Durante siglos, navegantes y cartógrafos miraban hacia el oeste del mundo conocido buscando ese lugar donde la tierra acababa y comenzaba el misterio. Una isla solitaria, envuelta en leyendas y marcada en los mapas como el último rincón de la civilización, fue durante mucho tiempo el Meridiano Cero.
Un punto de referencia tan simbólico como geográfico. No se trata de un mito ni de una ficción antigua. Esa isla existe, y forma parte del alma geográfica y cultural de Canarias.
El fin del mundo antiguo
Hablamos de El Hierro, la isla más occidental del archipiélago. En el siglo II, el geógrafo Claudio Ptolomeo fijó el extremo de la isla como el Meridiano Cero, considerándolo el punto más lejano del mundo conocido. Durante siglos, todos los mapas europeos se trazaban a partir de ese eje, hasta que Greenwich lo reemplazó en el siglo XIX.
El nombre de la isla sigue envuelto en misterio. Algunos lo vinculan a palabras como Hero o Esero, otras teorías lo relacionan con costumbres marítimas ancestrales. Pero lo cierto es que su historia empieza mucho antes de cualquier cartografía.
Los primeros habitantes
Los bimbapes o bimbaches, procedentes del norte de África, fueron los primeros pobladores de El Hierro. Sin metales ni contacto con otras culturas, desarrollaron una vida en equilibrio con el entorno, basada en la agricultura, caza y pastoreo. Dejaron su huella en la piedra: cientos de petroglifos, como los de El Julan, aún no han sido descifrados. Este parque cultural ha sido propuesto como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Conquista y emigración
La isla fue conquistada en el siglo XV por Jean de Bethencourt, en el marco de la conquista normanda. Los bimbaches ofrecieron poca resistencia y la isla pasó a manos europeas, con un sistema señorial que se mantuvo hasta el XIX. La escasez de tierras cultivables y las sequías provocaron una fuerte emigración, especialmente hacia Venezuela, donde aún perdura una amplia colonia herreña.
Un modelo sostenible
En las últimas décadas, El Hierro ha apostado por un desarrollo equilibrado, rechazando proyectos invasivos como un radar militar o una lanzadera de satélites. Gracias a ello, ha sido declarada Reserva de la Biosfera y Geoparque Mundial por la UNESCO. Una isla pequeña, sí, pero con un legado inmenso.