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Opinión

Hablamos de libertad los que estábamos mudos

3 minutos

Hoy me he despertado especialmente optimista, será porque me gusta el número veintidós y porque considero que esta nueva etapa que comienza, sin duda alguna muy complicada donde las haya, tiene una gran diferencia con la anterior, que no es otra que la actitud y la experiencia que hemos adquirido en esta especie de pesadilla que ya dura mucho.

En un sistema cogido con pinzas donde, de manera natural, hemos activado el “sálvese quien pueda”, el otro día me tomaba un café con un amigo cuando hacíamos una reflexión: “la queja es la única herramienta que el ciudadano de a pie cree que tiene para trabajar por una mejora del tipo que sea”. Nos estamos olvidando de hablar y compartir los unos con los otros de manera empática, para buscar soluciones a los grandes retos de nuestra sociedad. Hemos aceptado la norma por buena y nos hemos quedado mudos.

Es gracioso, porque depositamos toda la responsabilidad de nuestro bienestar laboral y personal en las administraciones públicas, obviando que en muchas ocasiones somos los máximos responsables de los cambios, de nuestra felicidad. Somos libres para trabajar por algo mejor en cualquier ámbito de la vida, pero también somos conformistas, porque es más fácil echarle la culpa a otro que asumir nuestra falta de compromiso.

La noticia de la comparativa entre las muertes por COVID y la de los suicidios, sobre todo entre la población más joven, son escalofriantes. Los datos del desempleo juvenil en Canarias son escalofriantes. La falta de proyección de las empresas por su incapacidad para crecer es escalofriante. Los debates de la televisión donde, cual telenovela de los noventa, ya sabes quien defiende a quien, sin ningún tipo de criterio, son escalofriantes. Pero como decía al inicio, hoy me siento optimista.

Vienen tiempos difíciles, tiempos de los que no se recordaban, donde la globalidad del mundo nos asfixia. Donde no manejamos la magnitud de los datos y la calidad de vida de las personas es un verdadero drama. Trabajadores pobres, pequeñas y medianas empresas endeudadas y una legislación departamentada, que no es capaz de ver la problemática en conjunto de nuestra sociedad, me hacen poner el grito en el cielo. Los que creemos en un mundo mejor, donde las personas estén en el centro de las decisiones, no nos podemos quedar atrás sin hacer nada.

Últimamente, si me sigues en mis publicaciones, hablo de una revolución de ideas a la que poco a poco le estamos dando forma, pero, ¿en qué consiste? Te lo cuento.

Tenemos que abordar los institutos y las universidades para reflexionar con las generaciones venideras un modelo de planeta que no les castigue. Hacerles parte del proyecto de mundo, y, en mi caso, del proyecto de Canarias, que queremos construir, pero con ellos, nunca sin ellos.  No nos olvidemos que la educación es la base de todo.

Tenemos que generar espacios de encuentro con la sociedad civil y por eso, seas quien seas, pienses como pienses, te invito a estar cerca para que podamos trabajar en cambiar las cosas de verdad, sin miedo y con ilusión, porque esto último es sin duda uno de los motores fundamentales que nos va a permitir hacer posible lo imposible.

Tenemos que trabajar la empatía para poder enfrentarnos a los retos de la sociedad, lo tenemos que hacer porque es una cuestión de vital importancia, estamos hablando de las cosas importantes, de “las cosas de comer”.

El camino es largo y seguramente farragoso, pero soy optimista porque creo que es una aventura a la que poco a poco se irá sumando gente que quiera mejorar las cosas, gente que no piense igual, pero que tenga un mismo propósito. Al fin y al cabo, yo he venido aquí con las ideas claras: hacer que las cosas sucedan.

Últimamente hablo mucho con gente muy diversa y de todo el espectro político. Hablo de temas interesantes en la peluquería, con la familia o el equipo en el trabajo... gente de todos los planteamientos y creencias que se van sumando a la idea de construir algo mejor, y eso me hace muy feliz. Es por esto por lo que me siento especialmente optimista, porque entendemos que las cosas son mutables y que pueden cambiar si nos esforzamos lo suficiente. Hoy hablamos de libertad los que estábamos mudos.