Aida González Rossi

Opinión

Mis amigas del messenger

Escritora y periodista especializada en Estudios de Género

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Las amigas del messenger eran para todo: para contarse qué tal el día en el instituto asqueroso me tiene harta la de sociales hoy dos chicas se hicieron un piercing en el fondo de la clase tú te crees que eso es normal. Para construir lenguajes propios. Irrepetibles como los que aprendemos a formar acostadas con otras amigas sobre una sola toalla de playa: con las del messenger no se pegaba una risa así como de cochino, sino un poner el xd en mayúscula o en minúscula o no ponerlo en absoluto porque el clima de la pantalla (cambiante según con quién hablabas: igual que los espacios, igual que el tacto de la arena más suave si la voz recibida lo es) despermitía eso. Las amigas del messenger eran para contarse la vida entera, para jartarse juntas a coca-cola, para caminar de manos imaginarias por un laberinto del Habbo, para entrar en conversaciones grupales y sentirse en fiestas en las que una lluvia de puntos de colores de un foco bajo el que bailar mejor, para pasar mañanas enteras, tardes enteras, noches enteras hasta que empezaba a amanecer y: en mi mundo está amaneciendo; en el mío no, pero decido que en este que se forma entre nuestras dos cams sí esté saliendo el sol como un tiro, las amigas del messenger era para inventarse formas de hacer lo que era tan posible hacer con las amigas de carne, para descubrir a través del artificio que había otras cosas que podían suceder sobre el suelo del ordenador. Yo aprendí a escribir así: traduciendo mi vida para que personas que no podían experimentarla la entendieran. Yo descubrí así que convertir la vida en texto es un poder, que explorar la particularidad de una es un poder, que indagar para ver qué es lo que somos bajo lo que supuestamente somos es un poder. Eso lo entendí junto a mis amigas del messenger, que eran para todo: también para crecer.

Sin embargo, pasaba una cosa. No nos habían enseñado que la intimidad podía darse en un tap tap de teclas roñosas o en el recuadro de una webcam o en una foto pixelada de una ventana; parecía que nadie lo sabía, y nosotras, por ello, teníamos que cortar cachitos de las flores que las amigas del messenger nos hacían crecer dentro de las barrigas. Prudencia; esto no existe en realidad. Un viejo verde haciéndose pasar por esta persona tan amada. O simplemente vernos en el futuro y descubrir que es verdad que no somos esta capa que nos habita dentro y parece tan real, esta yo de la que tiramos con el movimiento de escribir deprisa, o simplemente. No sé. Cómo vas a querer sin la misma sal de pipas pintándoles las cortadas de los labios. ¿Amor sin cuerpo? Muchacha, te toca aflojar.

Tengo que pedirles perdón a mis amigas del messenger. Por no recordarlas lo suficiente, por haber dejado que me arrastrara, al crecer, ese chorro de menosprecio que me hizo suponer que no las conocía. Tras haberles visto tantas venas. Tras habernos asfixiado de la risa todas como niñas chicas imposibles de deseschavetar: tras habernos cuidado siempre.

Ahora resulta que amo leer y amo escribir, que me digo cada día que alguien sí puede ser momentáneamente lenguaje, que el lenguaje sí es la forma de engañar a la realidad para conseguir estar donde nos estamos, hablar cuando no hablamos, formar un tacto donde no podría jamás de los jamases haberlo, ahora resulta que me envío whatsapps con mis amigas actuales y nos pasamos dos horas escuchando juntas Motomami canción por canción justo cuando acaba de salir porque qué importa, si queremos hacerlo, que no nos encontremos en ese momento justo en la misma cama chirriante de la misma habitación, ahora resulta que escribo cartas de amor por mail porque sé que sola en el escritorio de mi cuarto puedo acceder a una intimidad que es tan diferente a la de las pipas y la sal y la toalla. Ahora resulta que voy y reconcilio. La forma de querer por messenger y la forma de querer besando. Y me doy cuenta de que. Siempre lo supe y, sin embargo, pasaba que.

Nadie sabía, cuando yo ay qué sudores de lo bien que me lo estoy pasando con esta persona cuyo sudor intento con todas mis fuerzas imaginar, que así se podía querer. El amor no me bastó para saberlo yo: el amor viene articulado, nos enseñan, y se incrusta en una caja y se reconoce desde la mirada ajena. Querer así no es querer. Aunque sea querer tanto. Tengo que pedirles perdón a mis amigas del messenger: cedí a la trampa, me caí en ella como la basta más basta de todas, tengo que decirles a mis amigas del messenger que de nuevo me enseñaron algo y que ahora elijo el amor. Detectarlo yo, nombrarlo yo, hacerlo a su propia medida yo: entender cada vínculo dentro de sus parámetros y no de los parámetros que aprendí cuando aún no existía.

Aprendí tarde, pues, esto de mis amigas del messenger: a ser valiente y escarbar en lo que las cosas son bajo lo que supuestamente son. A honrar a quienes amo. Aunque nadie sepa todavía que nos podemos amar de estas formas; nosotras sí, nosotras siempre sí, nosotras por supuesto y punto.

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