El reflujo gastroesofágico se ha convertido en una dolencia cada vez más habitual en la vida moderna, en gran parte asociada a los cambios en la alimentación, el estrés, el sobrepeso y los hábitos de vida sedentarios.
Esta condición ocurre cuando el contenido ácido del estómago asciende hacia el esófago, provocando síntomas que van desde el clásico ardor o pirosis hasta molestias menos evidentes como la tos crónica, ronquera matutina, dolor torácico no cardíaco, regurgitación ácida, sensación de quemazón en la garganta o dificultad para tragar.
Además de los síntomas, el reflujo no tratado puede ocasionar complicaciones a largo plazo, como esofagitis, úlceras o incluso una condición conocida como esófago de Barrett, que aumenta el riesgo de cáncer esofágico. Factores como el consumo excesivo de café, alcohol, comidas grasosas, picantes o muy abundantes, así como el tabaquismo y el estrés, actúan como desencadenantes frecuentes.
Causas y diagnosis
El diagnóstico suele basarse en la historia clínica, aunque en algunos casos se requieren pruebas como la endoscopia o la pHmetría esofágica. El tratamiento incluye cambios en el estilo de vida (alimentación más ligera, evitar acostarse inmediatamente después de comer, elevar la cabecera de la cama), medicamentos que reduzcan la acidez gástrica y, en casos graves, intervenciones quirúrgicas.
Su origen radica en el mal funcionamiento del mecanismo de cierre de la unión esófago-gástrica. “Lo que ocurre es que esa válvula natural, que debería impedir que el ácido ascienda, está alterada o debilitada, a menudo por la presencia de una hernia de hiato”, explica el doctor Hermógenes Díaz, cirujano general del Hospital Quirónsalud Tenerife. El resultado es que el ácido clorhídrico regresa hacia el esófago, dañando sus paredes y generando molestias continuas.
De los fármacos a la cirugía
En la mayoría de los casos, el reflujo se controla con medicación específica. Sin embargo, no todos los pacientes responden de manera adecuada a los fármacos. “Cuando los síntomas persisten, aparecen complicaciones como esofagitis o incluso problemas respiratorios y de voz, entonces se plantea la cirugía antirreflujo”, señala el especialista.
No se trata de una decisión inmediata, sino del resultado de un proceso diagnóstico minucioso en el que se evalúa la gravedad del daño y el impacto en la vida diaria del paciente.
La laparoscopia como estándar de oro
En la actualidad, la técnica de referencia es la cirugía laparoscópica, que el doctor Díaz describe como “una intervención mínimamente invasiva que consiste en crear un nuevo manguito de presión en la unión esófago-gástrica, evitando así que el ácido estomacal ascienda”.
Si existe una hernia de hiato, también se corrige durante la operación. La ventaja de esta técnica es que se realiza a través de pequeñas incisiones, lo que reduce tanto el dolor postoperatorio como el tiempo de recuperación.
Calidad de vida recuperada
El impacto en la vida del paciente es inmediato. “Cuando la cirugía está bien realizada, la mejoría de los síntomas es notable: el paciente duerme mejor, deja de depender de la medicación de por vida y puede volver a una vida normal sin limitaciones”, subraya Díaz.
Además, se evita la exposición crónica a los efectos secundarios de los fármacos, que a la larga también suponen un riesgo para la salud.
Una técnica con resultados duraderos
La recuperación suele ser rápida y los resultados se mantienen en el tiempo. Para muchos pacientes, la operación supone un antes y un después: desaparecen las molestias, se reduce el riesgo de complicaciones y se gana en bienestar general.
Como concluye el doctor Díaz, “la cirugía laparoscópica para el reflujo es hoy una solución eficaz y segura que devuelve la normalidad a quienes llevaban años luchando contra la acidez y sus consecuencias”.
