El abrazo de Néstor

Cada ciudad tiene unas esculturas para los abrazos y las fotografías

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Unos turistas junto a la escultura de Néstor Álamo en Vegueta
Unos turistas junto a la escultura de Néstor Álamo en Vegueta

Cada ciudad tiene unas esculturas para los abrazos y las fotografías, imágenes ante las que los turistas se detienen a poner caras graciosas o a eternizarse echando su brazo sobre el hombro de quien casi nunca conoce. En Las Palmas de Gran Canaria sucede con la escultura de Néstor Álamo que está junto a la Casa de Colón, a escasos metros de la fachada de la casa colombina, que diseñó Néstor, ante la que también se retratan cientos de turistas cada día creyendo que esa iconográfica recreación simboliza la estética ornamental de la isla.

Muchas veces me dan ganas de pararme entre la cola de turistas que esperan para sacarse la foto con Néstor o lo imagino a él, sarcástico o iracundo, con ganas de decirles quién era, uno de los grandes que ha vivido en esta isla, un hombre renacentista que investigó como pocos el pasado y le puso música a todos nuestros tiempos. Vi pasear a Néstor muchas veces por esas calles. Mi abuelo materno y él eran grandes amigos y primos hermanos, pero nunca lo paré para presentarme. Lo veía llegar a su casa de la calle San Marcos o caminar despacio hacia el anticuario de La Peregrina. Lo recuerdo también cada vez que paso al lado de las palmeras que están en la plaza de Las Ranas, justo al lado de la calle Remedios. Recuerdo cuando se sentó delante de esas palmeras y juró no levantarse hasta evitar uno de los tantos arboricidios que sufre esta ciudad sistemáticamente, como si esta ciudad tuviera un mal fario con el verde y la sombra de los árboles. Néstor se puso delante de las máquinas y de los obreros y sólo se levantó cuando las palmeras ya estaban salvadas. Esos son los pequeños gestos que definen a los grandes personajes, lo que consigue que no todo lo arrase la barbarie, la piqueta y esa especulación que nunca de detiene aunque nos vendan capitalidades europeas, declaraciones mundiales de no sé qué organismos que salvarán nuestras fachadas o programas ringorrangos que siempre quedan en nada. 

Las fachadas siguen cayendo, talan los árboles y se levantan aberraciones urbanísticas en cualquier calle. Nadie se retrata luego ante esos adefesios. Sí buscan la arena de las playas, las calles recoletas, la esencia de los barrios como San Cristóbal o La Isleta o esas esculturas que, de vez en cuando, les saludan por las calles. También están los perros de Santa Ana, abrazados por todos los que fuimos niños en Gran Canaria; pero creo que es esa recreación escultórica de Néstor la que más retratan juntando lo humano con lo mineral o lo pétreo, como si todo el mundo quisiera tener algo con Néstor, como si siguiera paseando serenamente por Vegueta.

Todos nos hemos retratado alguna vez con esculturas que no conocíamos, pero casi siempre cuando fuimos jóvenes y graciosos en los viajes de fin de curso o en alguna boutade después de las primeras cuatro copas de alguna madrugada. Aquí no, aquí los veo a todas horas deteniéndose, sentándose en la silla de bronce o abrazando a Néstor como si se fuera a caer al suelo en cualquier momento. No sé qué les contarán en las guías. A lo mejor resulta que nuestro prócer es un talismán mediático y no nos hemos enterado sus paisanos. Lo miran, se ríen, se sacan las fotos y se lo llevan puesto para cualquier país lejano. Alguna vez, los gamberros le han partido el bastón. De estar vivo Néstor, esos gamberros se hubieran llevado un par de buenos palos. Todos dicen que tenía mucho carácter, pero es que sólo teniendo ese carácter pudo hacer de su capa un sayo, vivir como quería y dedicarse a crear o a rebuscar entre legajos la memoria que seguimos perdiendo sin darnos cuenta de que ese alejamiento del pasado nos está dejando cada vez más náufragos en nuestras propias calles.  Yo paso muchas veces delante de Néstor y sin darme cuenta le suelo recordar que esto no ha cambiado mucho; pero que, de alguna manera, quienes lo admiramos aplaudimos esa justicia poética que lo ha vuelto inmortal en las calles de Vegueta. Los turistas podían haber elegido cualquier otra estatua en esta ciudad de paso, pero le han elegido a él para inmortalizarse en Gran Canaria como mismo elegimos nosotros la Sombra del Nublo para cantarnos. 

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