En febrero de 2000, el Granca se presentó en el Buesa Arena como la Cenicienta de la Copa del Rey. Aquel equipo entrenado por Manolo Hussein —con Deon Thomas, Kenny Miller, Berni Hernández, David Brabender, Berni Tamames, Brian Clifford o Jorge Racca— aterrizó en Vitoria con la ilusión del invitado inesperado. No viajaron masas de aficionados, ni existía aún la marea amarilla tal y como hoy la conocemos. Entre los pioneros que apuraron baloncesto y vida social en la capital alavesa figuraba Luis Ibarra Betancort, entonces funcionario de la Audiencia de Cuentas de Canarias. Lo que no podía sospechar aquel aficionado es que, unos años después, su firma quedaría unida a una hoja de ruta que marcaría la evolución del club.
En 2009, ya como consejero de Hacienda del Cabildo de Gran Canaria (PSOE), Ibarra empujó para que la isla se integrase en la candidatura española al Mundobasket 2014. El gesto era algo más que un guiño al escaparate deportivo: respondía a una visión de gestión. La idea —explicada con insistencia en aquellos años— consistía en levantar un pabellón moderno, garantizar un modelo de explotación profesional del Gran Canaria Arena y dotar al club de recursos propios que redujeran su dependencia del presupuesto público. Esa convicción, mantenida durante la década siguiente, le deparó roces políticos y discusiones sonoras: Ibarra se mostró contrario al modelo de Papá Cabildo —un club confiado a la protección presupuestaria de un propietario, la Fundación Canaria del Deporte, dependiente de una administración pública — y partidario de un salto empresarial. Desde su último (y fallido) intento de 2019 por reordenar la gobernanza claretiana, ahora acude al Arena como un abonado más: celebra, sufre y vuelve a casa con la sensación agridulce de que otros clubes sí han dado el paso hacia estructuras más ambiciosas y autosuficientes.
Doble mirada
Ese hilo amarillo convive con una biografía técnica. Luis Ibarra Betancort (Las Palmas de Gran Canaria, 1965) es licenciado en Ciencias Económicas por la Universidad de La Laguna y máster en Asesoría Fiscal de Empresas (Instituto de Empresa, Madrid). Dio sus primeros pasos en Ernst & Young (1989) y en 1990 ganó su plaza como funcionario de carrera en la Audiencia de Cuentas de Canarias, donde llegó a técnico de auditoría jefe. Los números como herramienta de control, y la administración como campo de juego. Esa doble mirada —rigor técnico y vocación pública— explica buena parte de lo que vino después.

El salto político llega en 2007, cuando asume la Consejería de Hacienda del Cabildo de Gran Canaria. Durante cuatro años se familiariza con el engranaje insular, los equilibrios presupuestarios y el diálogo —a veces tirante— con otras administraciones. El Granca y el Arena entran entonces en su agenda como palanca de desarrollo, con luces y sombras, pero con una idea-fuerza que Ibarra repetiría años más tarde: convertir los equipamientos públicos en motores de actividad y no en simples consumidores de partidas.
Éxito en el Puerto
En 2011 comienza su primera etapa al frente de la Autoridad Portuaria de Las Palmas. No era una plaza fácil. Tras el golpe de la crisis financiera, el ecosistema portuario canario debía recuperar tráficos, sostener su papel logístico atlántico y ordenar expedientes complejos. Ibarra afrontó ese reto con su sello: mucho despacho, interminables consejos y una defensa técnica del interés general en el reparto de concesiones, servicios y usos. Los puertos requieren mano templada: la de quien entiende que un muelle no solo mueve barcos, mueve economías enteras.
La política volvió a cruzarse en su camino en 2019. Tras encabezar la lista del PSOE al Cabildo, fue designado vicepresidente y consejero de Obras Públicas e Infraestructuras. El mandato, sin embargo, fue breve. Las discrepancias dentro del gobierno insular —acentuadas en torno a la operación Amurga, el propio Granca y a la orientación de algunas áreas— precipitaron su salida pocos meses después. Ibarra regresó al terreno que mejor conoce: el Puerto, donde inició su segunda etapa presidencial (2019-2023).
Vuelta a casa
En agosto de 2023, el Gobierno de Canarias acordó su separación del cargo y la comunicó al BOC y al BOE. No hubo ruido de puertas al cerrarse; sí una larga lista de expedientes que otros culminarían. Con el relevo nombrado, Ibarra volvió a su plaza de funcionario en la Audiencia de Cuentas. Y en mayo de 2024 el pleno del órgano fiscalizador lo designó consejero auditor, responsabilidad que ejerce en la actualidad. En total, once años al frente de la Autoridad Portuaria en dos etapas, y un retorno al lugar donde aprendió la profesión. Círculo completo.

