Aida González Rossi

Opinión

Y si no soy como en las fotos

Escritora y periodista especializada en Estudios de Género

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A veces me pregunto si soy de una forma en la escritura y de otra en la vida. Como cuando tenía 12 años y me pegaba las mañanas de los sábados sacándome fotos con la cámara del ordenador, los pelos mojados y camisa y uñas negras y mi pose preferida: apoyar la barbilla en los puños enfrentados como los machangos de anime. Aunque siempre me atrevía a subirlas al Tuenti, no podía evitar temer que mis amigas me comentaran "qué guapa, muchacha, estás pa reventarte", solo para decirse después, en secreto, qué ridícula. Y qué creída. Si es una niña gorda que no se sabe sentar con las piernas cruzadas y se revienta los espinos en público y se queda mirando el pus y amenaza con arrastrar esos dedos jediondos por otras manos y se mea de la risa mientras las demás huimos y se estira aun así, creyéndose que no nos damos cuenta, el suéter para que no se le note la barriga: temía que me criticaran por ser eso. Por creerme, a la vez, lo otro. Esa niña depurada, casi guapa, sin papada ni bigote. Hecha de píxeles quemados por la luz de un flexo que la protegía de la nitidez de las miradas ajenas.

Es un poco lo mismo, ¿no? Temía que mi madre entrara al cuarto cuando estaba en ello y me dijera ¿yo te crié para que te enseñes como si fueras otra o qué?; ahora, a los 26, me agobia que lo haga cuando estoy escribiendo. Que me lea por encima de la cabeza, que eche sobre mí ese fuego del ¿pero tú te crees que eres distinta de lo que eres?, ¿consideras, entonces, que ser lo que eres es malo?, ¿lo reconoces, más bien? Sentía, con las fotos, que estaba conociendo a una yo secreta que me representaba de verdad, fuera de ella todo lo que odiaba, al carajo los elementos que me hacían ponerme roja y no querer girar la cabeza por si me encontraba ahí: ahora, con la escritura, siento algo parecido. Como si fuera algo pero los demás no lo supieran, como si mi yo exterior no estuviera mediado por mí y tuviera que adaptarme a ello y fingir que lo soy. Resultado: cuando me sacan fotos y cuando me miran, me siento un poco impostora, pues no hay lugar para que yo sea lo que he decidido ser y tengo que hacer fuerzas para lograr ser quien las otras personas esperan, a veces incluso desean, que sea. Cuando me las saco yo y cuando escribo, me siento impostora precisamente por lo contrario: no sé si tengo derecho a no ser lo que me han enseñado que soy. No sé si tengo derecho a proyectar un yo distinto.

El otro día, pensando en la idea de representación, se me vino esto a la cabeza. Me preguntaba por qué me resulta tan necesario contar con personajes que representen mis identidades de forma digna. Con personajes que me honren, al final. Con personajes construidos en primera persona, es decir, personajes gordos escritos por personas, personajes bisexuales escritos por bisexuales, mujeres escritas por mujeres: ¿el problema está en las fotos que yo me saco o en las fotos que me sacan los demás? ¿El problema soy yo huyendo de una mirada ajena que siento que me queda pequeña o es la mirada ajena prohibiéndome mostrar el retrato que de verdad me permite explorarme? Explorarme en el sentido de elaborar lo que soy mientras lo enseño. De comunicarme con las otras personas y hacerlo, mientras, conmigo. De verme como creo que soy, como entiendo que soy, como yo, porque yo soy yo, sé que soy: en el caso de las fotos, supongo que lo necesario es el equilibrio. No negarnos cómo nos vemos ni avergonzarnos de cómo nos ven. Conciliarnos. En la representación, creo, no es lo mismo.
Precisamente porque la mirada ajena nos configura, nos limita, nos obliga a aprender el punto hasta el que se supone que podemos llegar. Nos silencia, y lo hace a través de un mecanismo horrible: negarnos la posibilidad de entendernos en el diálogo. En igualdad de condiciones. Con la desvergüenza y el cuidado necesarios para ello.

Necesitamos representaciones responsables. Retratos que nos abran la puerta y nos dejen pasar a nosotras mismas. Necesitamos gordas que se saquen la foto como les dé la gana, gordas que enuncien su propia belleza. Necesitamos, también, que se nos permita desarrollar las herramientas necesarias para deshacernos del qué haces. Del tú no eres eso. Del quién te crees.

Me creo yo. Y así me muestro.