Jonathan Viera, uno de los nuestros

El día que debutó con la UD Las Palmas, en agosto de 2010, además ganar al Nàstic, el club inició una revolución: recuperó su identidad ligada a gente de la casa

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Miguel Ángel Ramírez abraza a Jonathan Viera. / UD LAS PALMAS
Miguel Ángel Ramírez abraza a Jonathan Viera. / UD LAS PALMAS

No hay texto que haga justicia al fútbol de Jonathan Viera. ¿Se puede retratar con palabras la belleza de su juego? Puede que alguien sea capaz, pero qué necesidad hay de perder esa batalla en plena era de la digitalización, cuando cualquiera de ustedes, a tiro de click, puede encontrar en YouTube, Instagram o Twitter cualquiera de sus genialidades. Por eso, ahora que su historia como futbolista de la Unión Deportiva Las Palmas parece llegar a su fin, prefiero escribir sobre las emociones que me ha provocado como espectador y todo lo que ha significado para el club amarillo.

El 28 de agosto de 2010 me planté en el Estadio de Gran Canaria junto a Julio Cruz tras bajarnos un cachopo en el Asturias y con una esperanza: que todo lo que me habían contado aquel verano y se había podido intuir durante la pretemporada era cierto. A la UD Las Palmas, sin un céntimo en la caja por ir un año antes contra natura  —apostar por gente de fuera y pierna fuerte a petición de Sergio Kresic—, no le quedó más remedio que mirar para los futbolistas jóvenes y de la casa para salir adelante y escapar de la ruina. Había ruido, un runrún cargado de expectativas, alrededor de los nombres de pibes como Juanpe, Aythami Álvarez, Vicente Gómez, Vitolo y Jonathan Viera. Aquel alboroto, por lo que se vio sobre le césped, estaba justificado.

Ese día, la Unión Deportiva ganó 3-2 al Nàstic de Tarragona y Jonathan Viera jugó un rato largo al fútbol, pero aquello fue mucho más que una victoria; fue una revolución: el club recuperó su identidad, ligada desde entonces a la cantera. Ese mismo curso comparecieron por el primer Lizoain, Ruymán Hernández, Randy, Tyronne o Hernán y tanto Viera como Vitolo tuvieron días de salir por la puerta grande: contra el Alcorcón (4-1), en la visita al Villarreal B (0-3), ante el Betis (2-2) o frente al Rayo Vallecano (2-1). Aquello, que salió disparado como el cava tras agitar la botella y que tuvo más que ver con la irrupción de los Beatles que con el fútbol, duró poco: hasta que la rodilla de Vitolo hizo crack, el tiempo que resistieron Josico y Guayre sanos y lo que tardó el club en ganar dinero con la venta de Cejudo al Betis.

Promesa

Dos años después de aquel debut, en el disco duro de la memoria aún retengo la cara de incredulidad del ojeador del Valencia CF que se sentó a mi lado en el Alcoraz cada vez que Viera tocaba balón y generaba una crisis de ansiedad en la defensa de la SD Huesca y todavía guardo la ilusión del propia futbolista, pocas semanas después de aquello, tras salirse contra el Villarreal B —con un gol y una asistencia— y anunciar la UD Las Palmas su traspaso al propio Valencia CF a cambio de 2,5 millones de euros. La venta parecía definitiva, el fin de una historia que, como mucho, en el el horizonte tal vez proyectaba un último baile vestido de amarillo previo a la jubilación. Nada más lejos de la realidad. 

Después de deambular por diferentes equipos —Valencia CF, Rayo Vallecano y Standard de Lieja (Bélgica)— sin alegría ni gloria, Jonathan Viera regresó en 2015 a la UD Las Palmas para cumplir una promesa: llevar al equipo a Primera División después del shock que provocó el 22J. Lo logró. Y lo hizo, además, rodeado de semejantes, de canteranos: Lizoain, Simón, Ángel López, Aythami Artiles, Roque Mesa, Asdrúbal, Javi Castellano, Nauzet Alemán, Vicente Gómez, Momo, Dani Castellano o Valerón. La insurrección que empezó cinco años antes era ya imparable. Y Gran Canaria era una isla feliz.

Asalto a los cielos

Con Quique Setién en el banquillo, en Primera División, la aventura se convirtió en un asalto continuo a los cielos. Durante dos años, ir al Estadio de Gran Canaria se convirtió en una fiesta. Gozamos, como en los días de la infancia, contra el Betis (1-0), Granada CF (4-1 y 5-1), Valencia CF (3-1), Getafe CF (4-0) o RCD Espanyol (4-0). Sentimos orgullo con aquel equipo en San Mamés (2-2), Anoeta (0-1), Riazor (1-3), Mestalla (2-4) o el Bernabéu (3-3; con Sergio Ramos que aún deber estar buscando a Tana). Y, en todo esa máquina de hacer fútbol, Viera era capitán general. Aquello era la felicidad y no lo sabíamos. La catástrofe esperaba la vuelta de la esquina: la marcha de Setién, el descenso a Segunda y la marcha de Viera a China dejaron un solar que sólo mutó en jardín con el regreso del propio Viera para cumplir, de nuevo, con la misma promesa: llevar de nuevo a la UD Las Palmas a la élite.

Viera volvió a cumplir, aunque de manera diferente: fue el mejor sobre el campo y ejerció de líder en el vestuario. Dio la cara en los momentos más duros —después de la eliminación ante el CD Tenerife en el playoff de ascenso y ante cualquier crisis de resultados—. El equipo le siguió como lo hizo el pueblo elegido detrás de Moisés después de partir las aguas del Mar Rojo

Con alguien que me generó tanta felicidad como Jonathan Viera no voy a lanzarle reproches. Ni siquiera voy a tener en cuenta sus últimas semanas en el club. Él inició una revolución que tiró abajo una puerta que luego cruzaron Roque Mesa, Tana, Pedri o Moleiro. Si la Unión Deportiva Las Palmas es lo que es hoy, en buena medida es por su culpa. Jonathan Viera, uno de los nuestros. Siempre.