En los meses más fríos o durante los cambios bruscos de temperatura, la garganta de los niños suele ser la primera en dar señales de alarma. El aire seco de la calefacción, los ambientes cerrados y la exposición constante a virus en las aulas crean el escenario perfecto para que las infecciones respiratorias hagan su aparición.
Tos persistente, fiebre, ronquera o dolor al tragar se convierten en una melodía conocida en muchos hogares, especialmente cuando el curso escolar avanza y las defensas se ponen a prueba. Estos síntomas, aunque frecuentes, despiertan siempre la misma inquietud entre padres y cuidadores: ¿es algo leve o requiere atención médica? Sin embargo, no siempre se trata de la misma dolencia, y distinguir entre una faringitis y una laringitis puede marcar la diferencia entre un simple malestar pasajero y una complicación que precise tratamiento médico.
Diferencias que se escuchan y se sienten
Según la doctora Elgin Radtke, pediatra del Hospital Quirónsalud Costa Adeje, “la faringitis y la laringitis son dos afecciones muy habituales, pero distintas tanto en su origen como en su tratamiento”.
Mientras la faringitis afecta a la parte posterior de la garganta, la laringitis se localiza un poco más abajo, en la laringe, donde se alojan las cuerdas vocales. De ahí que los síntomas varíen: la primera se manifiesta con dolor de garganta, fiebre y ganglios inflamados, mientras que la segunda se caracteriza por ronquera, tos seca e incluso afonía.
“La faringitis suele ser una infección de origen viral que causa dolor intenso al tragar, febrícula y, en ocasiones, una tos irritativa”, explica la doctora Radtke. Los niños pueden presentar picor de garganta o una sensación de escozor que les dificulta comer y dormir. En cambio, añade, “la laringitis es una inflamación de la laringe; los pequeños suelen tener una tos muy característica, una tos ‘perruna’, que se agrava por la noche y puede ir acompañada de estridor inspiratorio, ese sonido ronco al respirar”.
La afonía o pérdida parcial de la voz es otra señal que orienta hacia la laringitis. Aunque ambos cuadros suelen ser leves, su manejo varía: en la faringitis el tratamiento es principalmente sintomático, con analgésicos como ibuprofeno, líquidos templados y, si se desea, un poco de miel para suavizar la garganta.
El aire frío como alivio y la vigilancia médica
En el caso de la laringitis, el abordaje depende de la gravedad de los síntomas. “A veces basta con abrir una ventana o salir unos minutos al aire fresco: el aire frío puede calmar la inflamación y aliviar la tos”, apunta la especialista. También recomienda mantener una buena hidratación y procurar que el niño descanse en un ambiente tranquilo.
Sin embargo, si el pequeño presenta dificultad respiratoria, fiebre superior a 39 grados o los síntomas empeoran, es fundamental acudir al centro hospitalario. “En esos casos puede ser necesario administrar corticoides orales, y si la inflamación persiste, recurrimos a una nebulización con adrenalina en Urgencias”, explica la doctora Radtke.
Cuando la prevención es la mejor medicina
Aunque no siempre se puede evitar el contagio –ya que ambos procesos suelen ser consecuencia de virus respiratorios comunes–, la especialista insiste en que la prevención pasa por mantener hábitos sencillos: una buena higiene de manos, evitar los cambios bruscos de temperatura y asegurar una adecuada hidratación durante todo el día.
“Las infecciones respiratorias forman parte del crecimiento; el sistema inmunitario de los niños se fortalece con cada episodio”, concluye la pediatra. Pero subraya la importancia de la observación: un cuadro leve puede resolverse en casa, pero cualquier signo de dificultad para respirar o empeoramiento rápido requiere valoración médica inmediata
