Fran Belín./ CEDIDA

Opinión

¡Saludenverde! (“La ilusión más curiosa”)

Periodista

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Contaba hace poco una anécdota que, de por sí, resulta bastante estimulante. Me encontraba de guardia un domingo, ya hace años de esto, en el periódico “El Día”. Me deslizaron que el célebre investigador de la vacuna de la malaria, Manuel Patarroyo, se había alojado en el Hotel Mencey.

Ni corto ni perezoso me puse en contacte con el insigne científico: ¿qué si podía hacerle una entrevista? (supongo que en mi voz una mezcla de determinación y resignación de que no iba a resultar, a partes iguales). Cuál fue la sorpresa que es que sí, aceptó: “¡un cuarto de hora, joven periodista!”, me advirtió el eminente investigador colombiano.

El caso es que durante la conversación, el tiempo establecido se estiró a más de una hora. Me había dado tiempo de extraer datos extraordinarios de sus proyectos pero ya envalentonado le pregunté por algo personal. Entre sus aficiones, él, que no tenía casi tiempo para cerrar los ojos, le encantaba leer y confesó que uno de sus libros de cabecera era “El hombre mediocre”, de José de Ingenieros.

¿Adivinen cuándo empecé a leerlo? Al día siguiente, claro está. El otro día me paso algo similar, vamos a decirlo así. El chef Carlos Gamonal me invitó a presentar la segunda novela de lo que avanza a trilogía “La ilusión más curiosa, una historia de fiesta ficción”, con el protagonista Nohied y personajes de un futuro “en verde” conformando una interesante trama y un “tuétano de pensamiento” muy de fondo.

La sensación fue que aquel episodio del Mencey se me presentaba de nuevo pero con otras tornas. Además, la obra sugerida por Patarroyo es un ensayo y esta propuesta literaria una novela con entresijos de ensayo, o diríase un ensayo propiamente con esqueleto, músculo, nervios y sangre (muy bien se podría decir clorofila) de novela.

En la presentación junto al autor desarrollada en el Mesón El Drago -que por cierto me impactó por el alto nivel de convocatoria conseguido-, pude afirmar que la acción de “Coloreando” (el primer paso fue “Coleteando”) la acción engancha, sorprende, dan ganas de saber más... La narración va dejando anzuelos (gastronómicos, eróticos, filosóficos, costumbristas…) mientras discurre hacia lo que el espectador, de primeras, focaliza como el grave problema por resolver. El punto central ahí se concentra pero para los personajes es casi un pretexto para exteriorizar sus propias convicciones, sus miedos, sus experiencias vitales,…

En este sentido, Carlos Gamonal deja entrever en su obra una habilidad especial para condimentar cada capítulo y, por cierto, para conducir con habilidad rumbo a la próxima creación que cerrará la trilogía, me atrevo a decir. Evidente es el equilibrio para que no se le pase el punto de cocción –entrecomillado esto- en momentos de especial hervor en la trama. En un momento baja el fuego con un apartado que invita a reflexionar, a vivir el momento y la obra tal y como se está hilvanando.

He de afirmar que si se advierte maestría en el ritmo de la historia junto a una canalización efectista (y efectiva) del ambiente en el que se desarrolla la acción, el autor derrocha también pero que mucha destreza en la faceta de las descripciones.

Como las dedicadas, por ejemplo, a insospechadas atracciones de “fiesta ficción”, a las que dota de un imaginario realmente fascinante que casi podemos sentirlo al unísono que el protagonista.

Descripciones de mundos de gran avance de la Humanidad con la guadaña eterna de un ying-yang, el bien y el mal, siempre revoloteando sobre nuestras cabezas (de los graves problemas del mundo, la especie humana parece no haber aprendido de los errores de la historia) desliza entre líneas el escritor.

Como avancé, la trama evoluciona en un ámbito a veces de mundo de Xanadú, en otras ocasiones en un éter inhóspito pero siempre en el marco de una línea esencial para mí: la de una creación literaria imbricada en el pensamiento profundo, en la reflexión acerca de evolución y de las alternativas para un “Homo sapiens” estancado y quizá trasnochado,… la pregunta insistente más de “qué es la vida”, se diría “¿porqué es la vida?”.

Nombres de los personajes

Le pregunté, hace muchos años también, a Arturo Pérez Reverte acerca de esto, y comentó que se inspiraba en todo lo que tenía a su alrededor; que podía llamar a un protagonista como una caja de fósforos. En el caso de Gamonal, el nombre de cada personaje responde sonoramente a roles identificativos con los que lector, la lectora conecta fácilmente. Hay una mezcla de estilo medieval y de corte futurista.

Sabemos del Carlos Gamonal chef: sabemos de sus intuiciones con el producto, con la esencia canaria, con esas “tierras” decorativas y cómo esta obra adquiere color, cómo el escritor va “coloreando”, y lo digo muy convencido, en clave impresionista: luces, sombras, brillos, perspectivas tenues, cromatismos pasteles y en algunos momentos (en especial uno de los capítulos, para mí absolutamente magistral) el del negro de más profunda espesura.

En definitiva, Carlos Gamonal sabe del trato de las materias primas que selecciona, entre ellas, setas y hongos; boletus edulis y pinícola, trufas y hasta unas criadillas de tierra de Fuerteventura si se terciara. Sin embargo, a ver cómo le va con el fastidioso Physarum monocephalum rumbo a la tercera estación de su fantástica trilogía. Ahí lo dejo.