La angina de pecho es un síntoma que nunca debe ser subestimado. Se manifiesta, generalmente, como una sensación de opresión o dolor en el centro del pecho durante un esfuerzo, lo que puede ser consecuencia de la reducción del flujo sanguíneo hacia el músculo cardíaco.
Frecuentemente, este fenómeno está ligado al estrechamiento de las arterias coronarias, lo que constituye un aviso crucial de que el corazón no recibe todo el oxígeno que necesita. “Es una señal de advertencia que no podemos ignorar, porque si no lo estudiamos a tiempo puede terminar en un infarto de miocardio”, explica el doctor Cristian Jiménez, cardiólogo de los Hospitales Quirónsalud Costa Adeje y Quirónsalud Vida.
El corazón bajo presión
La causa más frecuente es la aterosclerosis, un proceso lento pero peligroso en el que las arterias se obstruyen por acumulación de placas de colesterol o ateromas. Inicialmente, los síntomas suelen aparecer durante el esfuerzo físico o situaciones de estrés emocional; sin embargo, con el tiempo pueden manifestarse incluso en reposo. Cuando la obstrucción es total o la placa de ateroma se rompe y genera un coágulo, se interrumpe por completo el flujo de sangre al músculo cardíaco y se desencadena un infarto, una situación de urgencia vital.
Los factores de riesgo que favorecen la aparición de esta enfermedad son bien conocidos: el tabaquismo, la hipertensión arterial, la diabetes mellitus, el sedentarismo y el colesterol elevado. Según señala el doctor Jiménez, “cada uno de estos elementos aceleran la ateroesclerosis y el desarrollo de enfermedad coronaria; por eso, identificar y controlar estos riesgos es fundamental para la prevención”.
Diagnóstico certero
El reconocimiento de la angina comienza con una cuidadosa historia clínica, la revisión de los factores de riesgo cardiovascular y una evaluación detallada de los síntomas. Pruebas como el electrocardiograma, la ecografía cardíaca, las pruebas de esfuerzo o la angiografía coronaria permiten evaluar la severidad de la obstrucción y definir la estrategia más adecuada para cada paciente.
El diagnóstico temprano es la piedra angular del tratamiento. “Detectarla a tiempo es la oportunidad de cambiar la evolución de la enfermedad y proteger al corazón de un daño mayor”, afirma el especialista.
Tratamiento y esperanza
Las opciones de tratamiento combinan desde medicación hasta procedimientos invasivos en los casos más severos. Antiagregantes, estatinas, betabloqueantes y nitratos son parte del arsenal farmacológico para aliviar los síntomas y reducir el riesgo de nuevos episodios. En función de la severidad de las lesiones, la angioplastia con stent o la cirugía de bypass coronario pueden mejorar el flujo sanguíneo y aliviar los síntomas.
Pero el cambio más poderoso es la prevención cardiovascular y está en manos del propio paciente. Dejar de fumar, mantener una dieta mediterránea equilibrada, practicar ejercicio de forma regular y controlar la presión arterial, el colesterol y el azúcar en sangre son decisiones que marcan un antes y un después en la salud cardiovascular.
Cómo actuar ante un episodio
Si aparece un episodio de angina, lo más importante es detener la actividad física y esperar unos minutos en reposo. “Si el dolor no cede en pocos minutos, la prioridad es llamar a emergencias y no esperar. Podría tratarse de un infarto”, advierte el doctor Jiménez. La nitroglicerina sublingual, cuando ha sido prescrita por el cardiólogo, puede aliviar los síntomas con rapidez.
Además, se recomienda avisar de inmediato a quienes estén cerca, buscar el desfibrilador más cercano para utilizarlo en caso de parada cardiaca junto con las maniobras de reanimación cardiopulmonar y facilitar el acceso de los servicios sanitarios al lugar donde se encuentre el paciente. En todo caso, un primer episodio de dolor torácico de esfuerzo nunca debe pasar desapercibido: es imprescindible la valoración médica y la realización de un electrocardiograma.
Calidad de vida y prevención
La angina puede limitar actividades cotidianas y deteriorar la calidad de vida, sobre todo cuando los episodios son frecuentes. Sin embargo, un tratamiento correctamente indicado y el compromiso con un estilo de vida saludable permiten recuperar la capacidad de disfrutar de una vida activa. “La angina no es una condena, sino un aviso para cuidar el corazón y mejorar los hábitos”, señala el especialista.
La dieta mediterránea es uno de los pilares de la prevención: rica en frutas, verduras, legumbres, pescado y aceite de oliva, y baja en grasas saturadas y alimentos ultraprocesados. A ello se suman el ejercicio regular, evitar el tabaco y el alcohol y mantener un control periódico con el cardiólogo.
Estable o inestable
Existen diferencias entre la angina estable y la inestable. La primera ocurre de manera predecible, casi siempre con el esfuerzo y se calma con reposo o medicación. La segunda, en cambio, aparece de forma inesperada, incluso en reposo, y constituye una emergencia médica. Para el doctor Jiménez, “toda angina que aparezca de forma súbita, más intensa de lo habitual o con menor esfuerzo que antes debe ser considerada inestable y tratada como un aviso serio de posible infarto”.
La precisión en el diagnóstico es esencial para determinar qué tipo de angina presenta el paciente y decidir si basta con medicación o es necesario considerar intervenciones más avanzadas.
Cirugía como recurso en los casos más severos
En los casos más graves, cuando la medicación no controla los síntomas y la enfermedad limita de forma significativa la vida del paciente, la cirugía se convierte en la alternativa. La angioplastia con stent por cateterismo o la cirugía de bypass coronario restablecen el flujo sanguíneo y permiten que el corazón vuelva a latir con fuerza.
La angina de pecho, lejos de ser un simple malestar, es una advertencia clara de que el corazón necesita atención. Y como concluye el doctor Jiménez: “Escuchar a tiempo este mensaje puede ser la diferencia entre vivir una vida plena o enfrentar una emergencia cardíaca”.
