“En sus senos está una de las fiestas que tuvo más color dentro de la Isla. Acaso la de más integra belleza y emoción populares”, escribió Néstor Álamo en un artículo el 16 de septiembre de 1948. El compositor y periodista hacía referencia a la Fiesta de Las Marías de Guía, su pueblo natal.
En Santa María de Guía, cada septiembre — en concreto el tercer fin de semana del mes —, el aire se llena del peso de una promesa que sigue viva. El golpe de los tambores y el soplido de las caracolas — también conocidas como bucios — anuncian que el pueblo vuelve a cumplir con el Voto de Vergara, aquel que en 1811 hicieron los campesinos para librarse de una plaga de langosta. Dos siglos después, la fiesta de Las Marías no es solo un recuerdo, sino un latido que se renueva gracias a los Mayordomos, guardianes de la tradición, y la propia gente de Guía.
Los orígenes de una promesa
Como contaba el también cronista de la Isla, la Fiesta de Las Marías nació en 1811, cuando los campos de Gran Canaria se vieron amenazados por una plaga de cigarras que avanzaba como una manta devoradora sobre cosechas y montes. La desesperación se extendió por los pagos de los Altos de Guía —Bascamao, Junquillo, Verdejo, Palmitales, Barranco del Pinar, Piedras de Molino, Calabozo y Paso—, cuyos vecinos, desde ancianos hasta niños, salieron a defender sus tierras sin hallar remedio posible ante la inminente ruina.
En el Lomo de Vergara, cuando la catástrofe parecía inevitable, los campesinos se arrodillaron y pidieron el auxilio de la Virgen de Guía. Entonces, según narra la tradición, una nube inmensa ascendió desde el mar y descargó una lluvia tan fuerte que arrasó con la plaga, dejando el cielo limpio y los campos cubiertos por cenizas de millones de cigarras muertas. Aquel mismo día, los vecinos y vecinas hicieron voto solemne: acudir cada año, generación tras generación, a agradecer a la Virgen con los frutos de la tierra. Así nació la fiesta votiva de Las Marías, que desde entonces se celebra cada septiembre en el municipio del norte de la Isla.

Lo especial de la fiesta
“Describir con palabras lo que significa la Fiesta de Las Marías es un poco complicado”, expone Gloria Castellano, de 54 años, que lleva siendo Mayordoma desde hace cinco años, aunque siempre ha estado muy ligada a la tradición ayudando en lo posible.
“Tiene algo muy especial que solo se vive al entrar a la iglesia, cuando se ve a la Virgen con su manto verde, con la rama en la mano, su bebé y la cigarra dorada, rodeada del sonido de caracolas y tambores. Eso no se puede describir, hay que sentirlo. Incluso quienes dicen no creer, cuando entran, recuerdan a los que ya no están y se emocionan. Esa es la fuerza de Las Marías”, relata.
Una organización altruista
Esta celebración no tiene tintes políticos o eclesiásticos — no está relacionada con una Santificación o celebración religiosa, ni vinculada a alguna Administración —. La responsabilidad de organizarla y sacarla adelante recae sobre los Mayordomos de Las Marías, personas del municipio que desde el altruismo se reúnen y trabajan por mantener viva la tradición. Y para sufragar la Fiesta distribuyen números para el sorteo del Arco de la Fiesta, así como artículos oficiales, desde camisetas hasta botellas o mochilas de tela, que cualquier persona que quiera contribuir puede adqurir.
La responsabilidad de los Mayordomos es algo muy intrínseco en los más mayores del grupo, como Juan Castellano, también conocido como Juan Fiestas, de 80 años, y Augusto García — Augustito para sus seres queridos —, de 92 años. “Ser Mayordomo es una responsabilidad, es el deber de cuidar la tradición”, aseguran.

Vocación de toda una vida
Ambos repasan anécdotas, motes y recuerdos de quienes ya no están. Tanto a uno como a otro, fue un amigo quien les animó a ser Mayordomos y aceptaron porque les gustaban las fiestas y querían que se siguieran haciendo.
Son más de tres décadas de entrega, y todavía conservan el mismo compromiso que el primer día. “Mientras yo viva, seguiré bregando para que esto no se pierda”, asegura Augustito — si permite a este medio tomar la licencia de nombrarlo así desde el cariño —, que sueña con que su nieta continúe el legado.
Herencia entre generaciones
Y es que este legado se hereda, de generación en generación, tanto entre familiares como amistades para que perdure. Un ejemplo son las hermanas Nayra y Acoraida Moreno, quienes fueron las primeras mujeres en unirse a los Mayordomos tras fallecer su padre. “Para nosotras no fue una obligación, sino una manera de honrar a nuestro abuelo y a nuestro padre. Es algo que siempre estuvo en la familia, desde niñas”, cuenta Acoraida, que señala que incluso hay fotos de su madre embarazada de ella en la Fiesta de Las Marías.
Con 49 años, lleva 26 años como Mayordoma y solo ha faltado dos veces en su vida a la celebración, una porque estaba enferma y la otra por un examen de oposición que cayó el mismo domingo de la romería.
Cada año supone un reto, pero también una emoción intensa. “Somos ciudadanos del pueblo que llevamos toda la vida organizando la fiesta y la rama, buscamos la manera de que salga cada año mejor que el anterior”, apunta. Para ella ese momento que indica que todo ha salido bien es cuando estalla la algarabía de tambores y caracolas, y la traca final. “Ahí siento que hemos cumplido. Que el voto de Vergara está vivo un año más. Es tan emocionante que hasta al contarlo me emociono”, expresa.

Un relevo difícil
No obstante, el relevo generacional — tan temido en tantos ámbitos — juega un papel crucial en ese legado. “La gente joven no quiere saber de fiestas. Cuesta transmitirles la importancia. Aunque hay jóvenes que se animan a unirse como David, hay que buscar entre 100 para conseguir uno”, lamenta Juan.
David Castellano es el más joven de los Mayordomos con tan solo 20 años. Empezó ayudando a su tío Juan, quien portaba el pitón grande que abre el paso de la Virgen en la procesión. Ese afán de ayudar fue lo que le motivó a unirse a las reuniones como uno más. Su bisabuelo también formó parte del grupo de voluntarios.
La fiesta, un latido del pueblo
Fruto de todas las reuniones y labores de los Mayordomos, y el apoyo de la gente de Guía, ese fin de semana de septiembre las calles del casco histórico lucen fachadas engalanadas, se hace la bajada de la rama y actos como el paseo de animales, la romería, tarde de parrandas o el sorteo de los números.
Gloria siempre le dice a la gente que Las Marías es “algo que hay que vivir aunque sea una vez en la vida”. Para ella la esencia de la fiesta es parte del legado histórico y cultural del municipio. “Es un sentimiento tan arraigado a los guienses, que creo que no se va a dejar perder así como así”, un pensamiento en el que coinciden Acoraida y David, y confían los más mayores.

Un voto que sigue vivo
Entre ramas verdes, tracas finales y el eco de las caracolas, los Mayordomos coinciden en una certeza: la fiesta de Las Marías es un acto de gratitud, no una celebración cualquiera. Está organizado desde el pueblo para el pueblo, manteniendo la pureza de una promesa hecha hace ya 214 años que se continúa transmitiendo.
Y así, cada tercer fin de semana de septiembre, Guía cumple con el pasado y asegura el futuro. Porque mientras haya alguien dispuesto a asumir la responsabilidad de los Mayordomos, alzar una rama, soplar una caracola y tocar el tambor, el voto de Vergara seguirá vivo.