Berlín, 1936: carta abierta Antonio Morales y Aridany Romero

Martín Alonso

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Este verano, después de varios años de espera en la estantería, me lancé a leer Berlín, 1936 de Oliver Hilmes. Lo devoré en un santiamén, sumergido en el cruce de historias que el autor engarza durante los dieciséis días que duraron los Juegos de la XI Olimpiada. Por sus páginas desfilan nazis como Hitler, Göring y Goebbels, el músico Richard Strauss, los escritores Mascha Kaléko y Thomas Wolfe, la cineasta Leni Riefenstahl, forajidos de la noche de la capital alemana como Leon Henri Dajou y Mostafa El Sherbini, las órdenes de la oficina de prensa del Reich a los medios del país, diplomáticos como William Edward Dodd y anónimos berlineses que durante esas jornadas se colaron en las páginas de sucesos de los periódicos de la época junto a las hazañas de deportistas y la previsión meteorológica diaria.

Las vidas cruzadas de todos esos personajes y el contexto de aquellos días en Berlín dan forma al decorado de una escena superior que tiene mucho más peso que cada una de esas particularidades: la organización de los Juegos Olímpicos como escaparate para mostrar al mundo la grandiosidad del Reich. La idea, como no, la urdió y la ejecutó Goebbels, ministro de propaganda. Durante dos semanas, mientras los deportistas competían por la gloria, la maquinaria diplomática nazi se empleó a fondo. Los dignatarios extranjeros fueron agasajados con eventos de todo tipo. Se programaron conciertos y exposiciones, se organizaron cenas de gala y se celebraron lujosas fiestas. "Me temo que los nazis han tenido éxito con su propaganda", escribió el periodista estadounidense William Shirer. 

Vuelta España

Recordé la lectura de Berlín, 1936 esta semana al escuchar las declaraciones de Carlos Verona, un ciclista que pedía "mantener alejada la política del deporte" después de que la organización de La Vuelta España neutralizara el final de una etapa en Bilbao por las protestas de un centenar de ciudadanos en favor del pueblo palestino y en contra de la presencia del equipo Israel-Premier Tech en la ronda española —una escuadra financiada por un empresario que presume de ser amigo de Netanyahu y que apoya el genocidio en Gaza—. Las palabras del corredor del Lidl-Trek encontraron eco en tertulias deportivas y manifestaciones públicas de políticos de casi todos los colores y, de paso, me provocaron una serie de sonoras carcajadas ante semejante ataque de ingenuidad o majadería —elijan el que consideren más correcto—.

La Vuelta a España en Canarias, en jaque por Israel: ¿qué hará el Cabildo grancanario? En la imagen, paso de la ronda ciclista por Bilbao entre protestas. / MIGUEL TOÑA-EFE
La Vuelta a España en Canarias, en jaque por Israel: ¿qué hará el Cabildo grancanario? En la imagen, paso de la ronda ciclista por Bilbao entre protestas. / MIGUEL TOÑA-EFE

El deporte es política desde que el hombre pertenece a una tribu y compite con el grupo vecino por la carne de un bisonte o por una medalla en unos Juegos Olímpicos. Ejemplos hay centeneres durante el último siglo: los éxitos de Italia en Los Ángeles 1932 —donde el país fue segundo en el medallero— y el Mundial de fútbol de 1934 permitieron a Benito Mussolini sacar rédito político. España, tras el triunfo del Frente Popular en las elecciones de 1936, fue el único país que no envió delegación de deportistas a Berlín 36 como repulsa al gobierno nazi. Alemania convirtió el Milagro de Berna —el triunfo de la Mannschaft en la final de la Copa Mundial de fútbol de 1954 ante Hungría— en el símbolo del renacer del pueblo alemán tras la Segunda Guerra Mundial.

Guerra Fría

Hay más. Las medallas de plata de baloncesto de los Juegos Olímpicos de Múnich 72 siguen guardadas en una caja fuerte del Comité Olímpico Internacional porque los jugadores de Estados Unidos se negaron a recogerlas al considerar que los árbitros y los oficiales de la mesa les habían robado la victoria en un extraordinario final contra la URSS —en plena Guerra Fría—. En esa misma cita olímpica, terrorista de Septiembre Negro asesinaron a 11 miembros del equipo de Israel. Ocho años después, Estados Unidos boicoteó los Juegos de Moscú con la invasión soviética a Afganistán como excusa. Parte del bloque comunista del Telón de Acero devolvió el sabotaje en Los Ángeles 84.

