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Congreso de los Diputados / EFE

Como todo el mundo, como toda la gente

Se sienten capitanes de tripulaciones o equipos que no existen, y no asumen que a su alrededor ha crecido la mala hierba y que la está viendo todo el mundo

No es la erótica del poder sino la negación de la mortalidad. De repente se ven como sellos postales, como monedas, como placas y más placas con su nombre en bibliotecas, hospitales, canchas de futbito y hasta cementerios. Pierden el norte y se olvidan de que llegaron para marcharse, de que nadie se queda para siempre en ninguna parte, ni siquiera en la vida, que ya sabemos que saca a cualquiera de la partida cuando quiere. Lo he visto muchas veces y con mucha gente, cambian su personalidad, te hablan en tercera persona y te miran como si de repente hubieran crecido como Arvydas Sabonis o Tkachenko. Pierden todas las dimensiones de la realidad y quieren que les sigan abriendo las puertas en todas partes o que los acompañen siempre un par de escoltas. Se van endiosando hasta mirarse en el espejo cada día más mesiánicos, cada día más distorsionados y, casi siempre, también cada día un poco más ridículos. Se quitan de en medio a quienes se atrevan a avisarles de esa insolencia repentina y afianzan a los aduladores, a los paniaguados y a los que están siempre atentos por agradar para mantener el puesto, la subvención y el coche oficial, que te lleva a todas partes sin tener que buscar aparcamiento, ni estresarte por las maniobras cada día más alocadas de los que salen a la carretera.

Se sienten capitanes de tripulaciones o equipos que no existen, y no asumen que a su alrededor ha crecido la mala hierba y que la está viendo todo el mundo. En España ya les pasó a Felipe González y a Rajoy, se sienten traicionados por esos paniaguados que besaban las aceras por donde pasaban para poder seguir con sus trapisondas. Felipe y Rajoy, como ahora Pedro Sánchez, tampoco dimitieron cuando los veíamos en medio de un jardín de alimañas. Ellos, como Pedro Sánchez estos días, prometieron firmeza con la corrupción y una regeneración absoluta de su entorno. También se sentían capitanes de barcos que iban a la deriva inevitablemente. Si estás seguro del respaldo de la gente, no tienes más que dimitir y convocar elecciones, te presentas de nuevo y ves si te quieren como capitán de ese barco que idealizan desde un Palacio, un Falcon o reunidos con los grandes dirigentes del planeta. No es nada erótico, quizá solo sea miedo a volver a la normalidad de los mortales. 

Sí conozco otros políticos que han dado un paso atrás, o que tras perder unas elecciones se marcharon o se quedaron en la oposición trabajando como trabajaban en el poder, pero sin poder, y eso creo que es lo que les ciega y los aleja de la cordura, de saber que vienes y te vas, en la política y en la vida, y que no pasa nada, porque, como escribía Brodsky, no vendrá el diluvio tras nosotros, que ahí están Felipe y Rajoy y tantos otros, haciendo sus vidas y saliendo de vez en cuando en la tele; pero ya sin ese poder que también les cegó en su momento. No hay nada personal. Todo lo que se escriba hoy quieren que se convierta en algo personal, los de Vox te llaman rojo si les criticas sus peligrosos andares y los socialistas te llaman facha si afeas a su jefe ese afán en perpetuarse e ir dándole cada día más alas a esa ultraderecha que está siempre nombrando como si fuera el hombre del saco, y claro que es el hombre del saco, pero a ese hombre que temíamos de niño lo están dejando que llegue cada día más cerca. Y sabemos que no se va a marchar, y mucho me temo que será cada día más grotesco en sus andares y en sus mañas. Pasa en todos sitios, y ha pasado siempre a lo largo de la historia. El único gobernante que no se endiosó, ni quiso quedarse para siempre mandando y sintiéndose inmortal sin darse cuenta de que el cuento de la mortalidad no cambia aunque uno esté en La Moncloa o en la Casa Blanca, es Sancho Panza.  Como recuerda Muñoz Molina en su último libro, solo pidió un pan y medio queso cuando dejó voluntariamente el gobierno de la ínsula Barataria. Y siguió su camino, como todo el mundo, como toda la gente.