A lo largo del tiempo he ido acumulando en mi dispositivo móvil una serie de stickers, seguro que como todos, todas ustedes, y se me antojan de lo más útiles para expresar lo que se tendría que desarrollar en palabras. Ingenioso recurso que suplanta al consabido emoji y denota un poquito más de ‘creatividad’ a la hora de dar respuesta en esas farragosas conversaciones de wassap.
Entre ellos, los preferidos (y probablemente los más y sistemáticamente utilizados). En mi caso un niño (repugnante) que dice “ñiñiñiñiñi”; un puerro con ojitos y boca que exclama “no puerro más”; un frasquito como de vacuna entre índice y pulgar con la etiqueta de “nitrato de entenderlo” y, finalmente, el ‘refinitivo’: un personaje de Bob Esponja que advierte que “a veces, cuando cierro los ojos, no veo”.
Me estimula este último para condensar el planteamiento de este artículo en torno al hecho de pensar, sin más. Según el Diccionario de la Real Academia Española son tres las posibles acepciones. Formar o combinar ideas o juicios en la mente. Examinar mentalmente algo con atención para formar un juicio. Opinar algo acerca de una persona o cosa.
Pienso, luego existo
Las dos primeras son las que se ajustan más al sentido de este argumentario y es que iría por el sendero de la frase "Pienso, luego existo" (cogito, ergo sum). Es una de las afirmaciones más célebres del filósofo francés René Descartes que aparece en su obra "Discurso del método" (1637).
“Esta expresión implica que el acto de pensar es prueba de la existencia del individuo; es decir, si una persona está pensando, necesariamente existe. Se considera un pilar del racionalismo moderno, subrayando la conexión entre el pensamiento y la realidad” (extracto capturado en Wikipedia). Dios me libre de contradecir al gran pensador universal pero bien es verdad que pienso yo (y aprovecho) que Pensar-existir sin mover un dedo, sin gestionar, sin materializar lo que se razona es, cuando menos, justificarse al más puro estilo vegetal.
Pensar
Sofá y pensar. Sillón y reflexionar. Cavilaciones inocuas, me parece; quizá transcendentes de nuestras costillas p’adentro pero sin chicha de las meninges p’afuera. Así, meditando… Los que nos ‘piensan’ mejorar el mundo, sí señor, Trump, Putin, Xi Jinping y compañía (ni trato de entenderlos) nos hacen considerar al resto de los mortales en qué diantres estarán pensando a impulsos en aras de sus propios beneficios y vaya usted a saber qué más.
Así que nosotros, los ciudadanitos de a pie, si discurrimos con cierto tino procuraremos centramos en la importancia de la gestión de nuestros verdaderos intereses más que en secundar pensamientos grandilocuentes y de salvamundos (salvapatrias en muchos casos) como una educación y sanidad dignas. Un Estado justo y protector sin que debamos llegar a extravagancias (supuestamente basadas en fundamentos democráticos) para conseguir los equilibrios en el reparto de la riqueza (mírese con lupa España).
Temeridad irreversible
A veces en política se cierra los ojos y no se ve lo que se está haciendo rematadamente mal (léase Mazón, como muestra) y eso resulta toda una temeridad y por muchos lados irreversible. Pensar (rumiar, romperse la cabeza, devanarse los sesos,…) está bien pero debe funcionar la válvula correctora para cuando se ejecuten determinados pensamientos desde esas iluminadasseseras.
En mi sofá estaba pensando yo en formular esta conjetura del Pensar hilvanando una serie de párrafos que -ese juicio les queda a ustedes- quizá hayan salido algo deslavazados entre lo que
pensaba y el resultado.
No obstante, me esmeraré siempre en el tránsito entre pensamiento y lenguaje escrito y para eso me puedo valer como pensador de otro entrañable sticker: la niña que sorbe de un vaso con una cañita y el lema “*ruido de juguito”. Entonces, ¿pienso, luego existo?
