Raquel Marín

Opinión

El cerebro no está hecho para ser feliz

Neurocientífica

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El cerebro humano se forjó durante cientos de miles de años con un objetivo fundamental basado en la supervivencia. Se gestionó en un entorno de peligros y amenazas por lo que su actividad priorizaría las “posibles malas noticias” para aumentar las posibilidades de salir airoso de situaciones de riesgo. Por supuesto, la supervivencia del grupo era clave para sobrevivir.

Prestar atención a lo negativo

Imagínate que llevas una vida de nómada. Vives a la intemperie en asentamientos itinerantes, no tienes un acceso inmediato a la comida ni al agua y estás expuesto a potenciales depredadores, inclemencias del tiempo y en general a alteraciones adversas del contexto medioambiental. Formas parte de un grupo de individuos que contribuyen a tu bienestar y a la defensa del grupo, si bien también pueden enfermar y generar contagio por infecciones que pueden poner en peligro tu salud.

El cerebro humano es fruto de millones de años de evolución. Una actividad esencial del cognitivo y el aprendizaje se basaría en responder eficazmente a los diversos estímulos del medioambiente, con un especial énfasis a lo inesperado que podría generar un peligro potencial.

Ello podría generar la necesidad de prestar atención especial a los aspectos negativos, a aquellos estímulos poco conocidos. Estas circunstancias generarían el estrés necesario para prepararse a la gestión de la emergencia o del peligro inminente. Por ejemplo, un ruido inusual detrás de un arbusto no tendría como primer pensamiento inmediato la llegada de un “amigo de confianza” sino más bien el ponerse en guardia y desconfiar de lo que se esconde detrás de la maleza. En definitiva, priorizar las malas noticias podría dar un mejor resultado en caso de confirmarse el posible peligro.

El lema sería: “Primero la reacción de alerta por si acaso… luego justificar si era o no necesario el estado de alarma”. Es preferible para la supervivencia ver el peligro potencial aunque luego comprobemos que no existe.

Como comentó Winston Churchill  (1874-1965) que fue Primer Ministro Británico: “He pasado la mitad de mi vida preocupado por cosas que nunca ocurrieron”.

¿Ver el vaso medio vacío?

El cerebro humano no ha cambiado en la evolución a la misma velocidad que la sociedad en el sistema de sedentarismo en el que nos desenvolvemos. Por consiguiente, los estudios indican que se tiene tendencia a priorizar los pensamientos negativos frente a los positivos. Se calcula que el mayor porcentaje de pensamientos que generamos diariamente son de índole negativa. De hecho, ajustamos la negatividad al grado de alerta: Siempre vamos a encontrar un aspecto adverso, aunque estemos en óptimas circunstancias con todo a favor para relajarnos.

En este sentido, la amígdala es una de las responsables de generar desconfianza. Se trata de una zona del cerebro que forma parte del sistema límbico, el que gestiona las emociones. La amígdala es “nuestra protectora escondida”  que nos ayuda a desconfiar por defecto con el objetivo de mantenernos vivos y de activar la autoprotección. Si una persona no tuviera amígdala no sabría gestionar los peligros y sería más vulnerable.

Entrenamiento para la felicidad

Con estas premisas parece obvio que la felicidad en la mente humana no puede ser concebida únicamente asociada al placer o al bienestar. Es necesario incorporar el hecho de que se precisa incorporar la alerta a lo desconocido y el cálculo de los peligros potenciales de nuestras acciones para ponernos a salvo llegado el caso.

A favor del bienestar está la habilidad del cerebro a la adaptación, incluso pudiendo entrenar la sensación de felicidad. Uno de los logros principales del cerebro humano es la plasticidad, es decir, la capacidad de este órgano para adaptarse a las circunstancias según las necesidades. El cerebro tiene la posibilidad de generar y remodelar los circuitos neuronales que forjan los pensamientos y la gestión de las emociones para incluir el entrenamiento para ser más felices.

Algunos neurocientíficos estudiosos de este campo sugieren incorporar la actividad mental algunos “ejercicios” para fomentar el bienestar mental.
Aquí van algunas sugerencias:

1.- Fomentar el altruismo.- Como comentaba en mi libro “Pon en forma tu cerebro” (RocaEditorial), sentirnos útiles para los demás aporta una mejora significativa a la autoestima y mayor sensación de bienestar con nosotros mismos. Se puede practicar la benevolencia, el voluntariado y la colaboración en equipo.

2.- Ser benevolente con uno mismo.- Reemplazar la auto-exigencia por la gratitud y el perdón. Somos dignos de ser admirables y admirados/as.

3.- Dar las gracias.- La gratitud es un sentimiento que depende del pensamiento. Dar las gracias es una emoción social-moral que juega un papel fundamental en el alimento de las relaciones interpersonales cooperativas. Más allá del beneficio colectivo de una sociedad agradecida, las investigaciones indican que ser agradecido genera procesos neurocognitivos beneficiosos.

4.- Cuerpo sano.- Tener sensaciones de bienestar en el cuerpo fomentan la mente positiva. Solemos tener tendencia a pensar que las buenas noticias en la cabeza generan el “cuerpo alegre”. No obstante, mantener una actitud corporal favorable también modifica el positivismo en los pensamientos. El cuerpo sano nos da seguridad y mayor capacidad de recuperación en situaciones adversas.
El diálogo del cuerpo con la mente es bi-direccional. Ambos interaccionan tanto para lo bueno como para lo malo.

5.- Empatía.- Ponerse en la “piel ajena” y empatizar con los demás contribuye a incorporar la visión optimista del entorno. “¿Eres enemigo o estás simplemente a la defensiva?” En ocasiones, las actitudes agresivas son producto de una actitud defensiva. La habilidad de observar a los demás y analizar las reacciones puede generar una visión distinta de las respuestas aparentemente agresivas.
Si además incorporamos la compasión y la visión optimista de los demás tiene un impacto positivo en nuestra forma de pensar. La amabilidad también refuerza los circuitos neuronales relacionados con el disfrute.

6.- Resiliencia.- La capacidad de recuperación frente a las situaciones adversas generar una mayor sensación de bienestar. Hay estudios que demuestran que, transcurrido un tiempo tras una situación catastrófica, los individuos que sobreviven mejor y se recuperan más rápidamente son aquellos con mayor grado de autoestima. La resiliencia contribuye a salir antes de un sufrimiento emocional.

7.- Atención y organización mental. La motivación es parte del alimento mental. Sin la motivación, nuestra vida sería un desastre. Cuando mantenemos la mente distraída, dispersa y sin organización, se experimenta una mayor sensación de frustración e infelicidad. El libre albedrío mental es alimento de la creatividad, pero debe venir acompañado de un “paso a la acción estratégica” para conseguir los logros.

Por consiguiente, los momentos de infelicidad es inevitable, es parte de nuestro instinto de supervivencia para el que está diseñado el cerebro. No obstante, el entrenamiento mental mediante la voluntad puede modificar los viejos hábitos de negativismo y desánimo para conseguir incrementar las sensaciones de felicidad. Las relaciones sociales del entorno son el mayor aporte a este entrenamiento, con independencia de lo que nos quede en la cuenta bancaria al final del mes.

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