¿Quieren más? Hay más. Durante años, la República Democrática Alemana desarrolló un minucioso programa de dopaje para que sus deportistas superaran en todas las competiciones internacionales a los equipos de la República Federal Alemana. El plan fue tan salvaje que hoy, 40 años después, el récord del mundo de Marita Koch en los 400 metros de atletismo aún sigue vigente (47,60 segundos). Pero no nos vayamos muy lejos. Franco, aislado del mundo, aprovechó los éxitos del Real Madrid en la Copa de Europa para abrir puertas en el exterior. Y Vázquez Montalbán bautizó al FC Barcelona como el ejército de un país desarmado.

Debate abierto

Usted, estimado lector, se preguntará a qué viene todo esto. Intento explicarme. Este texto, más allá de aparecer en la sección de Opinión de Atlántico Hoy, es una carta abierta dirigida a Antonio Morales y Aridany Romero, presidente y consejero de Deportes —respectivamente— del Cabildo de Gran Canaria. Desde hace unos días hay un debate abierto en el grupo de gobierno de la corporación insular a cuenta de La Vuelta España, competición que en 2026 tiene previsto desarrollar sus últimas cuatro etapas en Canarias —dos en Gran Canaria y dos en Tenerife— en base al acuerdo que Unipublic, empresa organizadora de la ronda, alcanzó hace un par de meses con el Gobierno de Canarias y los cabildos de las islas capitalinas.

La controversia, dentro del Cabildo grancanario, evidentemente orbita alrededor de la más que probable presencia del equipo Israel-Premier Tech en La Vuelta 2026. El grupo de gobierno de la corporación insular, compuesta por miembros de Nueva Canarias, PSOE y Primero Canarias, se ha manifestado públicamente a favor del pueblo palestino y ha condenado el genocidio perpetrado por Israel. En ese escenario, imaginar la sola presencia de una escuadra creada para blanquear al estado de Israel genera más de un sarpullido. Más cuando la administración pública tendrá que desembolsar más de dos millones de euros para que dos etapas se disputen en las carreteras de la Isla.

Acción cívica

Romper el acuerdo con Unipublic y renunciar al regreso de La Vuelta España a Gran Canaria —la ronda sólo ha pasado una vez por la Isla, en 1988— parece una opción que toma cuerpo. Admito que, de entrada, al conocer qué se cocina alrededor de todo este asunto, me pareció la opción más digna. El pasar de los días, sin embargo, cuanto más veo alrededor de la carrera estos días, cuanto más leo sobre el Israel-Premier Tech y cuanto más pienso en el libro Berlín, 1936 de Oliver Hilmes, más reconsidero mi posición inicial.

Si el Cabildo de Gran Canaria quiere mostrar su apoyo al pueblo gazatí, ¿dónde encontrará más repercusión su posición política? ¿En una renuncia que puede ocupar un breve o un pie de página en la prensa nacional durante los próximos días o en una acción cívica en plena competición y con el altavoz que supone acoger una prueba como La Vuelta España? Las protestas de estos días País Vasco, Cantabria, Asturias o Galicia, por ejemplo, han servido para que la defensa de la causa palestina ocupe espacio en tertulias televisivas, páginas de periódicos y conversaciones entre amigos, en barras de bar y en encuentros familiares. Algunas fotos de estas jornadas han dado la vuelta al mundo y han tenido más fuerza que la mayoría de las declaraciones de los políticos de nuestro país ¿Tiene que renunciar Gran Canaria a esa oportunidad? ¿Es mejor esconderse o dar la cara?

¿Doble moral?

Es cierto que el Israel-Premier Tech se ha creado para blanquear a un estado genocida, pero hay que tener cuidado con ciertas cuestiones de superioridad ética. Les planteo un dilema: si un corredor del equipo UEA —financiado por Emiratos Árabes Unidos— o un ciclista del Bahrein gana la etapa en el Pico de las Nieves, ¿subirán Antonio Morales y Aridany Morales al podio a entregarle el trofeo correspondiente? No creo que haga falta recordar hasta qué punto se respetan los derechos de las mujeres o el colectivo LGTBI en ambos países, ¿no? Vamos un poco más allá: si el Granca se vuelve a cruzar con un conjunto de Israel en competición europea, ¿cuál será la postura del Cabildo, que además es propietario del club claretiano? 

A veces, sólo a veces, el mal no siempre gana. Hitler y Goebbels proyectaron los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936 como un monumento propagandístico, un teatro donde representar la superioridad de la raza aria. ¿Les salió bien la jugada? Ellos, en su momento, tal vez así lo vieron. Sin embargo, nueve años después ambos estaban muertos y Alemania había sido destruida por la Segunda Guerra Mundial. Y si por algo se recuerdan los Juegos de Berlín es por el triunfo de Jesse Owens, un atleta afroamericano, nieto de esclavos del sur de Estados Unidos que ganó cuatro medallas de oro: en los 100 metros, 200 metros, 4x100 metros y salto de longitud. Hasta en la oscuridad más profunda una semilla busca la luz.