Cualquiera que haya asistido a un congreso de negocios sabe de lo que hablo. Esos hoteles impersonales con alfombras que huelen a café recalentado, las acreditaciones colgadas al cuello, las mesas redondas que suenan más a presentación comercial que a reflexión profunda, y los pasillos convertidos en la verdadera zona de acción, donde se intercambian tarjetas de visita y sonrisas ensayadas con la misma destreza que un esgrimista mueve su sable. Siempre había un momento en que alguien se acercaba y decía: “Oye, te vi en el programa, me sonó interesante lo tuyo”. Esa frase abría la puerta al contacto, al intercambio, al futuro acuerdo.
Hoy esa escena se ha trasladado a LinkedIn. La frase ya no es “te vi en el congreso”, sino “te vi por LinkedIn”. Cambió el lugar, pero no la dinámica: seguimos observando, comparando, evaluando. Solo que ahora el escaparate es mucho más grande, mucho más público y, sobre todo, mucho más teatral. Porque LinkedIn ya no es tanto una red profesional como una pasarela donde cada perfil se convierte en personaje, cada cargo suena a título nobiliario y cada logro se presenta como si fuese un capítulo de Juego de Tronos.
En este zapping digital aparecen ejecutivos y ejecutivas de alto estatus con cargos kilométricos, empresas que suenan a imperios aunque quizá sean un par de mesas en un coworking, y biografías que parecen escritas por guionistas de Netflix. Todo está cuidado al detalle: la foto de perfil con el ángulo exacto, el titular que suena más a lema que a descripción, y los posts que convierten lo banal en épico. Y claro, mientras uno navega entre perfiles, no puede evitar pensar que LinkedIn ya no es un currículum abierto, sino un reality laboral en el que competimos por la atención del público.
Un estudio citado por El Economista señalaba que el 91% de mujeres encuestadas en Estados Unidos había recibido mensajes inapropiados en LinkedIn, desde insinuaciones ambiguas hasta propuestas directas. El dato es contundente, aunque no significa que sea un fenómeno exclusivo en una sola dirección: simplemente es lo que se midió. Lo importante aquí no es repartir culpas de género, sino reconocer que LinkedIn, como antes los congresos, se ha convertido también en un terreno de cortejo encubierto. Y lo inquietante no es solo que ocurra, sino que ocurra en un espacio que se supone diseñado para hablar de negocios.
La explicación es sencilla y compleja a la vez: vivimos en una cultura que nos empuja a buscar validación constante. En un mundo donde el valor personal se mide en ascensos, títulos y notificaciones, no es extraño que muchos recurran al “me gusta” o al mensaje privado como pequeñas píldoras de pertenencia, de deseo o de reconocimiento. Por eso no sorprende que junto al postureo épico encontremos también perfiles inflados hasta la caricatura, con títulos falsificados y currículos de fantasía. Si alguien alguna vez exageró en un congreso diciendo que “tenía línea directa con un ministro”, hoy lo hace en LinkedIn, solo que con un MBA en Harvard que nunca existió.
Ahora bien, sería injusto pintar todo de negro. Hay quienes usan LinkedIn con inteligencia, compartiendo aprendizajes reales, contando errores con honestidad, explicando estrategias que funcionan y que generan valor. Son los que logran enganchar de verdad, no porque monten un reality show de su vida laboral, sino porque aportan algo que el resto puede aprovechar. Ellos son la prueba de que la red no está condenada al ruido, sino que puede ser un espacio de crecimiento colectivo si se utiliza con coherencia.
El problema, claro, es que lo que más se premia no siempre es lo más valioso. Como en televisión, el prime time lo ocupa el espectáculo. Y así, LinkedIn se convierte en una mezcla rara entre escaparate profesional, feria de egos y pasarela de validación, donde lo que debería inspirar a veces acaba cansando.
Decir “te vi por LinkedIn” se parece mucho a decir “te vi en la tele”. Todos sabemos que detrás de la escenografía hay una persona real, con aciertos y con errores, pero lo que nos llega es el personaje editado, iluminado y listo para el consumo. Y mientras tanto, seguimos haciendo zapping entre perfiles, atrapados en este canal infinito donde todos competimos por ser vistos, aunque lo que mostremos no siempre sea lo que somos.
