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Opinión

Los carniceros del corazón

No lo sabemos, pero con un solo gesto, podríamos hacer de este planeta un lugar mejor, más bonito, más amable

5 minutos

El presidente de AJE Canarias, Agoney Melián. / CEDIDA

Cada mañana me despierto luchando contra el caos que significa ser yo. No les hablo de mi vida pública y laboral, que es la que he elegido. Les hablo de esa realidad íntima que todos tenemos y que muy pocos son capaces de visualizar, el caos mental.

Mucha gente piensa que hago cosas geniales, pero yo, que convivo conmigo, sé que existe una línea muy fina entre la genialidad y la locura, por eso aprovecho estas letras para animarte a trabajar en ese concepto que está de moda, pero que no hemos parado de externalizar echando a la culpa a todo nuestro entorno en vez de responsabilizarnos; hablo de la salud mental.

La dopamina

La anécdota que hoy les quiero contar surge en el pequeño despacho de mi casa. Un lugar lleno de cachivaches que son, quizás, los únicos recuerdos que tengo de mi extensa vida. Unas cuantas fotos, recuerdos de mis viajes y una varita de sauco, de la saga Harry Potter, impresa en 3D que, a veces, cuando no tengo la solución a los problemas que me atormentan, balanceo invocando el poder de la creatividad. Lo mejor de esta acción es que seguro que hay un pequeño espacio en mi cabeza que me lleva, por arte de magia, a fabricar soluciones disruptivas a mis retos más complejos.

Era sábado y yo me disponía a pasar un rato escribiendo cachitos de mi libro, Manual para ser de colores. Llevo mucho tiempo con él y se me está haciendo bola. No sé por qué, me encanta el contenido, creo que es disruptivo y que va a ayudar a una gran cantidad de personas que, al igual que yo, quieren disfrutar de una vida plena. Sin embargo, desde que me siento, mi cabeza no deja de imaginar, buscar retos que me alegren más dándome mil y una excusas para no seguir. Cuando empecé a escribir este artículo se me iluminó la mente y lo tuve claro, estoy intoxicado de dopamina y mi cerebro, que se ha vuelto adicto, me está jugando una mala pasada.

La dopamina es la hormona del placer, esa que segregamos a modo de recompensa cuando nos comemos una pizza, empezamos a conocer al alguien que nos gusta, practicamos sexo o cualquier otra acción que nos produce, tal y como les decía, un placer inmediato. Es la hormona que nos hace adictos, es el neurotransmisor más tramposo que nos produce felicidad inmediata.

Los cerebros dopaminérgicos se pasan la vida buscando retos que solucionar, así los adictos a las drogas viven buscando de manera creativa, cómo conseguir su dosis.  

Al principio parece que esto es una bendición, porque la dopamina te vuelve una máquina de matar capaz de todo, potencia el poder de tu cerebro y la creatividad, pero no se equivoquen, no ser capaz de bajar su producción te puede llevar a problemas graves como sufrir esquizofrenia. Vivir en un estado dopaminérgico cerebral sin medida, te puede llevar a la locura.

En estas líneas que siempre comparto contigo, quiero reflexionar sobre la enorme losa que supone ser genial porque, casi siempre vives en el abismo y no sabes cuando tu bendición se puede tornar en un castigo, sobre todo cuando nadie te observa y te adentras sin casco ni protección en los laberintos de la mente.

El desalmado incompetente

Hay personas que no saben que son unos desalmados contigo. Ignoran que, con sus palabras y acciones, muchas veces sin ánimo de fastidiar, te revientan el día, la semana, o el momento de paz que estabas viviendo. Esto pasa porque la mayor parte de los seres humanos, carecen de formación en desarrollo personal y viven la vida desde su perspectiva, sin saber tan siquiera que sus comportamientos son un cóctel molotov para quien las recibe.

Somos nuestras historias de vida que, según su intensidad, nos han generado traumas, apegos inseguros y relatos que en muchas ocasiones nos convierten en la víctima de nuestras vidas. Hay que trabajar para que esto no sea así.

A mí me pasa a menudo, nadie lo sabe, pero una palabra o una acción me transportan a esa idea que, a pesar de estar trabajado, te evoca una emoción que duele y que tienes que racionalizar para escapar de ella, tras una etapa de curro muy alta, te voy a contar una cosa que he aprendido.

Cuando la dopamina maneja tu cabeza, volver a un estado de paz se vuelve complejo. Tu cerebro empieza a destapar el bucle de pensamientos pasados, llegando a un punto en el que la neurosis te habla, te vuelves loco y empiezas no poder racionalizar cosas que, en un estado normal, puedes transitar sin problemas.

Los miedos empiezan a robarte los sueños y es ahí donde te recomiendo que bajes un punto, que hagas una desintoxicación guardando pequeños espacios del día para la quietud, para bajar revoluciones y librarte de tu yo más sádico y destructivo y de los inofensivos ataques de esos desalmados incompetentes.

El síndrome del superhéroe a la inversa

Siempre que vemos alguna película de superhéroes, nos cuentan como este vive de una manera discreta entre los mortales, sin mostrar sus habilidades, y oculto tras una identidad falsa que le permite llevar una vida llevadera.

Supongo que a veces, en mayor o menor medida, sufrimos este síndrome, pero a la inversa. Seguro que te sientes identificado con esto que te cuento. Cada mañana te pones el traje de batalla, y en forma de súper poder, te enfrentas a la sociedad que se ha vuelto hostil y poco empática. Trabajas sin descanso por ser el mejor empresario, el mejor padre o madre, el mejor amigo, el que más escucha. Te esfuerzas por ser esa persona de referencia en tu entorno a la que todo el mundo puede acudir cuando necesita tu inmenso poder solucionador.

Lo que nadie sabe es que, cuando te quitas el traje se te ven los morados del alma, esos que vas dejando para después porque no importa, el mundo te necesita. Y a pesar de que a veces se te entreven, nadie hace nada, porque en la falsa creencia de esta sociedad individualizada, los superhéroes se curan solos, para eso tienen poderes.

Si al leer esto se eriza la piel, quiero que sepas que sufres el síndrome del superhéroe a la inversa.

La cura

No lo sabemos, pero con un solo gesto, podríamos hacer de este planeta un lugar mejor, más bonito, más amable.

La cura a casi todos los males es no traficar con los miedos de los demás, no hacer nada que les pueda hacer daño y así ayudarles a tener confianza en sí mismos, dándoles mucho amor.

A veces caminamos como zombis mostrando nuestra mejor sonrisa, sin contar al mundo que estamos ahogados en un llanto mudo que asoma tras una tímida sonrisa.

Hemos subestimado el poder del amor, del amor propio, el amor de amigos, el amor por la vida, el amor por hacer el bien, el amor por construir cosas que nos devuelvan la paz.

Sin confianza en uno mismo, sin el cariño de quienes te rodean, sin esos momentos de paz alejándonos de la dopamina, quiero que sepas que corres el riesgo de hacerte y dejar que te hagan daño. Quiero que sepas que te expones a dejar que te destrocen el alma, esos que con o sin mala intención te rompen la paz mental y a los que yo llamo: los carniceros del corazón.