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Opinión

¡Caracoles! que si están sabrosos también vale la exclamación

Existen lugares en los que el caracol tiene, gastronómicamente hablando, tratamiento de Vuecencia. En Canarias hay algunos ejemplos de recetario con las incomprendidas chuchangas.

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BLOG CON CÚRCUMA


En las Castillas (León o La Mancha), por decir, es habitual tomarse unos botellines de cerveza con los animalitos aliñados o salsas potentes que es un no parar, también de mojar pan. Es más,se prodigaban bares estratégicos (digo en pasado porque van desapareciendo) en los que la especialidad atraía a la clientela por lo gustosa y admirada.  

En Canarias se puede saciar la curiosidad con esta especialidad que no a todos gusta, y el antojo; Agüimes o a Valleseco. No sólo es probar el recetario “caracolil” sino es conocer un poco más acerca de los que realmente saben de estas ciencias culinarias con los peculiares gastrópodos.

Confieso que en esta especialidad culinaria me pierdo del todo y escribo de ello precisamente por la curiosidad: para que ésta me lleve a descubrir los caracoles vamos a llamarlos “a la canaria". Me espolea también para esta columna de Pellagofio haber leído la información –con desconsuelo, lo confieso- acerca de la séptima edición de la Fiesta del Caracol de Agüimes, celebrada el pasado mes de enero, y a la que de buena gana hubiera acudido.

En feudos manchegos he tomado esos caracoles, medianos, matizada su insipidez por ese aderezo ligero, cargado de hinojo; se apuran como pipas, apetecibles como son con cerveza fría o un vino blanco. Los más grandes tienen “su cosa” –no suelo ser escrupuloso con casi nada a la hora de probar- con esas salsas rotundas y aparejadas con tomate, encebollados, vinagresy embutidos –no tanto en el Archipiélago-. En realidad, lo exactamente idóneo para sopetear con pan. 

A voz isleña de chuchangas,pues así no parecen tan apetitosos, hay que reconocerlo. De hecho, les diré que mencioné eso de “¡vete a freír chuchangas!” entre varios sobrinos adolescentes y ni imaginaban lo qué podía significar. Valga la anécdota de que aparte de que las chuchangas fritas serían impensables, la exclamación viene a suplir a la de “¡vete a freír espárragos!”. 

Así que me puse a indagarentre algunas de las veteranas damas de la cocina canaria (y a algún caballero, no crean) para tomar apuntes acerca de los supuestos “caracoles a la canaria”. Después de las correspondientes pesquisas, se puede dar por buena una conclusión: no se diferencian demasiado respecto a otros lugares de la Península.

Me refería Doña Eugenia –prefiería mantener en el anonimato su apellido la buena señora-, a la sazón natural de La Orotava, que a lo mejor pudiera darse un “detalle isleño” como es ese de agregar a los animalillos en cuestión un majado que llevaría pimienta de la pm…, pimentón cominos y algunas hierbas, entre las que estaría muy presente el hinojo.

Luego me hablan dos o tres “confidentes” de que si es claro que los canarios no es que nos privemos por los cuchangos o babosas (en La Palma), sí entrarán mejor a modo de nuestros clásicos compuestos, tan ricos para el complemento del pan y la correspondiente cuarta de vino.

Coinciden los entendidos -y vayan ustedes a saber las razones- que para este menester es indispensable el mortero, preferiblemente de mármol o de piedra. Caramba, digo de paso, que ya me he topado un par de veces esta semana con el bendito utensilio para majar a cuenta de otro reportaje, acerca de los mojos de las Islas.

En cuanto a la etimología, extraigo de algunos escritos que chuchanga podría proceder de alguna vinculación con la chucha (almeja de Perú y de buen calibre) o con “chuchar”, portuguesismo que significa chupar. En este caso, la relación digo yo que será obvia.

¡Caracoles! que al fin y al cabo me encantan… cuando me los encuentro.