Aida González Rossi

Opinión

Mientras yo existía, tú existías

Escritora y periodista especializada en Estudios de Género

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¿Se nota cuando alguien fue una niña sola? ¿Una niña sentada en un sillón de pinocha, las canillas picadas todas y los labios fingiendo ser chicles y el corazón acelerado de tanto y tan mal bebido (eructo) 7-up? ¿Los ojos cerrados, baja la persiana, ruidos de la calle que no quiero conmigo porque soy la única que está? ¿En mi cabeza? ¿Entre los pellejos de mis dedos que mira que apestan, fos? ¿No ven ustedes que nadie más en el mundo decidió ponerse aquí debajo de este árbol que me llueve chingos de luz y mierda ojalá no de paloma y que no hay mechones más enredados que estos, o al menos no enredados de esta forma exacta, no ven que, si ocupo yo un espacio, es porque yo existo? Existo yo; yo sola.

 

¿Y cuando alguien fue una adolescente sola? ¿Eso se nota o qué? O sea. Ya no disfrutar de que la cabeza sea un tupper hermético de los que mi abuela usa para guardar las cosas que más fácilmente se echan a perder. Haber sido ya un cuarto. No propio pero sí trancado. Y haber arañado las paredes, exprimido los espinos del gotelé, lamido las bombillas encendidas, olido las barrigas de los bichos que sí pueblan ese espacio pero no cuentan porque no sienten burbujas en el sexo así por la mañana: el reverso de descubrirse sola y por ello entera es saber que nadie va a entenderte jamás. Porque, si nadie es capaz de entrarte por las orejas y jurungar en tus recuerdos para sacar la emoción horrible que te provoca que te duelan de esta forma las muelas, ¿cómo el encuentro? Y, más allá de eso: alguien que fue una adolescente sola. Irte al baño aunque las otras se coman todas las papas locas mientras tú no estás. Para pensar tus burradas con la barbilla apoyada en la palma de la mano, la boca trancada como el tupper ese del que ya no querrías volver a acordarte, quiero conexiones pero solo encuentro no seas como eres, marimacha. Mirar a las chicas. No, quieta. O mirarte a ti misma. Y esta cosa. Sentir que debes salirte de algo a lo que no sabes cómo entraste ni si entraste ni si se puede salir: odiar haber sido una niña sola. Aunque hayas amado ser una niña sola. Odiar haber aprendido tu individualidad si luego ibas a estar encerrada en ella. Odiarte.

No sé si se nota, yo a veces me pongo delante del espejo y doy vueltas y me busco marcas, me parece inconcebible que dos sensaciones tan hondas no me hayan dejado ni una sola rajada, ni un solo mordisco o lunar: tampoco la otra cosa. La otra cosa que supe hace tan poco. Una amiga contándome que también estuvo en un sitio en el que yo estuve antes de que nos conociéramos. Pensé, cuando me lo dijo, chos, chos, chos:

Las personas con las que nos encontramos existen antes de que sepamos que existen. Durante todos los momentos de mi vida, las mías han estado respirando. Comiendo. Metiéndose en un baño para pensar tranquilas. Pienso mucho en esto: a lo mejor hallar gente que te saca de esa soledad de no sé compartirme no voy a poder nadie entiende nada ni me rasca los picores de los omoplatos y yo me sollo toda y cómo decir esto y pongo la boca así para que no se me salga y no me dejen es, puede ser, no ser ya una adolescente sola. Pero sí haber sido una niña sola. Sí seguir conteniendo esa individualidad afilada, sí aún nadie más puede pensar dentro de mi cráneo, sin embargo aprender también que eso no significa que no haya acceso, que, para compartirse con las otras, es necesario un esfuerzo: y el esfuerzo no es un síntoma de menos amor. Al contrario. Hago lo imposible. Me deslimito. Invento lenguajes para que me sepas. Somos y después, si tenemos la suerte de querer hacerlo, dejamos de lidiar con lo que, cuando nos convertimos en adolescentes solas, pensamos que era la penitencia: alguien amará tus burradas. Alguien te las leerá en la lengua. Alguien te echará coca-cola en el vaso para que tú no lo reboses como siempre. Alguien dirá tu nombre. Entero sin equivocarse.

Las amigas de hoy me salvan. De todas las veces que necesité, ayer, amigas. Como las que solo ahora sé tener conmigo.