Carmen Peña

Opinión

Fui a Masca, tenía razón, la magua de mi tierra existe estando aquí

Portavoz de Drago Tenerife

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En otra ocasión pensé intentar darle sentido a la amalgama de sentimientos que me generaba el desarraigo de la tierra nuestra atravesado por el uso y abuso de la misma por la actividad turística, medio desahogo, medio teorización sobre el desarrollo de la identidad canaria ligada al territorio.

Con el fin de curarme el corazón, quitarme las culpas por no haber estado en sitios turísticos y emblemáticos de Tenerife y aprender a no prejuzgar, le propuse a mi equipo titular —mis amigos— que me acompañaran en un pateo se supone que sanador al fondo del barranco de Masca, nada más lejos de la realidad, y aquí vengo a contar nuestra experiencia.

Primera misión: conseguir entradas. Después de un par de semanas refrescando la página web sin plazas disponibles, empiezan las frustraciones; si pagas una excursión guiada la empresa turística te saca la plaza y el seguro sin problema, la fecha que quieras; pero nosotros, que queríamos ir por nuestra cuenta, no encontrábamos, y ante la incertidumbre empezamos a pensar: ¿cuántas plazas sacarán a la semana?, ¿están disgregadas entre locales y uso turístico por parte de las empresas de guías?, ¿dónde está esa información?

Empieza la sombra de duda sobre la gestión de Masca y sobre si en todos esos planes públicos de regulación en el medio natural, participativos, wow, por empresas, distintas áreas de organismos públicos, turismo, y tal, ¿se ha pensado en el acceso y uso de los canarios a nuestros espacios naturales? Je ne sais pas, no lo parece. Vamos a no pensar mal, pero cuando llegamos al barranco les aseguro que ese día los únicos canarios bajando éramos nosotros y dos paisanos más.

Llegamos al centro de visitantes, todo muy cuqui, buena inversión en paneles y sillones de diseño, y allí vamos pasando lista para que nos den la charla de bienvenida y el casco para bajar el barranco, todas ilusionadas, preparadas y equipadas correctamente. Nos llevamos la primera en la boca cuando la trabajadora de Tragsa —italiana— nos indica que no llevábamos el calzado adecuado —unas botas de montaña como está mandado con el tobillo recogido y la suela con tacos— y entonces nos da la solución mágica, que vayamos a la parte de arriba del pueblo que hay un pibe que vende los tenis de trekking más baratos del Decathlon, que en tienda cuestan equis y él los vende al doble, y que bueno, que por ser canarios seguro que nos hace rebaja —esto delante de los turistas a los que el pibe acababa de estafar—, porque sinceramente, serán de trekking, pero son los tenis más malos para bajar el barranco que vi nunca. Pero mira, eso sí parece ser idiosincrasia canaria, aprovechar las miserias para hacer negocio.

La discusión, después de idas, venidas, argumentario sinsentido y dejar pasar primero a todos los guiris —porque estábamos entorpeciendo, ojo, que gestionar un conflicto que estaban generando ellos era entorpecer el trabajo—, se saldó enseñando la página web donde se señalaba que el calzado que yo llevaba era de montaña… Luego vino el victimismo y las disculpas de las trabajadoras, es que tú no sabes el paquete que me cae si dejo pasar a alguien con el calzado que no es, hay un montón de rescates por helicóptero que son carísimos todos los años, por eso ponen una regulación tan estricta, no es nuestra culpa que dejen pasar a turistas sin preparación física para hacer el barranco, etc.

Vale, es que el barranco de Masca es un barranco, no es una avenida, no es un paseo, no. Es un barranco, y como tal, tiene su idiosincrasia de barranco propia del territorio canario, peligros para bajar y para subir, eso déjenme que les diga que un canario lo tiene clarito como el agua. Y entiendo perfectamente que sea responsabilidad del organismo correspondiente de gestión indicar los riesgos y regular, ¿pero regular así?, no lo creo la verdad.

