Los nuevos vuelos del arte

La voz de Sylvie Hernández la hacemos nuestra cuando vibra en nuestras entrañas y nos invita a ese viaje siempre interminable de la melodía y las palabras

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Portada del disco Magua de Sylvie Hernández, perteneciente a los nuevos vuelos del arte / CEDIDA
Portada del disco Magua de Sylvie Hernández, perteneciente a los nuevos vuelos del arte / CEDIDA

La voz es única, en la literatura y en la música, reconocible aunque varíe sus ritmos y sus registros, emocionante, si nace en las entrañas y en los rescoldos de algunos abismos, y cercana, siempre cercana y nuestra, aunque venga de otra pluma o de otra garganta. Hay algo que nos hermana a todos los humanos en el arte y en la búsqueda, una necesidad de saber que estamos vivos y que volamos alto, aunque no despeguemos del suelo, para que no todo sea lo que está previsto y para escapar, de vez en cuando, de las rutinas y los horarios.

Es mentira que los jóvenes no sigan siendo creativos y buscadores de caminos nuevos. Lo siguen siendo en todas partes, en mil caminos diferentes, como mismo lo eran los jóvenes presocráticos, los renacentistas, los del siglo diecinueve o nosotros, los que ya pasamos de los cincuenta, ayer mismo, porque la vida es ese soplo que cuentan, ese visto y no visto, que si no escribes, si no lees o no cantas, parece que no transitas, o que no contribuyes a que los que vengan luego sigan creando más allá de los tópicos, de los tóxicos o de los horteras inevitables.

Hace unos meses quedé con Teodoro Jiménez Pozo. Me habló de un local de Vegueta al que iba  a escribir cada tarde. Yo no lo conocía y vivo en ese barrio capitalino hace muchos años. Esa es parte de la separación generacional de la que hablamos. Teo es licenciado en derecho, rapero, cocinero, presenta estos días su segunda novela titulada Una moneda bajo la lengua, y se quiere ir a vivir un tiempo a Australia antes de que finalice 2023. Aún no ha cumplido los treinta años. Hablar con él y con otros jóvenes que buscan lecturas, y que te preguntan por los autores con los que uno ha aprendido antes, es un soplo de aire fresco que está por todas partes, que reconozco en mucha gente joven todavía inédita, o con primeros libros, que tiene mucho que contar y no va a parar de seguir dándole cuerda a un mundo que siempre estará desorientado mientras los humanos sean mortales y no sepan ni de dónde vienen, ni a dónde irán mañana.

El local del que me hablaba Teo es Cool Beans, justo en un lateral de San Antonio Abad, un pequeño reducto al que voy a trabajar muchos días, y en donde coincido con muchos jóvenes creativos en medio de exposiciones, artesanías y un café exquisito que siempre va variando de continentes o de sabores, un oasis para la esperanza. Allí escuché un día a Sylvie Hernández, y desde entonces su música me acompaña muchas horas cada semana. La música del Cool Beans tiene ese fondo que no molesta cuando escribes y que escuchas cuando sales un momento de tu mundo creativo y lejano. Le pregunté por ella a Raquel, la persona que ideó ese espacio de coincidencias generacionales, y me habló de ella y del disco Magua que acaba de editar con la producción exquisita de Pablo Quintana. Busquen Magua y escuchen a Sylvie. Tampoco llega a los treinta años. Es doctora en Estudios Literarios por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, pero como Teo con su próximo viaje a Australia, prefiere la búsqueda del arte, la alquimia que no se puede explicar a quien no la vive, antes que la vida segura o los horarios. 

La canción Me recuerdo reaviva los Aires de Lima y los engarza con la poesía más cercana y necesaria. Las letras y las músicas de ese disco están llenas de almas, porque uno reconoce un viaje de almas en las canciones que nos hacen volar lejos y volar alto al mismo tiempo, como cuando leímos aquel poema que nos convirtió en poetas o aquella novela - El Quijote, Rojo y Negro o Moby Dick- que ya nos dejó habitando para siempre un mundo idealizado y paralelo en el que poder escondernos para que nadie nos encuentre desde este lado del tiempo. Es difícil contar la música cuando no está sonando, y no se puede contar tampoco cuando ya suena. La voz de Sylvie Hernández la hacemos nuestra cuando vibra en nuestras entrañas y nos invita a ese viaje siempre interminable de la melodía y las palabras. No dejen de escucharla.

https://www.youtube.com/embed/VwmZkYq482Y

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