Consultor internacional y formador especializado en China, Julio Ceballos Rodríguez lleva más de 16 años trabajando con empresas en el gigante asiático. Autor de El calibrador de estrellas, ha participado en el Foro Canarias celebrado en el hotel Santa Catalina de Las Palmas de Gran Canaria, donde presentó su libro y compartió su visión sobre el papel de China en el nuevo orden global. En esta entrevista analiza la guerra arancelaria, la diplomacia comercial y la importancia estratégica del archipiélago para Pekín.
[Pregunta] Usted habla de la guerra arancelaria como uno de los grandes conflictos internacionales de nuestro tiempo. ¿Cómo describiría el estado actual de esta disputa y qué consecuencias tiene para Europa y España?
[Respuesta] La economía y la historia nos demuestran que las naciones que se encierran en sí mismas —y un arancel es una forma de hacerlo— terminan empobreciéndose. No debería sorprendernos que Estados Unidos, adalid del libre comercio durante décadas, haya lanzado una guerra arancelaria. En realidad, esta herramienta está en su Constitución como parte de la política exterior. Lo que sorprende es que un país con el capitalismo en su ADN levante ahora barreras. China, en cambio, ha sido el único país que le ha plantado cara a Donald Trump, soportando aranceles que llegaron al 125 % y que se han quedado en un 10 %. Ese coste lo pagan los consumidores estadounidenses, sobre todo los de menor capacidad adquisitiva. Europa, mientras tanto, se enfrenta a una encrucijada: decidir si quiere ser delegación de EE. UU. o colonia tecnológica de China, porque hoy no existe una verdadera unión europea y dependemos tanto de la logística china como de la energía rusa y de la seguridad militar de EE. UU.
A diferencia de los antiguos imperios, China parece expandir su influencia con acuerdos comerciales más que con poder militar. ¿Diría que la diplomacia económica es hoy su principal arma de poder blando?
R. Sí, lo es desde hace 40 años y lo seguirá siendo en los próximos 40. China tiene una fecha en mente: 1 de octubre de 2049, el centenario de la República Popular, para entonces quiere ser la nación más próspera y poderosa del mundo. Para lograrlo necesita seguir creciendo y exportando, y lo último que le conviene son guerras. Por eso se rearma para disuadir, pero no para desatar conflictos. Entendieron hace medio siglo que hacerse imprescindibles para el mundo era su mejor chaleco antibalas.
Xi Jinping ha hecho escala en Canarias en tres ocasiones en los últimos años. ¿Qué interés estratégico puede tener China en el archipiélago?
R. Los chinos no dan puntada sin hilo. Xi ha ido tres veces a Canarias y solo una a capitales como Londres, Madrid o París. Más allá de la conveniencia logística, las islas son un nodo geoestratégico entre África, la UE y Latinoamérica. Pekín necesita asegurar sus líneas de transporte y ve en Canarias un punto clave. Además, en Las Palmas está la delegación de la China National Fisheries Corporation, el mayor operador pesquero del mundo, y las condiciones fiscales de la ZEC convierten a Canarias en un lugar idóneo para proyectar poder económico. No vienen de forma anecdótica.
En África, especialmente en el Sahel, China y Rusia han aumentado mucho su presencia. ¿Qué diferencias ve en la manera en que ejercen su influencia?
R. La UE da más ayuda al desarrollo que China o Rusia, pero lo comunica fatal. China, en cambio, es ya el principal socio comercial e inversor en África, construyendo infraestructuras que quedarán por siglos. Se entiende mejor con el sur global porque hasta hace poco era un país pobre y comparte ese lenguaje. Rusia es otra historia: en términos económicos pesa poco más que Italia, pero logra influencia política y militar sorprendente en África. Europa debería invertir más en África y en Latinoamérica porque de la estabilidad del Sahel depende en buena parte nuestra propia estabilidad.
Algunos analistas creen que Europa y Estados Unidos están perdiendo peso en África frente a estas potencias. ¿Comparte ese diagnóstico?
R. Sí, sin duda. EE. UU. ha decidido dejar de ser el sheriff global. Trump incluso cerró la agencia USAID, lo que provocará miles de muertes y dejará un espacio que ocupará China. La UE tiene la oportunidad de equilibrar la balanza, pero necesita reaccionar.
¿Qué legado ha dejado la política America First de Donald Trump y qué influencia mantiene en la actualidad?
R. Es pronto para hablar de legado porque aún le quedan cuatro años de mandato y puede pasar de todo. Trump aplica a la política la lógica de un promotor inmobiliario del Bronx, pero el mundo no es el Bronx. Su enfoque transaccional no explica el liderazgo estadounidense, que se ha basado en la diversidad, la tecnología, la capacidad militar y las alianzas. Trump está rompiendo esas alianzas y eso es peligroso. Si EE. UU. deja de liderar, el liderazgo occidental tiene los días contados.
¿Diría que Trump abrió la puerta a un nacionalismo económico replicado por otros líderes?
R. En parte sí, pero Trump es tan volátil e impredecible que resulta difícil saber qué está haciendo realmente. A veces parece que ni él mismo lo sabe. Ojalá su huella se limite al nacionalismo económico, pero me temo que puede ser más traumática para la primera democracia del mundo.
En El calibrador de estrellas usted plantea la importancia de comprender cómo funciona China para hacer negocios. ¿Cómo se aplica este enfoque en el contexto actual?
R. Sin China no se puede comprender el mundo. La guerra arancelaria es solo un síntoma. Lo que está en disputa es el orden mundial basado en reglas occidentales. Las potencias emergentes reclaman su sitio porque ya tienen el peso demográfico, geopolítico, tecnológico y militar para exigirlo. La cuestión es cómo hacerles hueco, cómo convivir pacíficamente mientras competimos con ellas. Los aranceles son solo un resultado colateral. El reto de nuestro tiempo es mantener un orden estable donde potencias con valores distintos puedan desarrollarse sin que el sistema colapse.
