Aida González Rossi

Opinión

Si te da por escribir un libro

Escritora y periodista especializada en Estudios de Género

Guardar

Bueno, tú coge. Ponte el pijama más jediondo que encuentres. Dicen que ayuda. Que esté lleno de bolitas, pegar los dedos a ellas y apretar y sentir cómo lo has hecho otras muchas veces en las que no estabas, por Dios, cómo ibas a estar, escribiendo un libro: sí acordándote de cuando te regalaron un diario que era como uno pero con todas las páginas en blanco, te dijiste como me dedique a apuntar aquí lo que pienso, se va a quedar guardado para siempre, ¿y entonces? No sé yo ahora, la verdad. Si escribir se hace para guardar las cosas para siempre. O si se escupe más bien contra un muro de esos que viste cada día de tu vida y en el que nunca te atreviste a dejar una marca. Si es dejar una marca. O cagarse más bien en no haberla podido hacerlo antes. O nada de eso, porque, mira, tú lo que tienes que hacer es  coger. Y doblarte en el escritorio en el que hacías la tarea. Meterte, aunque estés tecleando, un lápiz en la boca. Y repasar todas las cosas que nunca quisiste contarle a nadie.

Es decir: piensa en la niña pesada. La niña pesada dichosa que fuiste cada día de tu infancia, la niña de cabeza picona que aprendió a tragarse las palabras que se le iban derramando como las cascadas del plato de sopa al tener que trasladarlo. La niña que se trasladaba y miraba los espacios y elaboraba teorías y no se fijaba en las ideas que había detrás. La niña de ideas enchumbadas. Capaces de llover durante un día entero y llevarse todas las colillas botadas del pueblo y formar con ellas otro pueblo en otra isla, piensa en la niña que se jalaba hacia arriba los pelos de las piernas y se decía una cosa es lo que vives y otra cosa es lo que te dejan decir que vives: pesada; lenguaje; ¿y entonces?

Una cosa es lo que viviste. Y otra es lo que dices con lo que viviste.

Aprende esto mientras escribes el libro ese que nunca te propusiste pero que llevaste colgado durante tantos años como un arete. Aprende esa idea de Elena Ferrante que te obsesiona: la frantumaglia. Y, como eres una niña pesada. Pues repítesela a todas las personas con las que hables sobre escritura: la frantumaglia es, para Ferrante, una maraña de recuerdos sin articular, sensaciones, paisaje, ese suelo que tenemos dentro y del que brota todo en lo que nos fijamos; es lo que vas a escribir, si te da por escribirlo, pero aún sin que lo agarres. Es lo experimentado siendo más que lo experimentado: es lo que lo experimentado ha formado en ti, y ahí se incluye el otro pueblo. En otra isla inventada, apoyada cada día contra tu paladar y pintando las palabras que sí te dejan decir: fundiéndose con el lenguaje que aprendes (apréndelo mientras escribes; invéntalo sola, apartada) para contar lo que vives. Lo que vives.

Lo que vives. ¿Qué es lo que vives? Lo que vives es un rayo mirado desde el sillón ese de casa de tu abuela que da hormiguilla en el culo, un espasmo de deseo, una postura, una respiración veloz como un tiro, un y esto que le hacen a mi cuerpo por qué se lo tienen que hacer, un y esto que soy yo ahora, lo que vives es lo que eres y lo que eres se te repetirá hasta que te dé, si es que te da, por escribir un libro y, tras haberle repetido a todo el mundo (pesada) lo que significa frantumaglia, viertas en él esa marca.

¿Por qué no marcabas tú el muro? ¿Por qué te parece que escribir es cagarte en no haber dejado la marca, atreverte por fin a rayar lo que, piensa en la niña, tú aún no sabías?

Bueno. Tú coge. Escribe, escribe, escribe. Usa el rotulador que inventas para ti, la falsa punta de tinta goteante con la que crees que podrás trazar un rebujacho del tamaño apropiado y con una forma que te satisfaga por fin: escribe contra lo que no te dejaron decir, busca cómo escupirlo, da entonces con todo lo que te interesa de verdad, con las ideas de detrás de tus teorías, con aquello que estaba tras la vida, tras lo que te pasaba o no te pasaba, tras lo que eras, eres, serás, da contigo, aprende a escribir siendo mujer, siendo queer, mira, mira, aprende, inventa el lenguaje necesario para decir las cosas miradas desde aquí son esto y no me basta con el entramado que no me permitió dejar mi rebujón: escribe un libro a ver qué pasa, si es que te da por ahí. Si lo consigues. Con tu pijama. Con tus bolitas. Con tu plato de sopa ay que me resbalo esto qué es. Si lo consigues, bueno.

Se reirá un señor al fondo de la sala. Dirá ¿no serás tú a la que le pasó todo eso que cuentas? Dirá ¿pero cómo vas tú a contar todo eso, muchacha, pero no te da vergüenza?

Una cosa es lo que cuentas y otra cosa es lo que te dejan contar; aprende a que no te importe.