Aida González Rossi

Opinión

Los gestos de Lorrie Moore

Escritora y periodista especializada en Estudios de Género

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Pero fíjate en los gestos. Los gestos. Los gestos. Los gestos. Los gestos. Así tupí a mi novia el otro día mientras ella terminaba de leer el que fue su primer cuento de Lorrie Moore, Terrific Mother. Yo recordando el tumbarse una persona encima de otra, una tonga de dos personas respirando a velocidades distintas y una respiración alejándose por siempre, cada vez más, de la otra: en el mundo de las cuentas, 1, 2, 3, 4, 5, 6, esos dos pechos ya en la eternidad distanciados, incluso aunque coincidan en algún instante. Clic. Pero de mentira. Yo recordando eso mientras mi novia, partiéndose el culo, acababa su primer cuento de Lorrie Moore: te fijaste en los gestos o qué, le solté en cuanto lo cerró. Sí. Increíbles. Y yo ahí plácida en la cama. Alegrándome de vivir en un mundo en el que Lorrie Moore existe. Recordando el apoyar la barbilla en una mano que agarra una cuchara y dejar caer la cuchara y la tarta y todo y empezar a dormir así mismo y ahí mismo…

El año pasado, impartí un curso de relato breve. Por supuesto, les dije a mis alumnas: los gestos, los gestos, los gestos. Hice que leyeran (y me pareció muy fuerte estar haciendo que alguien leyera algo) Cómo hacerse escritora, mi cuento favorito de Lorrie Moore. El personaje del texto, un texto en imperativo y en segunda persona, va haciéndose escritora poco a poco, desviándose de su camino, entrando, a veces casi sin darse cuenta y otras haciendo tantas fuerzas que parece a punto de sangrar, en el mundo de las caras. Intenta ser otra cosa y se fija en las caras. Se queda pegada a ellas. Clic. Pero de mentira. Porque no es solo para contemplarlas: también es para armar historias a su alrededor. Historias que lee luego en talleres en los que le dicen que no tiene ningún sentido del argumento. Que no sabe construir un pasa esto, pasa esto otro, resulta que. Me acordé de esto cuando apreté el pecho contra el pecho de mi novia y me acordé también de las dos respiraciones como moscos volando en direcciones opuestas: me alegré tanto de vivir en un mundo en el que las personas sin sentido del argumento existen.

Lo que más me gusta de ese relato de Lorrie Moore es que es engañoso: te cuenta todo lo que te cuenta (alguien quiere escribir y fracasa porque se obsesiona con los gestos y los rostros y parece ser que, si quieres hacerte escritora solo por eso, no te lo mereces) para hacerse una cesta en la que poder meter gestos. Observaciones de personas que hacen cosas normales, cuerpos normales respirando con normalidad y significando, dentro de la narración, tanto. Cuerpos normales que provocan que quien los mira sienta un estallido entre las manos como el de dos kilos de petazetas babados. Al leerlos, pasa que. Clic. Sientes lo mismo exactamente, pero en el mundo del lenguaje: a, b, d, e, f, lo que jamás has visto cada vez más cerca de ti. De verdad. Y alguien señalándote esto es bello. Esto, esto. Qué bien que existe Lorrie Moore, y qué bien que existe gente que se preocupa por recoger los movimientos que no sabemos que hacemos en armazones de trama que sirven de excusa, pues sí, como los días sirven de excusa para botarse sobre una persona amada, para comer panettone, para mirar por la ventana, para morderse la punta de la lengua y sentir un gustito. A veces nos da igual lo que estamos haciendo, a veces miramos por encima de la baraja de cartas y vemos a nuestras amigas sorbiendo Coca-cola y se nos retuerce algo que podría haberse retorcido también dentro de cualquier otra actividad. Dentro de cualquier otro marco. A veces no importa lo que te cuentan, sino la voz.

Hay algo difícil de explicar cuando se habla de escribir. Me parece. Es ese coger lo que se supone que no es importante. Exprimir hasta sacarle juguito a lo que podrías borrar sin que por ello se alterara el significado del texto. Perderse en lo que no tenía que estar. Lo que no tenía que verse. Lo que no tendrá consecuencias. Lo que nos hace sentir bobas cuando se nos repite sin cesar en la cabeza y cerramos los ojos y vemos el tic de un párpado y vemos unos dedos arrancándose mutuamente, primero uno y después el otro, los pellejos de alrededor de las uñas. La vida es una excusa para tocar. Tocar es una excusa para mirar cómo se toca. Eso lo siento a veces leyendo a Lorrie Moore, diosa de lo que nadie más diría.

Las cosas que no iban a decirse. Las cosas que no iban a verse. Creo que, en vez de pulir y perfeccionar y quitar y desnudar, deberíamos buscarlas más a ellas: las cosas que no anticipábamos porque son inasibles. Por la belleza, siempre exceder y esforzarnos. Clic.

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