Víctor Yanes

Opinión

Decena de un cronopio

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La valentía de Ezequiel Pérez Plasencia también es genio literario. El escritor tinerfeño, residente en el emblemático barrio de La Salud de Santa Cruz, nació en 1957 y murió, de forma prematura, en 2011. La muerte ha venido, tan jodiendo, a desordenarlo todo, como llegaría a escribir, en su memoria, su amigo y escritor Joaquín Piqueras.Decena de un cronopio (Editorial Benchomo, 1999 y galardonado con el premio Internacional de Cuentos Juan Rulfo) es una joya, muy probablemente ya inencontrable, que conforma una pieza básica de la literatura canaria de las últimas décadas, en la que Ezequiel Pérez Plasencia logra construir un relato corto e importante, puro en la propuesta del abordaje vital de su infierno personal. Funda, antes de que la industria editorial rescatara el género autobiográfico, la mirada de los ojos atentos que miran hacia dentro. Decena de un cronopio, es un manual para la ejecución perfecta del término honestidad, una narrativa sorprendente, austera, que nos conduce, con la habilidad notable del que sabe contar, por los vericuetos sombríos del alcoholismo en su fase de reconocimiento. El hundimiento, después de la derrota, inaugura una nueva estancia para la recuperación de la vida.Ezequiel, es confinado durante diez días (decenio) en un centro de desintoxicación, y el cronopio, ¿es acaso él? El término cronopio, fue creado por la inteligencia vanguardista de Julio Cortázar, y que el escritor argentino definió como un dibujo fuera del margen o un poema sin rimas. Ezequiel era más bien un verso libre, con un mapa del amor que se abría en dos volúmenes, el del amor por ellas que truncaba su vida y el del amor por la literatura.Ezequiel, químico de profesión, trabaja en el periódico El Día de Santa Cruz de Tenerife. Hombre menudo y delgado, solitario y enemistado con la prototípica imagen del carácter huraño que, por una injusta razón que se remonta al principio de los tiempos, se asocia a la soledad. Lleva, sin voluntad de petulancia, su intelectualidad encima como una elegante percha. Lo conocí allá por el año 2002, después de que el bueno de Ezequiel viniera de librar su penúltima lucha contra su adicción al alcohol.Decena de un cronopio, es un relato que nace sin el dolor de las contracciones previas que trae la duda. Ezequiel Pérez Plasencia, es el escritor ante el espejo y la escritura es el salvavidas de un navegante que no sabe nadar y navega, en un cayuco que hace aguas. Tal vez, de esa urgencia vital sale, con tanta naturalidad, esta narración, en la que entran y salen personajes extraviados en un mundo que les resulta extraño o quizá son ellos, los compañeros del “presidio para la desintoxicación”, unos extraños para sí mismos, hombres y mujeres degradados por la autolesión permanente del alcohol y Verónica, que encarna el eterno interrogante del amor y el deseo que marca la vida de Ezequiel.No existe, ni como una insinuación primitiva, el anhelo delirante de un desnudo que despelleje la propia intimidad. Hay solo literatura de la vivencia, crónica de una decena de días salpicada de vida arrolladora. El paso firme de la vida que no es tan fácil matarla, porque la vida reaparece siempre, hasta en los más sórdidos rincones de la humanidad.En la unidad hospitalaria para desengancharse de la droga dura del alcohol, una gran ironía cae sobre la tenebrosa realidad como una fiesta. En ese diminuto universo terapéutico para la superación del infierno (apartado del mecanismo embrutecedor de la sociedad en la que vivimos) hay pensamiento, desidia, amor y deseo, literatura, fútbol, alusiones permanentes de Ezequiel a los acontecimientos conflictivos del mundo, en una suerte de comparativa o ingeniosa metáfora de su agitada existencia.

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