Carmelo Ramírez, consejero del Cabildo de Gran Canaria. / CABILDO DE GRAN CANARIA
Carmelo Ramírez, consejero del Cabildo de Gran Canaria. / CABILDO DE GRAN CANARIA

Carmelo Ramírez, frente al espejo

Martín Alonso

Actualizada:

Carmelo Ramírez, actual secretario de organización de Nueva Canarias, exigió el pasado fin de semana lealtad a las siglas y acusó de transfuguismo a los disidentes que, tras cuestionar el liderazgo de Román Rodríguez y el rumbo que mantiene la organización, no han abandonado la formación canarista.

No es la primera vez que Ramírez señala al sector discrepante que, tras meses de debates internos, ha optado por romper con Nueva Canarias. Hace unas semanas, incluso, pidió abiertamente la dimisión de Teodoro Sosa —una de las voces más críticas con la dirección de la organización— como portavoz del grupo canarista en el Cabildo de Gran Canaria —donde Ramírez y Sosa ejercen como consejeros del grupo de gobierno que preside Antonio Morales—.

Ya lo advirtió el propio Ramírez este fin de semana. "Lo contrario", explicó, "sería caer en un caso flagrante de transfuguismo político, lo peor en la democracia, traicionando con ello, no solo a los electores de NC, sino a la propia organización que les propuso en un proceso democrático para integrar las listas electorales".

Pero la hemeroteca es implacable. Y el pasado de Ramírez lo coloca justo frente al espejo.

Escisión en CC

Corría el año 2004. Ramírez era el líder de un sector crítico dentro de Coalición Canaria (CC) que derivó en el nacimiento de Nueva Canarias. Unos meses después, en febrero de 2005, encabezó una fractura interna sin precedentes, al negarse a abandonar el grupo institucional de CC pese a que ya no respondía a la disciplina del partido. La facción que lideraba, sin embargo, mantuvo su representación en el Cabildo de Gran Canaria apelando a la legitimidad del programa electoral y a la necesidad de preservar los recursos y espacios institucionales que, de lo contrario, se perderían.

La fidelidad al programa electoral es lo primero, por respeto a los votantes”, decía entonces Ramírez a la prensa. Justificaba así su permanencia en el grupo político, aunque ya no compartiera ni liderazgo ni rumbo con el partido original.

Solo tres meses después, Rosario Chesa, consejera de CC, lo acusaba abiertamente de oportunismo, señalando que se había quedado en el grupo de Coalición “para cobrar”, pese a haber roto con el partido. “Si se fueran al grupo de los no adscritos, no tendrían ni despacho, ni secretarias, ni ordenadores”, añadía la propia Chesa en una entrevista.

Es exactamente el mismo argumento que hoy Ramírez reprocha a quienes dentro de NC cuestionan la actual dirección o no siguen al pie de la letra las directrices marcadas desde su secretaría. El mismo guión, pero con los papeles invertidos.

¿Nacionalista, progresista y plural?

¿Dónde queda entonces el debate político? ¿Dónde el respeto a las discrepancias legítimas dentro de una formación que se autodefine como nacionalista, progresista y plural?

El problema no es solo el doble rasero. El problema es que Ramírez parece haber olvidado que los partidos no son patrimonios personales ni trincheras inamovibles, sino proyectos vivos que se transforman con el tiempo y se enriquecen con el debate interno. Lo que ayer justificó como defensa del programa electoral, hoy lo llama deslealtad. Lo que entonces fue estrategia política, ahora lo tilda de transfuguismo.

En un momento en que Nueva Canarias vive una de sus mayores crisis internas, el recuerdo de 2005 no es solo un episodio de la historia reciente. Es un espejo incómodo que revela contradicciones. Y también un aviso: quien no aprende de su pasado está condenado a tropezar con él.