“La tormenta se traslada a 30 kilómetros por hora por el Atlántico en dirección a Canarias, pero su comportamiento sigue siendo impredecible”, alertaban las agencias de noticias el domingo 27 de noviembre de 2005, basándose en las previsiones meteorológicas.
El lunes 28 de noviembre amanecía como un día normal. Pensionistas y jubilados habían cobrado su pensión el viernes y habían aprovechado el fin de semana para gastar parte de sus ingresos en congelados y otros alimentos propios de Navidad, sabiendo que no volverían a cobrar hasta el 26 de diciembre.
Consecuencias
Los meteorólogos habían avisado, a través de los distintos espacios informativos en prensa, radio y televisión que Canarias estaba en la ruta de la tormenta tropical Delta y que, “la cola” de esta, rozaría al archipiélago. Aún así, trabajadores y alumnado acudieron a sus lugares de trabajo y enseñanza.
A medida que se acercaba el mediodía las previsiones meteorológicas alertaban de riesgo. El Gobierno de Canarias, a través de la Consejería de Seguridad y Emergencia, con José Miguel Ruano al frente, decretaba el cese de la actividad escolar de manera urgente a partir de las 14:00 horas. Las carreteras se convirtieron en un infierno de idas y venidas a los colegios. “¿Por qué no avisaron antes?”, criticaba la gente.
20 aniversario
En torno a las 17:00 horas de aquel día, hace 20 años, el cielo empezaba a cambiar de color, con una mezcolansa entre el gris y el naranja. Azotaba un aire cálido que extrañaba a la población.
A las 18:00 horas en las calles de Santa Cruz ya se percibía aún más el aire caliente y fuertes rachas de viento desplazaban a los contenedores de basura que se encontraban en sus distintas ubicaciones. Algunas personas aseguran haber visto los contenedores de Méndez Núñez bajar por la calle de El Pilar.
Fuertes rachas de viento
Comenzaron a cerrarse negocios y la población se confinaba en sus casas. A las 20:00 horas ya el viento soplaba con fuerza. A la altura de la Casa Sindical, en Méndez Núñez, una gran grúa se alzaba por encima de algunos edificios y, desde distintos puntos de la ciudad se podía ver sus “bandazos” a causa de las fuertes rachas. Algunos de los cristales o espejos que cubrían parte del edificio del banco de Santander, en la Plaza de la Candelaria, “volaban”.
No paraban de sonar las sirenas de Policía y Bomberos en las calles. Los distintos medios de comunicación se convertían en un hervidero de noticias y llamadas Las unidades móviles de radio no dejaban de emitir noticias sobre objetos que volaban desde terrazas y azoteas. La consigna estaba clara: pedir a la población que no saliese de casa.
Objetos voladores
La autopista, a la salida de Santa Cruz, se había convertido en un auténtico peligro por los trozos de señalética, arrancados y desplazados, provocando auténtico temor en los conductores que intentaban desviar el impacto.
La vecindad de diferentes zonas del municipio alertaban de caídas de árboles sobre la calzada y también sobre algunos vehículos. Las ramas y los troncos caídos impedían la circulación en la Avenida de Anaga y en Las Ramblas.

Obras del tranvía
Poco a poco la ciudad se quedaba sin luz a medida que avanzaba el viento y la madrugada. Los periódicos que no disponían de grupos electrógenos para poner en marcha la rotativa, tuvieron que cesar la emisión. Una vez más fue la noche de las radios.
La periodista, al frente del unformativo en RNE en Canarias, hablaba de que en Agaete había caído el Dedo de Dios y en Santa Cruz de Tenerife volaban las vallas y material de las obras para la construcción del tranvía.
Vientos huracanados
Los datos oficiales del Instituto Nacional de Meteorología revelaron que en Izaña el viento alcanzó rachas de 248 km/h a las 20:31 UTC.
Media hora antes, La Palma marcó una intensidad máxima de 152 km/h. En Santa Cruz de Tenerife y La Laguna se certificaron vientos racheados de hasta 147 km/h.
Consecuencias
En torno a las 4:00 de la madrugada lo peor había pasado, pero la isla seguía sin luz. A medida que amanecía, las calles estaban irreconocibles e intransitables. Árboles arrancados de cuajo, palomares -con palomas incluídas-, que habían volado desde las azoteas, mobiliario de terrazas y diversos materiales cubrían el asfalto.
A las 7:00 de la mañana del 29 de noviembre se celebraba una rueda de prensa, convocada de urgencia unas horas antes, en la sede de la Dirección de Seguridad y Emergencia del Gobierno de Canarias, en Santa Cruz. Se informaba de la muerte de un vecino de Fuerteventura que, en el intento de sujetar unas planchas en una azotea, había caído al vacío. De resto, todo eran daños materiales.
Paisaje al amanecer
La imagen que presentaba la Plaza de España, Ramblas y Avenida de Anaga era desoladora. Restos de la carpa del Circo Chino que se había instalado en Guajara habían ido a parar al Puerto de Santa Cruz. Igual mala fortuna habían sufrido las terrazas del entorno de la Alameda: destrozadas por completo.
La carretera general Santa Cruz Laguna, a su paso por Cruz del Señor, era un cúmulo de hierros mezclados con tierra y otro material para instalar las vías del tranvía. La Avenida de Anaga mostraba ante sí el devastador paisaje de sus árboles caídos y los semáforos retorcidos, como si se les hubiese dado la vuelta.

Cayeron las torretas
Más de media isla de Tenerife quedó a oscuras al caer 44 torretas eléctricas (de 40 metros de altura y 20.000 kilos de peso), además de 150 postes entre la central de Granadilla y Santa Cruz.
El histórico apagón, que dejó sin fluido eléctrico a cerca de 400.000 personas provocó caceroladas de protesta por las noches.
Cinco días sin luz
La ciudad, como el resto de la isla, estuvo cinco días sin luz. Los congelados que llenaban casi todas las neveras -muchos de estos eran provisiones para Navidad-, terminaron en la basura, inservibles. Quienes se habían adelantado a las compras, sobre todo pensionistas y jubilados, tuvieron que presentar los tickets de las compras para poder acogerse al seguro activado por el Gobierno.
Las críticas llovían de todos lados a la compañía energética, al Cabildo y al Gobierno de Canarias.. Poco a poco la ciudad se recomponía, el alumnado volvía a clase y las carreteras iban quedando libres de obstáculos. Lo que nunca ha desaparecido, cuando amenaza el mal tiempo, es la pregunta de “¿Mañana hay clase?”, que es conde el temor a lo impredecible.