: ellos ponían el comercio —con un montaje sencillo— y el empresario sirio ponía la mercancía. Se determinaron con claridad los porcentajes destinados a cubrir costes y el reparto de beneficios. La maquinaria, en poco tiempo, encajó a la perfección a partir de tres factores determinantes: mano de obra propia, dinero propio —y no del banco— y local propio o alquilado a un precio muy barato. “Si cumples los tres, el éxito está garantizado. Si sólo cumples uno, lo que está garantizado es el fracaso”. Palabra de Amid Achi.

Lois y Gomelsky

Almacenes Número 1 se convirtió, en la década de los 80, en una marca distintiva de Canarias. En España, entonces, había pocos comerciantes como Amid Achi. Para muchos, era el mejor comprador; para otros, no había vendedor como él. En pleno furor juvenil por los pantalones vaqueros de marca, el empresario sirio se plantó un día en Valencia y negoció con Manolo Sáinz Merino la adquisición de casi un millón de piezas de Lois. El trato entre empresarios se cerró con el pago de 200 pesetas por prenda; la oferta en la tienda de Tenerife era que si el cliente compraba uno —al precio de 998 pesetas—, se llevaba dos más gratis. La gente no cabía en la tienda y todo el mundo salía contento con el negocio..

La empresa iba tan bien que, a finales de los años 80, Amid Achi emprendió su primera aventura dentro del deporte. Futbolero apasionado y aficionado fiel del Club Deportivo Tenerife, en 1988 sin embargo se convirtió en el patrocinador principal del Tenerife Amigos del Baloncesto, equipo que militaba en la Liga ACB —y que esa temporada coincidió en la principal competición nacional con otros dos conjuntos canarios, el CajaCanarias y el CB Gran Canaria—. La apuesta, con el dinero del empresario sirio como respaldo, fue a lo grande. Para el banquillo contrataron a Alexander Gomelski —mítico entrenador del CSKA de Moscú y que ese verano había ganado la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Seúl con la selección de la URSS— y en la plantilla destacaron jugadores como Lemone Lampley, José Manuel Beirán o Pedro Ramos. Aquel experimento no acabó muy bien, pero el interés del empresario sirio por el deporte no quedó ahí: con los años se convirtió en el accionista principal del CD Tenerife.

Amid Achi, en el Heliodoro Rodríguez López. | @JACFOTOGRAFO
Amid Achi, en el Heliodoro Rodríguez López. | @JACFOTOGRAFO

De franquiciador a franquiciado

Hábil en el arte del comercio, Achi también estuvo astuto al anticiparse el cambio de modelo en los hábitos de consumo de la gente. Vio la llegada de las grandes superficies, la implantación de grandes marcas internacionales o fabricantes chinos a lomos de la globalización y comenzó a trazar un repliegue —con el cierre progresivo de las tiendas Número1 (sólo queda la original y otra en Icod de los Vinos)— para mutar: de franquiciador pasó a franquiciado. Así, se alió con Juan Roig para poner en marcha los primeros diez Mercadona en Canarias y se asoció con Amancio Ortega para gestionar las tiendas de Stradivarius en el Archipiélago. Por el camino, además, logró abrir locales de marcas como Levi’s, Guess, Timberland, Vans o Eureka Kids. Con el cambio, con sus hijas Rosset y María ya en el primer escalafón de la compañía, no le ha ido nada mal: aquel marino mercante que quería volver a tierra da trabajo a 1.500 empleados, gestiona 21 centros comerciales, cuenta con nueve marcas franquiciadas, otras cinco a partir de alianzas comerciales y es socio de Inditex en países de África como Senegal, Mauritania, Gambia, Camerún o Costa de Marfil.

Lejos del mar embravecido, a Amid Achi la vida también le ha obligado a encarar tempestades en tierra. Ciudadano de un país roto por la guerra civil, todos su familiares directos —a excepción de su padre, ya fallecido, y un hermano que gestiona sus negocios en África— viven en Tenerife, una isla donde murió su hijo Antoine antes de cumplir los cinco años. El empresario, cuando no está de viaje, lo visita en el cementerio todos los domingos. Allí encuentra fuerza e inspiración una persona que se ve como un hombre de negocios, pero por encima de todo como un empresario que crea empleo.