¿Qué queda de esas dos décadas largas entre auditorías, Cabildo y Puerto? Una impronta que sus propios interlocutores resumen en tres constantes. Primero, la obsesión por el procedimiento: reglas claras, expedientes completos, decisiones justificadas. Segundo, un pragmatismo económico que le ha llevado a defender inversiones cuando están respaldadas por la demanda y a enfriar aquellas que considera costosas o poco maduras. Tercero, una manera directa —no siempre cómoda— de expresar sus posiciones, lo que le ha granjeado admiraciones y críticas a partes iguales. El Puerto, que funciona como un espejo de la economía canaria, exige ese carácter: hay que decir sí, hay que decir no, y hay que sostener ambas cosas en público.
En lo estrictamente portuario, su legado está hecho de papeles menos vistosos que los titulares: pliegos técnicos, licitaciones, ordenación de servicios como el practicaje o ajustes de gobernanza. En marzo de 2023, por ejemplo, el consejo de administración aprobó el pliego de prescripciones del servicio de practicaje en Puerto del Rosario, un documento largo, complejo y esencial para la seguridad operativa. No son decisiones que acaparen focos, pero sin ellas los muelles se vuelven ineficientes.
¿Oportunidad perdida?
Si uno le pregunta por el Granca, vuelve el brillo de aquel aficionado que viajó a Vitoria en 2000. Ibarra defiende para el club lo mismo que ha defendido en los puertos: gobernanza profesional, plan de negocio, objetivos medibles, y una relación madura con el Cabildo que permita estimular la creatividad directiva. Con el Arena como activo —espacio para eventos, ferias y conciertos—, su tesis es simple: el dinero público debe activar talento privado y consolidar recursos propios estables. Cuando esa alquimia no se consigue, el club se acomoda y la isla pierde oportunidad. Esa conversación, que en 2019 intentó llevar a la práctica desde la vicepresidencia insular, hoy discurre a pie de grada, con la paciencia del que sabe que las transformaciones no se decretan: se construyen.

Al margen de focos y debates, hay un Ibarra doméstico que pocos conocen. De origen familiar lanzaroteño, reserva para la isla conejera sus escapadas de desconexión. Allí, en un rincón sin ruido, echa la caña y espera. La pesca como metáfora de su biografía pública: observar, medir, decidir cuándo tirar del hilo y cuándo dejar correr. Esa afición, unida al baloncesto y al paseo tranquilo por Las Canteras, compone el retrato de alguien que —a las puertas de la jubilación— ha aprendido a administrar el tiempo tanto como administró expedientes.
¿Círculo completo?
¿Quién es, en definitiva, Luis Ibarra Betancort? Un técnico que se hizo gestor, un gestor que no renunció a ser técnico, y un aficionado que nunca dejó de serlo. Su carrera conduce de la Audiencia de Cuentas al Cabildo, del Cabildo a la Autoridad Portuaria y, de nuevo, a la Audiencia. En cada tramo aparece la misma idea: mejorar la maquinaria pública para que genere actividad privada, empleo y cohesión. Sus aciertos —y también sus reveses— se miden con los criterios que defiende: legalidad, utilidad y resultados.
Queda el epílogo. Cerca ya de la edad de jubilación, Ibarra sueña con un Granca más profesional, más autónomo y más ambicioso, capaz de crecer en lo deportivo porque ha crecido en lo empresarial. A veces, sentado en su localidad del Arena junto a su mujer —el matrimonio ha tenido dos hijos, una pareja que ya ha terminado sus carreras universitarias—; otras, en Lanzarote, con la caña en la mano y el mar respirando cerca. Así es el auditor que pilotó el Puerto y que sigue creyendo que, en la administración y en el baloncesto, lo importante no es solo llegar, sino saber para qué se llega.
