Aida González Rossi

Opinión

La gordofobia y mi ropa: #NoMeOculto

Escritora y periodista especializada en Estudios de Género

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Hace poco más de una semana, la plataforma ‘Stop Gordofobia’ creó el hashtag #NoMeOculto y propuso que las personas gordas que así lo quisiéramos subiéramos fotos de nuestros cuerpos visibles, despojado de esas prendas oversize que, según lo dicho en el espacio televisivo ‘La Roca’ el domingo 9 de enero, se supone que nos corresponden. La iniciativa buscaba responder a los chistes gordofóbicos hechos en el programa presentado por Nuria Roca en La Sexta:
chistes sobre vestir con ropa ancha para tapar el cuerpo. En concreto, tras engordar durante las navidades. Llevo días pensando en esto. Días entrando a mi Facebook y yendo al primer post en el que me confesé (así lo sentí en aquel momento) gorda en público, una foto del título de un capítulo de un libro: subir el retrato de un cacho de papel en el que habían impreso las palabras “¡SOY GORDA!” me costó tanto que tuve que morderme los labios con un montón de fuerza. Mientras pensaba que, para que esa página existiera, alguien tenía que haberse puesto a teclear soy gorda, a añadirle signos de exclamación, a decírselo a todo el mundo sin vergüenza ninguna, sin miedo ni sangre en los labios; llevo días abriendo el post, mirando la fecha, 1 de abril de 2016, los siete likes tímidos que me hicieron sentir, en ese momento, que había personas que me apoyaban en algo. Aunque yo todavía no supiera en qué.

Pienso, al pesar en esas bromas sobre la ropa ancha, en mí misma. Hoy, yo soy esta: me pinto los ojos de colores, me miro en el espejo y digo qué machanga soy y me río. Uso crop-tops, me subo las camisetas para que se me vea un fisco de barriga, me las ato con un nudo como hacían las niñas del colegio antes de ponerse a chingarse con el agua del grifo del baño del patio. Me visto para ser yo misma: me acuerdo siempre de Violette Leduc, quien decía algo así como que escoger entre ponerse una prenda u otra no es una cosa frívola, sino una cuestión de identidad. Yo uso esas elecciones para ocupar conscientemente los espacios, para llenar sin miedo y sin vergüenza, porque sí. Para entender que soy a la vez mi yo interior y mi yo exterior. Y porque me ha costado muchísimo aprender que puedo, pero lo he hecho.

Eso es lo que se ve. Lo que no se ve es: a veces tengo que evitar buscarme en los espejos de fuera de mi casa porque en ellos me veo distinta. A veces, cuando enseño demasiado, temo que me insulten o me escupan o me peguen por la calle. Este peligro es real, y, aunque lo sé y he sentido la amenaza mil veces, me cuesta enunciarlo. A veces me siento en un bar con mis amigas y las examino para saber si me miran raro. Aunque no lo hagan, yo busco y busco y siento, a veces, un peso en la nuca. Pienso no encajo en algo. O no merezco este atrevimiento. Me vi en un vídeo una vez, de adolescente, y me chocó muchísimo entender que por fuera era algo que no reconocía: ahora me reconozco. Y sigo, sin embargo, cargando con esa disociación ocasional, un matracazo que me
viene algunas veces. Entonces me aferro a la teoría. A la convicción. Entonces tengo que esforzarme, precisamente, por ser capaz de llevar ropa oversize, pues chistes como los de ‘La Roca’ la han convertido en un espacio que no me resulta cómodo, en algo que, por impuesto, me parece prohibido, en un muro más que me aleja de lo que normalmente creo que hago con la ropa: ser yo.

Porque he sido esta: escondida y sin amarrarme la camisa mientras las otras niñas se divertían chingándose con agua. Temblando de ansiedad en la piscina. Temiendo ser rechazada por gorda por alguien que me gustaba; siendo rechazada por gorda por alguien que me gustaba. Pensando yo también quiero ponerme un top de los del ombligo por fuera. Y no puedo. Y por qué.

Vestirme como quiero es mi conquista. Mi derecho. Ir a un acto público con un crop-top y no percibir que estoy fuera de lugar, no buscar adecuarme al estereotipo, no resignarme a que no me vean a mí. Solo a una gorda. Lo que no desean ser. Lo que nutre tantas bromas. Lo que debe taparse, existir sin ruido. No taparme es, por lo tanto, mi conquista y mi derecho; pero debería poder llevar ropa oversize si me apetece, no sentir que estoy yendo contra mi proceso, no darles ese poder a los chistes y a las ficciones que muestran que debo ser esta. No esta. No otra.

Soy gorda, y por ello llego tarde a algunas cosas. A esa expresión. Cuando iba al instituto, vestirme como me apetecía implicaba un peligro físico real, y, de todas formas, ni siquiera tenía las herramientas para comprender y construir lo que yo realmente quería. Lo que era.

La gordofobia mata. De muchas formas. Y los chistes la perpetúan. Los comentarios aparentemente banales, los ¿te vas a poner eso, tía?, la falta de representación en los medios de comunicación y en las series y las películas y los libros, la falta de igualdad de oportunidades, llevarnos a no ser capaces de jugar con las otras niñas sin saber por qué. Pero sabiéndolo irrefutablemente.