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Imagen de un hombre con un ordenador / EFE

El hombre como ciberdelincuente para el hombre

Las estafas y engaños  de los ciberdelincuentes son cada vez más sofisticadas, y, lo que es peor, cada vez más personalizadas

Todo está escrito, pero todo lo podemos escribir de nuevo. Todo está inventado, pero todo está todavía por inventar. No es un contrasentido, ni tampoco es un oxímoron metafórico. Cada nueva novela que se escriba y cuente un tiempo nuevo será distinta a las otras novelas que contaron otros tiempos, o a las que escribieron los humanos con otros conocimientos. Virginia Woolf nunca supo lo que es Internet, pero tampoco Galdós o Hemingway, y los que murieron hace apenas cinco años tampoco oyeron hablar de la Inteligencia Artificial y de todo lo que iba a cambiar nuestras vidas. Bueno, corrijo, hubo un adelantado ante quien nos tenemos que quitar el sombrero una y mil veces, se llamaba Isaac, y se apellidaba Asimov, ese genio sí contó la IA y este mundo extraño y distópico que estamos viviendo cuando nuestra tecnología casi limitaba al futuro con las máquinas de escribir o con los coches teledirigidos.

En ese mundo nuevo que está por escribir y por contar, aparece también la filosofía, la ética, los cuadros de costumbres, la antropología y esa repetición constante del ser humano cuando se junta con otros y termina peleando, enamorándose o jugando al boliche o a verdades y mentiras. Recuerdo que en las clases de filosofía, cuando estudiábamos filosofía en los institutos para aprender a pensar, a hacernos preguntas y a tener sentido crítico, la profesora nos habló de Hobbes y nos recordó primero en latín - nosotros entonces también estudiábamos latín para aprender a pensar- y en español más tarde, aquello de Homo homini lupus, o sea, que el Hombre es un lobo para el hombre, que es algo que luego escuchamos mil veces sin citar a Hobbes, como mismo escriben frases de Galileo o de Maquiavelo sin reconocer autorías. Uno se ponía a pensar entonces y recordaba a Hitler, a Stalin y compañía, y le daba a sentido a esa sentencia del filósofo inglés; pero ahora, si lo llevamos al día a día, creo que habría que decir que el ser humano se ha convertido en un ciberdelincuente con el ser humano. El lobo nunca fue malo, y fue perseguido y estigmatizado desde la barbarie y la ignorancia, como tampoco es mala Internet ni el avance sideral de las tecnologías, las IAS o los metaversos. Umberto Eco sí recordaba que un mono conectado a Internet seguía siendo un mono, y creo que eso lo entendemos todos mirando un rato cualquier red social más o menos conocida. 

Lo que sucede ahora es que el ser humano ha sacado lo peor de sí mismo para robar, estafar, aprovecharse del desconocimiento de los mayores o de los que entienden cada día menos este mundo, enviando mensajes por todas partes, un día por correo electrónico, otro por whatsapp y al siguiente por SMS, en los que te dicen que mandes dinero para retirar un paquete que no has pedido, que le ingreses unos euros a tu hijo porque lo necesita o que tienes unas pocas horas para pagar una multa que te llega con unos logos casi idénticos a los de la Guardia Civil o de DGT. Algunos dudan, se paran y analizan; pero muchos actúan movidos por el miedo a esos mensajes y responden o pagan un dinero que difícilmente recuperan. Las estafas y engaños  de los ciberdelincuentes son cada vez más sofisticadas, y, lo que es peor, cada vez más personalizadas, se dirigen a ti por tu nombre y te ponen todos tus datos en lo que reclaman.

Digamos que ahora mismo ya casi no sabemos qué es verdad y qué mentira en ese pandemónium en  el que estamos convirtiendo ese espacio que ya no es virtual, sino el espacio en el que tenemos que manejarnos para cualquier trámite, siempre sacando a pasear a los cuatro vientos nuestro certificado electrónico o todas esas claves que ya casi no somos capaces de recordar porque no te dejan poner ninguna de esas fechas que nunca se olvidan, tu cumpleaños o el cumpleaños de tu padre o de tu hijo. Ya no somos lobos para nosotros mismos. Ahora somos ciberdelincuentes. Ya los ladrones no entran con la cara tapada en las sucursales bancarias: en estos tiempos les basta con hacer un envío masivo sabiendo que siempre habrá despistados, timoratos y mucha gente a la que este mundo tecnológico les resulta cada día más peligroso e incomprensible. Y lo peor es que los que debían velar por nuestra ciberseguridad suelen ir casi siempre unos pasos por detrás de toda esa malhadada virtualidad de monipodio que van inventando esos cerebritos a los que el eufemismo de estos tiempos tan pueriles ya ni siquiera llama ladrones, estafadores, o como escribiría Cervantes, salteadores, bellacos, facinerosos, cacos y, por supuesto, rufianes y forajidos.