Loading...
Una de las inundaciones más graves que sufrió el barrio de Reina Mercedes, en 2015. /CEDIDO

25 años atrapados en el agua: el barrio de Reina Mercedes, olvidado bajo la lluvia

Los vecinos del barrio de la capital grancanaria denuncian 17 inundaciones en dos décadas y la falta de ejecución de una obra hidráulica clave prometida desde 1999

Cada vez que las nubes se oscurecen sobre Las Palmas de Gran Canaria, en el barrio de Reina Mercedes se enciende una alerta invisible. No es un protocolo oficial ni una sirena institucional, sino el pálpito de cientos de familias que bajan corriendo a los garajes para poner a salvo sus coches. Allí, cualquier lluvia fuerte puede convertirse en una amenaza. Y lleva ocurriendo así, al menos, desde 1998.

“La primera reunión con el Ayuntamiento fue en 2007, cuando estaba Jerónimo Saavedra”, recuerda Juan Guerra, presidente de la asociación vecinal.

Desde entonces, Reina Mercedes ha sufrido 17 inundaciones, tres de ellas especialmente graves, con agua superando el metro de altura en los sótanos. El barrio, compuesto por más de 500 residentes, sigue esperando la ejecución de una segunda fase de obras hidráulicas que el consistorio lleva más de dos décadas prometiendo.

Colectores bajo sospecha

El origen del problema está enterrado bajo la urbanización: un colector que recoge aguas pluviales desde Siete Palmas y las canaliza directamente hacia el barrio.

“Ese colector debería pasar por la calle Profesor Reina, que está fuera del conjunto residencial. Pero en su día se colocó mal y lleva todo ese caudal justo al corazón de Reina Mercedes”, explica Guerra.

Durante uno de los episodios más surrealistas, un cisne apareció arrastrado por la corriente y salió por una alcantarilla del barrio. “Tuvimos que llamar a la Policía para entregárselo”, relata. Pero más allá de las anécdotas, el drama es real: coches siniestrados, trasteros anegados, garajes colapsados, viviendas afectadas y un miedo crónico a que la próxima lluvia lo arrase todo.

Obras prometidas

En 2015, el Ayuntamiento ejecutó una primera fase de mejoras: se sustituyeron tuberías dañadas, se amplió ligeramente el colector y se reforzó parte del sistema. Pero la intervención clave —la reubicación del colector fuera del barrio— sigue sin ejecutarse.

“En 2019, el pleno del Ayuntamiento aprobó por unanimidad la segunda fase, pero no se ha hecho nada desde entonces”, denuncia Guerra.

El enfado crece no solo por la inacción, sino por las promesas incumplidas. “Hablan de que el proyecto está hecho, que está todo listo... pero nunca arranca”, reprocha Guerra. La indignación vecinal se intensifica al conocerse que el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria cerró el año 2024 con un saldo final de 464 millones de euros en los bancos, fruto de los remanentes generados por la baja ejecución presupuestaria. “Si tienen más de 400 millones en los bancos, ¿qué esperan?”, se pregunta el representante vecinal, convencido de que el abandono institucional no se debe a la falta de recursos, sino a la falta de voluntad política.

Impacto económico y emocional

El barrio ha invertido 220.000 euros de fondos propios (derramas de comunidades de propietarios) en reparaciones. Los seguros suben las pólizas y limitan coberturas. “Estamos estigmatizados”, afirma Guerra. “Si nos volvemos a inundar, no sabemos cómo lo afrontaríamos”.

Pero más allá del dinero, el desgaste es constante. “Los niños y las personas mayores lo pasan muy mal. Cada vez que llueve, es una carrera contra el reloj para sacar los coches del garaje. Es un sinvivir”, lamenta.

Más viviendas, más riesgo

A esto se suma una nueva amenaza: el plan urbanístico del Ayuntamiento de la Nueva Ciudad Alta, que pretende construir torres de hasta 20 plantas en zonas aledañas a 7 Palmas. “Toda esa agua pluvial irá a parar al mismo colector que desemboca en Reina Mercedes. Nos están condenando”, advierte Guerra.

El colectivo vecinal se opone frontalmente al proyecto mientras no se resuelva la infraestructura hidráulica.

Una petición desesperada

Juan Guerra lanza un mensaje claro: “Que ejecuten ya la obra. No es falta de dinero, es desidia. Solo pedimos vivir tranquilos.

Mientras tanto, las familias siguen mirando al cielo con miedo y a sus autoridades con escepticismo. Veinticinco años de promesas rotas pesan demasiado como para confiar en palabras. Ahora, solo los hechos pueden devolverle la seguridad a un barrio que no quiere volver a nadar entre ruinas.