En las cumbres de Gran Canaria, a más de 1.300 metros de altitud, germina una pequeña revolución agrícola. Más allá de la tierra de monocultivo y herbicidas, en Artenara están creciendo bosques comestibles y ecosistemas vivos de mano de personas como Gara Santana, una joven artesana y agricultora.
Hace poco más de un año decidió mudarse al municipio más alto de la isla para cultivar de una forma diferente a la convencional. Lo que empezó como perejil y tomates cherrys en el balcón de un piso ha pasado a convertirse en todo un cultivo marcado por la agricultura sintrópica, regenerativa y en armonía con la naturaleza.
Sin pesticidas
Gara, junto a su pareja —un agricultor local— cultivan papas, calabazas, zanahorias, judías, frutales y mucho más, sin utilizar químicos, abonos sintéticos ni herbicidas. En su lugar, apuestan por técnicas como el acolchado con materia orgánica y la siembra por estratos, imitando la estructura de los bosques naturales.
Este modelo, conocido como agricultura sintrópica, tiene su origen en Brasil — está aún poco extendida en Canarias — y propone cultivar en alta densidad y con mucha biodiversidad, combinando especies que se complementan en necesidades de luz y nutrientes. Todo, con la lógica de proteger y alimentar a la microfauna del suelo, esencial para la fertilidad natural.
Así se crean verdaderos bosques comestibles que regeneran el suelo, reducen el uso de agua y crean ecosistemas resilientes ante plagas y enfermedades. “En vez de luchar contra la naturaleza, trabajamos con ella”, explica Santana.
“Revolución verde”
La sintrópica no solo produce alimentos: también devuelve salud al suelo, retiene el agua, previene la erosión y ayuda a capturar carbono. “Cuando acolchas, por ejemplo, el sol no incide directamente en la tierra, se conserva la humedad, se alimenta la fauna del suelo… y tú te ahorras agua y fertilizante”, explica Gara. “La gente me dice: ‘¡Pero muchacha, estás loca!’. Y yo les digo que no, que la hierba no se come el cultivo, al contrario: lo protege”.
Más allá de lo técnico, lo que impulsa a Gara es una visión ética y ecológica. “Se trata de dejar de ser egoísta. No solo pensar en producir para vender, sino en cómo devolverle algo al planeta. Yo lo llamo la verdadera revolución verde”.
Cultivos en distintas zonas
La joven forma parte de la red de sintropía en Canarias y colabora con SOCAN, la Asociación de Agricultores de Canarias, promoviendo esta filosofía por todo el archipiélago.
“Gracias a SOCAN conocí a mucha gente que ya está haciendo bosques comestibles en diferentes islas. Lo más interesante es que estamos investigando cómo se comportan las plantas según la altitud y el clima, porque no es lo mismo plantar en Artenara que en Lanzarote o La Palma”, expone.
En estos bosques, se siembra pensando en la biodiversidad: cada planta cumple una función, ya sea dar alimento, fijar nitrógeno, atraer polinizadores o generar biomasa. El objetivo es aprovechar al máximo el espacio y crear un sistema productivo y resiliente.
Jornadas de aprendizaje
Aunque reconoce que no es fácil cambiar la mentalidad en zonas donde el monocultivo y los productos químicos han sido norma durante décadas, destaca pequeños avances: “Aquí arriba hay gente que empieza a cuestionarse el uso de herbicidas. Es un camino lento, pero posible”.
Con la labor de proponer este tipo de agricultura y ofrecer un espacio donde aprender sobre ella, SOCAN ha organizado unas jornadas agroambientales que se celebran el fin de semana del 3 y 4 de mayo en Artenara. En ellas se abordarán la agricultura regenerativa, las oportunidades del futuro, la emprendeduría en zonas rurales, así como el uso de plantas aromáticas, compostaje o el comercio agroecológico.
El futuro
La joven ha ido aprendido poco a poco la teoría y se encuentra en el proceso de crear su propio bosque comestible junto a su pareja. Cree que el futuro de la agricultura pasa por volver a la tierra, pero con otro enfoque. “Ojalá más gente joven se interese por esto”, desea.
Con esta técnica y para ella también una forma de vida — poniendo en el centro la lógica de la naturaleza, evitando la dependencia de pesticidas, ahorrando agua y aprovechando el espacio —, en lo alto de Artenara, entre bancales y brotes nuevos, la “revolución verde” ya está en marcha.