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Opinión

Que te levanten los pies del suelo

4 minutos

Hoy les quiero hablar sobre algo que me inquieta. Cómo saben, me dedico al desarrollo personal y soy un curioso de cómo funciona nuestro cuerpo, nuestro comportamiento ante determinados acontecimientos.

Ya lo he dicho en varias ocasiones, pero al escribir estos artículos, siempre tengo como objetivo ayudar a quien me lee. Por eso comparto información de interés. Cosas que trabajo en mis cursos e investigaciones que pretenden, cómo ya saben, mejorar la vida de las personas.

Llevo una semana en Madrid, solo por la capital del Reino conociendo personas, lugares y viviendo experiencias nuevas. Pero, sobre todo, he tenido tiempo de hablar conmigo, de escucharme atentamente y dedicarme bastantes horas de diálogo interno. Esta será mi primera recomendación del día de hoy, pedirte que dediques un rato a tener una bonita conversación contigo para entenderte y gestionarte mejor, ¿Cuándo fue la última vez que estuviste un tiempo sólo?

Tenemos miedo a la soledad de manera biológica

Uno de los motivos por los que tenemos miedo a la soledad es porque hemos ido recogiendo biológicamente esa información a través de generaciones. Somos evolución y antiguamente desarrollábamos este miedo porque estábamos expuestos a peligros constantes. El león que te venía a comer, o las tribus caníbales del otro lado de la montaña que venían a robar niños. Esos miedos ya no existen, no en el primer mundo, pero ese pavor a la soledad se nos ha quedado grabado en el ADN a través de los siglos. Estar solo no está mal, y aunque seamos seres sociales, de vez en cuando es reparador.

Entender nuestros pensamientos

Quiero contarles que mi objetivo no era estar solo por Madrid. Más bien era compartir con algunas personas que estaban allí, pero que, por diversas circunstancias, no pudieron. En ese momento fue donde empezó mi experimento sociológico y quiero compartir algunas reflexiones que saco de él.

No es fácil pasar una semana en soledad intentando entender lo que piensas y sientes en cada momento. Más aún una persona como yo que tiene la cabeza tan ágil que es capaz de entremezclar las conexiones neuronales a dos mil por hora. Vamos, que mis axones neuronales son una pista de carreras, para lo bueno, por eso me considero una persona creativa, y para lo malo también. A veces tengo la incapacidad de controlar el pensamiento y derrapo en alguna curva sintiéndome totalmente caído en combate.

Por eso, durante mi viaje, quise entender lo que sentía en cada momento, y ahí donde tiré de ciencia y pensé, ¿no están los sentimientos para irnos avisando de lo que pasa en cada momento?

Puede que no lo sepas, pero cada sentimiento tiene una función en nuestro sistema de supervivencia. El asco nos protege de las cosas en mal estado. La ira te ayuda a defenderte. La tristeza te avisa de que “ahí no es”. El miedo te pone en alerta y por último la alegría que te avisa de que “ahí sí es”. Esto deberían enseñarlo en el cole para que pudiésemos tener una vida más sana y plena, pero no es así.

Muchas veces se entremezclan y no sabemos cuál está transitando nuestro pecho. Por eso, durante estos días, uno de los ejercicios que he intentado hacer es entender mis sentimientos. Es algo complejo, pero eficaz.

Me dio una pista para saber qué momento de la vida me está tocando vivir y cómo sacar el mayor partido al mismo.

Disfrutar intensamente del momento

A veces nos perdemos los momentos por no disfrutarlos, no vivirlos en el plano más emocional. Por temor a que acaben, por meterle “mucha cabeza y menos conexión”.

Es cómo esa fiesta, o ese encuentro que querías tener y de repente te das cuenta de que ya pasó, y lo peor, es que no volverá ni lo valoraste.

Suena utópico, pero la vida hay que vivirla sin más, dejando a un lado los prejuicios, y los esquemas que nos vienen de base. Siempre haciendo bien, pero conectados con el momento vivido.

En Madrid me di cuenta de que hay que vivir intensamente, mirar a los ojos y dejar que las cosas que pasan nos llenen el alma. Sí, ya sé que me he puesto intenso, pero a lo que me refiero es que a veces hay que vivir más y pensar menos.

A veces tan sólo hay que dejar que una sonrisa te alegre. Un ratito de disfrute, sin miedos.

Me ha costado porque siempre hay que luchar contra esa valoración constante de lo que está bien o mal, pero yo me pregunto, ¿no está bien sentirse bien y hacer sentir bien? Lo dejo para que lo reflexiones.

El poder de los abrazos

En un reciente curso me decían que tenían miedo de que mi formación tratase sobre abrazar árboles. Se referían a los cursos de manipulación, que te dicen que para ser felices hay que abrazar a tu compañero o compañera, sin pensar en la explicación lógica y científica de esto.

Yo les expliqué que mi curso iba de ciencia, y que, por supuesto no les iba a enseñar a abrazar, aunque la ciencia diga que este gesto es bueno para la salud. Alivia el estrés y mejora nuestro sistema cardio vascular. También nos ayuda químicamente con algunas hormonas. Concretamente, liberan endorfinas, serotonina, oxitocina y dopamina, y ayudan a reducir los niveles de cortisol. No me digan que abrazar, científicamente, no es la leche.

Yo soy una persona a la que le gusta mucho este gesto, compartir cariño con gente cercana, sin embargo, no sé si estoy acostumbrado a que me abracen. Supongo que siempre he sido yo el que toma acción en el acto y me acerco, porque quiero que la gente, a la que le tengo estima, se sienta bien.

En este viaje me he dado cuenta de muchas cosas, como por ejemplo lo bonito que es dejarte ver tal y como eres sin miedo. Dejar que alguien te abrace y te haga sentir bien.  He descubierto que a veces, no está mal estar bajito y que te ayuden, porque así, conectas contigo.

En este viaje he aprendido a dejarme sorprender por los momentos inesperados, esos que llegan sin planearlo y que se convierten en algunos de los recuerdos más bonitos de la vida. He aprendido que también está bien que te cuiden y … que te levanten los pies del suelo.