Nací en los 80. Aprendí a soplar cartuchos, a escribir /nick en el IRC, a quedar en Messenger y a despedirnos en Tuenti sin saber que era un adiós. Cada plaza tenía su acento. Hoy la plaza es un rectángulo vertical que no espera a nadie. Ahí —en el scroll— es donde Canarias se juega parte de 2027. Y ahí es donde muchos han perdido el hilo.
El feed no es un tablón; es una plaza. Y la plaza no perdona el postureo. Hemos analizado una muestra relevante del archipiélago —Carolina Darias, María Fernández, Augusto Hidalgo, Onalia Bueno, Teodoro Sosa, Daniel Morales, Fernando Clavijo, José Manuel Bermúdez, Ángel Sabroso, Alfonso Cabello, Rosa Dávila, Yone Caraballo, Casimiro Curbelo— con sus matices y contextos. No vengo a pasar lista de aprobados o suspensos: lo que importa es el patrón que se repite. Foto de reunión con texto anodino. Chaleco amarillo. Acting de presentación. Vídeos sin encuadre. Acompañamiento sin alma. Publicaciones que constan, pero no conectan. Y una pregunta que atraviesa todo: ¿saben dónde están?
Las redes ya no solo amplifican: desmontan y señalan. Todos recordamos dos escenas muy de aquí —y ambas dicen mucho del poder de la plaza digital—. La primera: Natalia, una tiktoker de las Islas con más de 4.000 seguidores, revolucionó las redes al publicar un vídeo que acumuló más de 3.000 comentarios, 90.000 me gustas y 1,3 millones de visualizaciones. En él, lanza un mensaje claro: "Estoy harta de este estilo de vídeos que idealizan un estilo de vida aquí que no se corresponde con la realidad para muchísimos". En horas pinchó la postal del “paraíso” y abrió un hilo de réplicas, dúos y stitches que impuso agenda más allá de las pantallas. La segunda: una gráfica difundida por la cuenta del PP nacional el Primero de Mayo que nos confundía con Hawái; quiso inspirar y acabó en auditoría colectiva. El stress test lo hace la comunidad a cielo abierto: si el mensaje es fake o ignora contexto, vuelve como boomerang. Y deja marca. Obviamente terminaron borrando.
Vivir en el scroll
Hay una consigna de plató que aquí no sirve: “que hablen mal de mí, pero que hablen”. En televisión había audiencia cautiva; en el móvil hay dedos. El público que creció con la Mega Drive y vive en el scroll decide en dos o tres segundos. La bronca infla vistas, sí, pero vacía confianza y baja la afinidad. El algoritmo es notario: levanta acta de lo que hacemos con el dedo. Si te pasan de largo, tu mensaje no existe.
Melodía y base. El mensaje es la melodía; el formato, la base rítmica. El rock te arrastra por la guitarra; el reguetón por el dembow. En redes necesitas las dos cosas: idea clara y pulso nativo. Demasiadas cuentas tocan una melodía decente sobre una base que no entra (copys solemnes, encuadre de boletín, subtítulos que estorban) y otras presumen de base sin canción (trend hueco, pose sin relato). Resultado: ruido. Y el ruido no persuade.
Ropa de brega no es cualquier ropa: es la disposición a entrar al terreno sabiendo que saldrás con arena pegada. En nuestra muestra política hay momentos donde se nota esa disposición: clips que respiran calle y lenguaje cercano, pequeños recaps de semana, cámara que acompaña más que posa. No es que “unos bien” y “otros mal”: es que ahí aparece verosimilitud, y cuando aparecen la plaza se queda. En muy pocas ocasiones, a ratos, también asoma: un plano corto honesto, una respuesta a tiempo. Son chispas que confirman la intuición: no falta contenido; falta sentido.
Y ojo a la trampa del atajo. Externalizar la voz en cualquier altavoz grande no garantiza nada. En Canarias la puerta la abren comunidades reales: campus, oficios, escenas culturales, barrios. Ahí operan los creadores que importan —nano y micro—, los que te presentan sin gritar. A ellos se les elige por encaje y credibilidad, no por cifra. Señales para acertar: retención y guardados por encima de vistas, comentarios que hablan del contenido (no del peinado), coherencia con su histórico y una audiencia cuya geografía coincide con donde quieres estar. Si eliges por volumen, te llenas de aire. Y el aire, en campaña, pesa cero.
Otras leyes
Quien lleva años caminando territorio sabe llegar al votante y ganar elecciones. Eso es verdad. Pero también lo es que el voto joven vive en el móvil y se rige por otra ley: la confianza acumulada. La confianza no se compra; se construye. Se oye —como un bajo que sostiene el tema— cuando encadenas diez piezas y todas suenan a la misma voz. Cuando hay melodía y base. Cuando el gesto y la frase no se pisan.
Nací en los 80. Vengo de los recreativos, del /nick, de los foros y de la primera vibración del bolsillo. Sé reconocer cuándo una pieza se queda y cuándo es ruido de fondo. Por eso, cuando veo el desfile de fotos de reunión, los chalecos en serie y los vídeos sin encuadre, no pienso que falte trabajo: pienso que falta relato. Falta hilo. Falta ese montaje invisible que une escenas y convierte la secuencia en película.
Y ahí está el punto. Canarias no necesita más planos generales con sonrisa de cierre; necesita planos cortos con verdad. No necesita gritar más; necesita afinar. No necesita parecer joven; necesita saber estar donde está la gente joven. Si quieren música, que suene canción y no solo base. Si quieren lucha, que se pongan la ropa de brega de verdad: la de fajarse en la arena del feed, aceptar el stress test de la gente y sostener el mensaje cuando llega la réplica.
Porque al final todo se resume a un gesto: el dedo que se detiene. Cuando eso pasa, por un segundo la plaza vertical se calla. Y uno siente que, al otro lado, hay alguien que no habla para el espejo ni para el algoritmo, habla para ti. Ese segundo —ese— es el territorio que va a decidir 2027. Y ahí, créanme, algunos aún no han entrado. Los que entren, se van a notar. Y nos van a encontrar.
