Esta tarde mientras me dirigía a pasar consulta me encontré con un amigo que cabizbajo se dirigía hacia mí, es curioso cuando en una ciudad como la nuestra, entre la muchedumbre, destaca una persona con el semblante abatido, posiblemente sea ese radar de empatía que somos, que nos hace centrarnos en aquellos que no comparten nuestro estado de ánimo. El señor H, por no dar más datos, se acababa de casar con la mujer de su vida, o por lo menos hasta unos minutos después no me enteré que no lo había sido. Mi extrañeza fue observarle con tal sentimiento de tristeza. H, es profesor, tiene un trabajo relativamente cómodo, ha conseguido comprarse una casa en una zona residencial de Tenerife y bueno, realmente parece el prototipo de hombre feliz (evidentemente quien haya leído mis artículos sabe de sobra que las pequeñas alegrías que nos brinda la vida, no nos tienen porque dar la felicidad), pero incluso H, es una persona con un determinado bienestar personal, que le permite sobrellevar pequeñas crisis personales con cierta capacidad de resolución.
Pues nada querido amigo, el matrimonio o la vida en pareja es más compleja de lo que podemos imaginar, principalmente porque la vida en pareja es la unión entre dos personas, con todas las consecuencias que ello acarrea, por lo tanto estamos hablando de como dos familias se unen a través de una pareja, y ustedes me dirán que cuando nos ponemos a vivir en pareja somos lo suficientemente autónomos como para poder separar a nuestra familias, pero no solo nos quedamos con que tenemos que unirnos a una familia que desconocemos, sino que esa familia viene acompañada por sus costumbres. Según Adams (1986), la elección de pareja es un proceso complejo que supone cuatro etapas. En la primera se elige a la pareja que sea físicamente atractiva (a gustos colores), y que se parezca a ella desde el punto de vista de intereses, la inteligencia, la personalidad y otras conductas y atributos valorados. En la segunda etapa se produce una exploración de la compatibilidad de roles y de la medida en que puede haber una empatía mutua. Cuando se han desarrollado unos roles entrelazado y una empatía mutua, los costes de la separación empiezan a pesar más que las dificultades o tensiones asociadas a seguir viviendo en pareja.
Evidentemente, si esa primera atracción se ha reforzado y las posibles dificultades se han solventado, que son los acontecimientos que impiden que formalicemos dicha relación, en ese justo momento nuestra relación se ha consolidado lo suficiente. Siguiendo con la teoría de Adams, en esta etapa se toma la decisión donde valoramos la compatibilidad y el compromiso que darán la perdurabilidad de dicha pareja. Como en tantas facetas de nuestra vida, si la valoración es favorable, la relación puede acabar en matrimonio o en la formación de una pareja estable.
Llegamos entonces al convencimiento de que formamos pareja, pero las parejas sin hijos deben potenciar diferentes hábitos de convivencia, por lo tanto, en este momento evaluaremos de manera más realista a la persona que hemos elegido, su forma de ser, sus manías, sus fortalezas y debilidades, sus hábitos, lo que me aporta como hombre o mujer, por lo tanto, aquí terrenalizamos nuestra relación, es decir, la hacemos más real, y observamos que nuestra pareja es humana y no una idea fortalecida de lo que para nosotros debería de ser. De este proceso depende gran parte de nuestra futura relación, y esto puede hacer que nuestra relación avance o fracase más tarde o más temprano, por lo tanto, somos los arquitectos de nuestro futuro matrimonio, o de nuestra futura relación.