Martín Alonso

Opinión

Dinero público para salvar a las empresas energéticas

Director de Atlántico Hoy

Guardar

El jueves pasado, antes de la inauguración del sexto Foro Atlántico de Autoconsumo, Ángel Víctor Torres sacó pecho. El presidente del Gobierno de Canarias valoró la decisión de la Unión Europea de imponer, en una medida casi calcada a la de España, una tasa a los beneficios extraordinarios de las eléctricas. “Es de justicia”, dijo, “que quien más está ganando, y estas son las empresas energéticas, pague más”. En sus palabras deslizó, más o menos, que Pedro Sánchez marcaba el paso en el Viejo Continente y, como el que no quiere la cosa, le soltó un sopapo al Partido Popular (PP), capaz de votar en contra de una medida casi idéntica en Madrid a la aprobada en Bruselas.

Casi al mismo tiempo, en el Congreso de los Diputados, Cuca Gamarra —portavoz del PP en la Cámara Baja— intentaba justificar esa diferencia de criterio, que permitió a los suyos votar una cosa en Europa y la contraria en casa, con malabarismos en el uso del lenguaje. “La tasa que plantea Europa”,  explicó, “tiene carácter finalista y va directamente enfocada a bajar los recibos de los europeos, y por tanto de los españoles; mientras que el impuesto que plantea Pedro Sánchez sólo está enfocado a subir la recaudación”.

Las elecciones se acercan y la consigna parece clara en cada partido político: conviene establecer distancias y marcar territorio para defender los votos cautivos por las ideologías y captar a los decepcionados con el otro bando. La palabra se va a convertir en los próximos meses en un arma, tanto para pavonearse por los encantos propios como para servir de ariete contra el adversario, y en esta especie de carrera de autos locos todo vale. Otra cosa será que cuenten la verdad, sólo la verdad y nada más que la verdad

Implantar impuestos o tasas sobre los beneficios de las empresas energéticas puede parecer, a priori, una medida justa. Pero, ¿es buena idea? Rusia ya ha cortado el suministro de gas y ese mandato de Vladimir Putin a quien perjudica, principalmente, es a las propias compañías europeas de gas y electricidad. Muchas, incluso, están en quiebra o al borde del crac. ¿Cómo es posible eso? Fácil, porque tienen contratos de largo plazo de suministro de petróleo con sociedades rusas a precios muy por debajo de los actuales. 

En esa situación está Uniper (Alemania), que dependía de Gazprom. La compañía germana, sin posibilidad de acceder al producto ruso, se ha visto obligada a comprar a precio más caro en el mercado spot o de contado diario para hacer frente a su compromiso con sus clientes. En medio de semejante quilombo, el gobierno del canciller Olaf Scholz ha tenido que salir al rescate de la empresa: de momento va por 19.000 millones de euros. Por ponernos en contexto: Bankia recibió 22.424 millones de euros del FROB.

Uniper no es la única en apuros. VNG, también alemana, ya ha pedido ayuda a su gobierno. El Ejecutivo suizo dio una línea de 4.100 millones a Axpo, una de sus principales energéticas. Fortum ha recibido casi 2.500 millones de Finlandia por sus problemas financieros en la alemana Uniper. Austria ha tenido que salir al rescate de Wien Energie y Francia ha completado la nacionalización de EDF —para convertir el desfase entre lo que paga el ciudadano y lo que cuesta la luz en deuda pública—.

En este carrusel de movimientos, entre tanta incertidumbre, en medio de este panorama lleno de incertidumbre y con la previsión sobre el tablero de una guerra larga y de desgaste en Ucrania, no es descabellado que el dinero público, recolectado ya sea a partir de impuestos o bien de tasas, con objetivo finalista o recaudatorio, acabe en un fondo de rescate para salvar a las empresas de gas y electricidad. Suena duro, pero es así. Ya pasó con los bancos en la crisis de 2008. Y fue la mejor opción, porque la alternativa era aún peor (si seguimos sin admitir que este sistema ya no da más de sí): cajeros sin distribuir dinero, ahorros retenidos e impagos generalizados. Ningún político, a lo largo de los próximos meses, lo va a contar. Por eso, con las elecciones a la vuelta de la esquina, tenga cuidado con la demagogia: es más cruda y más dura que el frío invierno.