Nacionalista, reguetonera y sin futuro

Carmen Peña

Hace unos días ocurrió un evento canónico en mi vida de joven canaria independizada sobreviviendo a la vida adulta. Como decía un artículo esta semana en la prensa local, el perfil de la persona joven canaria es “nacionalista, reguetonera y ahorradora”. Sí a todo, pero lo de ahorrar pagando el alquiler, las facturas de agua y luz, el gas porque el potaje sabe mejor, la compra intentando que los productos sean de aquí, la gasolina… Pues bueno, it´s a thing la verdad. 

Vamos, que viendo el panorama, cotizando desde que pude y muy orgullosamente pagando mis impuestos, sé perfectamente que con quienes gobiernan y han gobernado Canarias hasta ahora tengo más papeletas para ser desahuciada que para ser propietaria, y no se dejen confundir con los que intentan dibujar al enemigo entre los de tu misma clase, porque te están haciendo la cama y se van a llevar el chico y el juego completo. 

En fin, dejé de usar el móvil como un router, de cuestionarme cada mes por qué no me alcanzan los datos y por fin contraté wifi en casa, y no voy a hablar de la empresa porque se dice el pecado pero no el pecador, pero la visita del instalador me dejó virada para el resto de la semana. 

Viene el pibe y como buena señora de mi casa le ofrezco café y palique mientras trastea con los cables y aquí empiezo a flipar. Él es de origen colombiano, viviendo desde hace diez años en Tarragona, con su mujer y dos chinijos que ahora están en el campamento de verano y se van a pasar las vacaciones escolares sin poder ver a su padre. ¿El motivo? Su empresa. 

Una empresa que usa un modelo sin fisuras para precarizar a sus trabajadores y sacar la máxima rentabilidad a su negocio de instalación. Tienen una plantilla que van moviendo a demanda por todo el Estado, para ir encargándose de la instalación siendo ellos una subcontrata de la compañía que ofrece posteriormente la operativa. Vamos, que a este pibe lo que hacen es llamarle y preguntarle si está disponible para una ”misión”. Lo mandan tres meses a donde sea, en este caso a Tenerife, a instalar  todas las redes wifi que quiera y pueda, viviendo en un piso compartido alquilado por la empresa con otros currelas que están haciendo lo mismo.

¿Horarios? ¿Días de descanso? Depende de la plata que quieras hacer, me responde. Un día que te tomas de descanso, pues menos dinero que va para la casa. ¿Y te sale a cuenta trabajar así? ¿Lo ganas bien por lo menos? Pacerita, ¿tú tienes muchas preguntas, no? Me pasé de indiscreta, obviamente no lo gana bien y es lo que hay, pero con tres cucharadas de azúcar en el café me cuenta de su historia de vida, de huir de la violencia, de vivir y sacar la familia pa’lante como sea. Así que por lo menos le recomendé un par de sitios en Candelaria, donde se están quedando, le hablé de los guanches, de Txaxiraxi y de las dinámicas coloniales en la isla. Listo el wifi y el aprendizaje mutuo. 

Primero que todo, me parece perfecto que la clase obrera migrante se desplace a donde necesite y considere para construir un proyecto de vida, sin criminalizar su proyecto migratorio; que los necesarios debate sobre la Ley de Residencia —que si la hubieran aprobado en los años 90 no estaríamos así de masificados— no se vean atravesados por el racismo

Segundo, qué sentido tiene este modelo, cuando la empresa podría formar y emplear a personas del Archipiélago para que tengan aquí un empleo digno y estable. Es decir, generar empleo en la isla, no traer mano de obra extranjera y precarizada. Aquí el único que hace beneficio es el empresario, ni el que viene, ni el que está aquí, ni nada para la tierra. Luego tienen un departamento de responsabilidad social corporativa y mandarán dinero a alguna ONG que luche contra la pobreza infantil en Canarias, ese es el nivel de hipocresía. 

Y tercero, con el problemón de vivienda que tenemos, cómo una empresa alquila un piso de tres habitaciones en Candelaria, tal y como están los precios del alquiler —en Canarias el precio medio de una habitación está sobre los 500 euros— para alojar a sus trabajadores y les sigue saliendo rentable la jugada. ¿Tiene sentido que haya trabajadores viviendo en chabolas en el sur, en coches, en cualquier zulo, y vengan empresas a alquilar la poca vivienda disponible para ponerla a disposición de ellos mismos? No, claro que no lo tiene, esto no hay por donde cogerlo. 

Esta empresa, que hace lo que hace porque obviamente le sale rentable y porque el entramado jurídico legal se lo permite, no está aportando a la sociedad canaria; y  confiar en la iniciativa y el capital privado ciegamente, pues bueno, vistos los resultados no parece la mejor idea.

Pero, ¿de verdad las instituciones públicas Canarias, véase un Parlamento con capacidad para legislar y con estatuto de autonomía, un Cabildo —siete— y tropecientos Ayuntamientos no pueden hacer nada? ¿No será que las instituciones que tienen el mandato, por aquello del contrato social, de encontrar las herramientas para ponerle límites al campo del capitalismo? Poder pueden, pero no quieren. Ya sabemos que son los siervos de los intereses de la patronal, del empresariado o de sus amos en Madrid.  Pero córtense un poco, se arrastran tanto que están tensionando demasiado al pueblo.

Esta anécdota explica perfectamente cómo los discursos de cambio de modelo productivo y vivienda son solo eso, discursos hasta que no se tomen medidas reales. Y en paralelo, la gente sigue engañada por los de siempre. 

Mientras la juventud no podemos emanciparnos, acceder a una vivienda, tener un empleo digno y estable o pensar siquiera en formar familias, y todo ello con el temor de tener que coger la maleta para ser nosotras los trabajadores extranjeros precarizados, pero en otro lugar. Esto es un completo sinsentido, vamos a agarrar el timón entre todas para virar el barco, que las cosas se pueden hacer de manera diferente, nos va la vida y el futuro del Archipiélago en ello. Aguante y brega, seguimos.