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Fran Belín./ FRAN BELÍN

Generaciones de los “cuellos agachados”

Artículo de opinión de Fran Belín

Comentaba de soslayo en el artículo de la semana anterior (Ecosistema ‘Independiente’ de la Rambla de Santa Cruz) que los seres humanos estamos poco o más bien nada acostumbrados a alzar la mirada en los entornos urbanos.

Tampoco y solo en contados instantes -quizá más en la naturaleza- entrenamos la capacidad de admirar las alturas, en este caso las fachadas y elementos arquitectónicos de nuestras ciudades, que ahí se hallan también para tal fin, para admirarlas. Digo yo.

Junglas de asfalto

“Enderechar” la cabeza para disfrutar de volumetrías que en su día el arquitecto diseñó para recreación ante esas “junglas de asfalto”, que el ser humano cambió por las de árboles y plantas, es un aspecto que muy poquitos viandantes se plantean en su callejeo del día a día.

No me voy a poner hoy a desentrañar detalles de aquellos cazadores-recolectores que nos antecedieron, en temáticas de antropología en las que me encanta bucear pero en las que no soy ducho como podrán imaginar; sí hacer hincapié que si aquellos tatatatataraaaa….abuelos nuestros no escrutaban el cielo, como era entonces de sentido común, de ahí podía venir el peligro: el pterodáctilo, el rayo e incluso, porqué no, el meteorito de turno.

Cagada de la paloma

Hoy es que ni alerta nos mantenemos a que pueda caernos la consabida cagada de paloma. En esas estamos y en aspectos más terrenales, nunca mejor dicho, cuando caemos en la cuenta, en un momento de inspiración, que ya no solo caminamos con tendencia a fijarnos en el suelo, para no “estromparnos” quizá, sino de constatar (en la parada del tranvía, en la de la guagua, ante los semáforos, en las terrazas,…) que una multitud de vecinos-vecinas llevamos la cabeza gacha atendiendo al móvil.

Una legión interminable de pescuezos sometidos a la fuerza de gravedad del aparatito que casi más que para llamar es toda la central y prolongación virtual de nuestro cerebro. Así, por doquier, por donde se mire, los cuellos (las orejas con o sin auriculares o voluminosos cascos de piloto de combate) se inclinan al vacío de nuestro mundo paralelo, de nuestro wasap inmediato (¡es que esto no puedo tardar más en mandarlo, ni un segundo,…).

Wasaps, efectivamente, que hacían presagiar que en la evolución de nuestra especie, en un futuro nada lejano se verificaría la prolongación de los pulgares en interminables y exactos adminículos táctiles. Al parecer, el asunto va dirigido finalmente más hacia la verticalidad del cogote, algo que miren que costó durante millones de años. Un gesto mimético y repetido, tozudo, que si lo miramos bien resulta hasta perturbador.

Anexo

Solo como anexo: es muy probable que en una misma reunión agradable en casa, tomando algo, en una charla amena, en un momento dado se haga el silencio (antaño era que “pasaba un ángel”). Si ojeamos, nuestros contertulios estarán wasapeando, “cuello agachado” y mirada cómplice con el dispositivo.

Yo incluido, que no me salvo de estas reflexiones. Pero sí aprovecho la circunstancia para exclamar en plan jocoso: “oigan, podríamos wasapearnos”. Risas (pero seguimos a lo nuestro).

A todas estas, y cuando estaba armando estas letras, me vino ala cabeza el tema de Silvio Rodríguez “Fábula de los tres hermanos”. Un colofón muy acertado, estimo, para esta una de las observaciones cotidianas de cada semana.