Después de tan desagradable mañana bajamos el barranco enfurruñados, flipando con el paisaje pero enfadados, entre broma y broma sobre lo que acabamos de vivir. Los que habían venido años antes flipaban con el antes y el después de la experiencia tras la aplicación de las restricciones para transitar el barranco, y no en positivo.

Ya de la intervención que han hecho con carteles para señalar piedras con las que te puedes golpear y las cadenitas que han puesto para que la gente se vaya agarrando no hablamos. Bueno, si hablamos, gracias por estropear el paisaje natural señalando cosas que son obvias, pero bueno supongo que señalar a los turistas que no están acostumbrados a transitar barrancos es más importante que conservar los sitios naturales, qué debates estos entre intervención y conservación eh, dónde estarán los límites y, sobre todo, dónde estarán los intereses —los de la ciudadanía canaria digo—.

Llegamos abajo del todo, y para terminar, distopía en medio del paraíso: la playa cerrada con una cuerdita y el personal vigilando para que no pasen los senderistas. La zona de la izquierda en el arenal tiene desprendimientos y no se puede pasar, hasta ahí entendible. Pero luego tampoco podíamos pasar al embarcadero, nuevo y a estrenar, hecho con una inversión de 1,6 millones de euros, que fueron ejecutados por la empresa Satocan, por encargo del Cabildo de Tenerife.

Los currelas de Tragsa que estaban abajo nos dijeron que lo inaugurarán en julio, cuando se termine el chiringuito que están haciendo abajo. Según la consejera insular de Gestión del Medio Natural y Seguridad, Isabel García, el embarcadero se usará para “recoger a los caminantes que recorren el camino del barranco y salgan por mar hasta los Gigantes, o en un futuro hasta Teno, cuando se construya el embarcadero de esa zona”, es decir, para que los turistas no tengan que hacer la subida que es muy dura, pues ya los sacamos del barranco en barco, que pasen por caja beneficiando al chiringuito y a las empresas de barcos que vayan a recogerlos. Todo eso en un espacio natural protegido mirando el show de barcos de turistas con la música a todo meter dándose su chapuzón pagado delante del barranco de Masca en la playa que nosotros no podíamos acceder después de bajar el barranco, nice. Menos mal que estábamos abajo para evitar enriscarse gritando Atis Tirma.

Ahí, al borde del síncope, y a las dos de la tarde, —porque claro, la normativa de barranco incluye un horario super chachi y todos sabemos que subir barrancos a la hora de más solajera es lo mejor— hicimos el ascenso en penitencia callados y mascando emociones. Porque sí, Tenerife y el Cabildo despiertan emociones, despiertan coraje, hartazgo, rabia y frustración, entre otras. Tenía razón al sentirme ajena a mi tierra en espacios donde no se pueden disfrutar viendo la atracción turística en las que lo han convertido, la magua totalmente justificada.

Al final del día, la reflexión resultó en el uso turístico de los espacios naturales, ya no solo la gran afectación de esta actividad al territorio y su impacto en los recursos naturales de por sí, sino en lo que significa para los canarios la turistificación de los enclaves naturales de inmenso valor. Nada que hablar sobre la normativa que respecta a la seguridad, pero la gestión, regulación y su aplicación actual resultan en que Masca parezca una atracción de Jurassic Park.

Y estas regulaciones ocurren cuando los sitios se empiezan a turistificar y masificar, no antes. Y al final, los canarios que queremos disfrutar de nuestros espacios naturales como se viene haciendo de toda la vida, no podemos, y tenemos que pasar por el aro de las normas de guirilandia. Ahí les dejo la experiencia y la reflexión, para repensar sobre la gestión de los espacios naturales y para poner pie en pared con las medidas que se vienen, porque día a día la masificación no para y los organismos públicos gobernados por los de siempre les seguirán poniendo la alfombra al de fuera. Ya se me quitaron las ganas de ir a sitios turísticos, eso no va a curarme la magua.

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