No hace falta ir a China ni al corazón de Berlín para encontrar barreras que separaban mundos. En Canarias, entre volcanes, arenas y océanos, también se alzaron muros que marcaron territorios, dividieron pueblos y contaron historias hoy casi olvidadas.
Pocos conocen que, mucho antes de las carreteras y los hoteles, una isla fue cortada por la mitad por una muralla ancestral. Una frontera de piedra que aún hoy, siglos después, susurra al visitante los ecos de un pasado compartido.
La Pared que dividía Fuerteventura
En tiempos prehispánicos, Fuerteventura estaba dividida en dos grandes comarcas: Maxorata y Jandía. Entre ambas, en el estrecho istmo que une el norte con la península del sur, se construyó una muralla de piedra que cruzaba la isla de lado a lado.
Hoy, el lugar se conoce como La Pared, una pequeña localidad del municipio de Pájara, cuyo nombre recuerda la imponente construcción que en su día alcanzaba los seis kilómetros de longitud, desde Laja Blanca hasta Sotavento.
Aunque los restos actuales apenas superan los 80 centímetros de altura, su valor arqueológico e histórico es incalculable. A su alrededor se extiende un yacimiento declarado Bien de Interés Cultural (BIC) por el Gobierno de Canarias, con más de 300.000 metros cuadrados protegidos y cerca de medio centenar de construcciones adosadas.

De frontera tribal a reserva de pastos
La primera referencia escrita a esta muralla aparece en la crónica normanda Le Canarien del siglo XV, donde se describe una “gran pared que atraviesa el país entero, de un mar al otro”. Sin embargo, su función exacta ha sido objeto de debate. Durante mucho tiempo se consideró un límite defensivo entre los dominios de los reyes Guise y Ayoze, señores de Maxorata y Jandía. Pero algunas teorías más recientes apuntan a un uso menos beligerante.
Según ciertos investigadores, La Pared podría haber sido una estructura ganadera diseñada para proteger los recursos naturales del sur de la isla. Un muro para controlar el paso del ganado y reservar pastos, agua y vegetación para épocas de escasez. Un sistema ancestral de gestión del territorio en un entorno donde cada gota y cada brote contaban.
Un vestigio entre dunas
Hoy, visitar La Pared es caminar sobre la historia. Entre el silencio del paisaje y el viento que golpea las piedras, es posible imaginar la vida de quienes habitaron estas tierras antes de la conquista. Las cerámicas halladas, las estructuras de piedra, los antiguos tagorores... Todo forma parte de un relato insular que, aunque enterrado bajo siglos de arena, aún late.
Este muro canario, casi secreto y sin turistas, es un testimonio físico de cómo se organizaba la vida antes del reloj y del mapa. Una frontera sin soldados, una muralla sin leyendas heroicas, pero con una profunda carga simbólica: la necesidad de cuidarse y cuidarlo todo, incluso la tierra misma.