No es una frase. No es un eslogan. No es una ocurrencia para poner en una camiseta, ni un claim para adornar un PowerPoint. “Para que las cosas sucedan” es, para quienes estuvimos ahí desde el principio, una promesa íntima, una especie de pacto secreto entre personas que un día decidieron, con más ilusión que certezas, participar de la vida activa de las Islas Canarias.
Hace ya algunos años, cuando nos sentamos por primera vez, no sabíamos exactamente qué íbamos a construir. Ni falta que hacía. Bastaba con tener las ganas. Bastaba con llegar con las manos llenas de ideas, con la mirada inquieta y con la voluntad puesta en transformar, desde lo pequeño, un trocito de realidad. Éramos un grupo variopinto, joven, valiente. Algunos teníamos empresa. Otros, un sueño. Había quienes venían de segundas y terceras generaciones de familias empresarias consolidadas, y quienes apenas estaban arrancando, tanteando el terreno, intentando que la idea que llevaban meses incubando no se deshiciera al primer viento de desánimo. Pero todos teníamos algo en común: habíamos decidido no quedarnos quietos.
Origen y propósito
Nos reunimos muchas veces. En cafeterías, en salas prestadas, en espacios que aún olían a pintura fresca. Charlamos largo y tendido. Nos hicimos preguntas sin prisa. Compartimos dudas, modelos de negocio, frustraciones y pequeños logros que celebrábamos como si fueran gestas históricas. Lo importante no era la agenda; lo importante era el latido.
Y en medio de una de esas reuniones, quizá la más honesta, quizá la más desordenada, surgió la necesidad de ponerle nombre a lo que estábamos haciendo. No para colgarlo en la pared, sino para reconocernos dentro de algo común. Para saber por qué, cuando el trabajo aprieta, cuando las facturas no cuadran, cuando la vida parece llevarte por otros caminos, seguimos reuniéndonos. Seguimos creyendo.
Nombrar lo que hacemos
Recuerdo que se abrió una ronda de palabras. “¿Por qué estás aquí?”, preguntó alguien. Y lo que ocurrió después fue uno de los momentos más luminosos de mi vida. Hubo quien respondió que quería apoyar a quienes empiezan. Otros, que deseaban tener voz en el mundo de la política para que las normativas dejasen de ser obstáculos para emprender. Hubo quien habló de impulsar el papel de la mujer en la empresa. Quien soñaba con una economía más social, más humana. Quien veía en la tecnología una herramienta para igualar oportunidades. Quien simplemente quería aprender, mejorar, participar.
No había una sola respuesta correcta. Todas lo eran. Todas eran válidas, necesarias, llenas de sentido. Y fue entonces cuando, casi sin pensarlo, alguien, no sé si fui yo, no sé si fue otro, a estas alturas ya da igual, dijo en voz alta: “Estamos aquí, para que las cosas sucedan”.
Un lema compartido
Y nos miramos, y asentimos, y lo supimos. Era eso. Habíamos venido para eso. Y aunque las formas cambien, aunque pasen los años, aunque la vida nos lleve por caminos distintos, seguimos aquí, por eso mismo.
Hoy escribo este artículo desde otro lugar. Desde la calma que da el tiempo, desde la distancia necesaria para comprender lo vivido, y desde una serenidad nueva que llega cuando sabes que no tienes que demostrar nada, porque ya lo diste todo. Miro atrás con ternura. Con una gratitud casi infantil. Con ese brillo en los ojos que solo se reserva para los comienzos verdaderos.
Mirada con calma
Y al mirar hacia adelante, lo que me nace no es la nostalgia. Es el homenaje. Quiero dedicar estas palabras a todas aquellas personas que estuvieron desde el inicio, cuando aún no sabíamos lo que estábamos haciendo, pero lo hacíamos igual. A quienes trajeron su talento, su historia, su coraje. A quienes levantaron la voz cuando era más fácil callar. A quienes vinieron sin pedir nada a cambio. A quienes todavía creen en las ideas bonitas.
Porque eso también es “para que las cosas sucedan”: no solo actuar, también cuidar. No solo proponer, también sostener. No solo pensar en grande, también mirar alrededor y preguntarse quién se ha quedado atrás.
Cuidar y sostener
Esa filosofía, que hoy forma parte de mi manera de entender la vida y la empresa, nace de aquel grupo. De aquella energía compartida que no quería cambiar el mundo entero, sino su pedacito de mundo. De aquel grupo que entendía que hacer empresa es hacer comunidad, que liderar es también escuchar, y que hay más futuro en una conversación honesta que en mil promesas huecas.
En los últimos tiempos, hemos vivido momentos de todo tipo. Crisis, sobresaltos, divisiones. Hemos tenido que tomar decisiones difíciles. Hemos perdido gente por el camino. Pero también hemos ganado otras. Personas nuevas, proyectos nuevos, maneras nuevas de entender lo que hacemos. Y en cada uno de esos momentos, yo me repetía por dentro nuestro lema. Como un amuleto. Como una brújula. Para que las cosas sucedan.
Resiliencia del grupo
Porque las cosas no suceden solas. No suceden por azar. Suceden porque alguien se levanta temprano y se atreve. Porque alguien escucha, alguien sostiene, alguien impulsa. Porque hay equipos que se matan a trabajar por causas que no se ven. Porque hay personas que todavía creen en el bien común. Porque hay quienes entienden que ser empresario no es solo generar riqueza, sino también compartirla, retribuirla, devolverla a la sociedad que te permitió crecer.
Ese es el tipo de empresario y empresaria que quiero seguir siendo. Y ese es también el tipo de persona con la que quiero seguir caminando. No me importa tanto el sector, la experiencia, el tamaño de la empresa. Me importa la actitud. Me importa la fe en lo colectivo. Me importan las ganas de hacer lo correcto, incluso cuando nadie aplaude.
Actitud y valores
Por eso este artículo no es solo un repaso al pasado. Es una invitación. Una llamada. Una pregunta lanzada al aire: ¿todavía queremos que las cosas sucedan? Porque si la respuesta es sí, entonces hay que actuar en consecuencia. No basta con esperar. Hay que proponer. Hay que incomodarse. Hay que construir puentes entre generaciones, entre sectores, entre visiones. Hay que volver a confiar.
A veces, me preguntan cómo se empieza. Cómo se construye un camino. Y siempre respondo lo mismo: se empieza por compartir un propósito. Por reunirse sin prisas. Por tener conversaciones que no se pueden publicar en Twitter porque no caben en 280 caracteres. Por abrazar la complejidad. Por no tener miedo al desacuerdo. Por celebrar cuando las cosas se hacen bien, y por pedir perdón cuando uno se equivoca. Y luego, con todo eso, caminar.
Cómo empezar
A quienes están leyendo esto, les digo: sigan caminando. No se cansen. Y si se cansan, paren, respiren, abrácense, y vuelvan. Porque merece la pena. “Para que las cosas sucedan” no es un claim. Es una manera de mirar el mundo. Es una declaración de principios. Es un recordatorio constante de que nada está escrito, pero todo es posible. Que lo extraordinario ocurre cuando personas normales se atreven a dar un paso más.
Y aquí estamos, tantos años después, todavía caminando. Todavía reuniéndonos. Todavía soñando. Para que las cosas sucedan.
