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Imagen de un cofre del tesoro / CANVA

Ni oro ni plata: el tesoro canario que viajó de Garachico a Florencia en el siglo XVI

Entre los siglos XVI y XVIII, esta materia prima se convirtió en la base de industrias tan diversas como la textil, la vidriera o la jabonera

En la historia de Canarias hay tesoros que no brillaban como el oro ni se moldeaban como la plata. Hubo un tiempo en que el verdadero valor se escondía en las costas áridas y volcánicas del archipiélago, en forma de plantas humildes que, tras ser calcinadas, producían un polvo alcalino capaz de mover fortunas y tejer redes comerciales entre islas y grandes potencias europeas. Ese mineral vegetal fue la barrilla, también conocida como el “oro verde” de Canarias.

Entre los siglos XVI y XVIII, esta materia prima se convirtió en la base de industrias tan diversas como la textil, la vidriera o la jabonera. Su destino iba mucho más allá del Atlántico: desde Garachico y otros puertos isleños, partía rumbo a Flandes, Inglaterra, Lisboa o incluso Florencia, donde familias como los Médici hicieron de ella parte de sus negocios.

El valor de la barrilla

La barrilla es la ceniza obtenida de plantas halófitas —adaptadas a terrenos salinos y áridos— como la salicornia o la salsola. Al calcinarse, se transformaba en una masa negruzca y vidriosa rica en carbonato de sodio, esencial para elaborar vidrio, jabón o lejías.

En un contexto en el que los colores de las telas y el brillo de las vidrieras marcaban poder y distinción, la barrilla se convirtió en un recurso estratégico. A diferencia de la cochinilla, que aportaba pigmento rojo, o la orchilla, que producía tonos violáceos, este tesoro canario no teñía, pero sí fijaba y estabilizaba los tintes, además de abaratar procesos industriales.

Canarias en las rutas comerciales

Las primeras referencias documentadas sobre la exportación de barrilla desde Canarias datan de mediados del siglo XVI. Comerciantes flamencos y portugueses aprovecharon su experiencia previa con cereales y azúcar para controlar esta nueva mercancía. Garachico, en Tenerife, fue el gran centro logístico, aunque también salía producto desde Agaete, Sardina o Las Galletas.

Los registros hablan de cargamentos impresionantes: envíos de más de 200 quintales —unas nueve toneladas— que llegaban a Lisboa, Sevilla o Cádiz, donde la industria vidriera dependía de este álcali insular. Desde allí, la materia prima seguía camino hacia Londres, Amberes o Florencia.

Imagen de la barrilla canaria / GOBIERNO DE CANARIAS

El papel de los gremios europeos

En Londres, los gremios de tintoreros fueron los principales clientes de la barrilla canaria. La Venerable Compañía de Trabajadores de la Tela regulaba la actividad de los tintoreros y garantizaba el suministro de productos clave para la industria. La barrilla isleña se integró así en un circuito que unía el comercio de azúcar, vino y álcalis.

En Florencia, los Médici documentaron en sus libros de cuentas adquisiciones de lana y telas tratadas con barrilla. No era casual: los talleres textiles florentinos se convirtieron en referentes europeos gracias a la calidad de sus colores y acabados, y en ese proceso la materia prima canaria jugó un papel silencioso pero decisivo.

Un comercio arraigado en Canarias

La producción de barrilla implicaba a comunidades enteras en las islas. Agricultores, sacristanes o viticultores recolectaban la planta durante el verano, cuando alcanzaba la madurez ideal. Después se calcinaba para convertirla en la masa alcalina lista para exportar. Los comerciantes adelantaban dinero a los campesinos —a menudo cuatro o cinco reales por quintal— y revendían en Europa al doble de precio.

Este circuito mercantil no solo enriqueció a extranjeros; también sostuvo a familias isleñas durante siglos, convirtiéndose en complemento económico en épocas de crisis del azúcar o de la vid.

Decadencia y legado

Con la llegada de la sosa artificial en el siglo XVIII —primero por el proceso Leblanc y más tarde por el Solvay—, la barrilla perdió protagonismo en el comercio global. Sin embargo, en Canarias continuó usándose en hogares y oficios locales, hasta el punto de originar productos populares como el llamado “gofio de cristal”, elaborado a partir de restos de ceniza alcalina.

Hoy, al recorrer los acantilados de Agaete, las caletas de Tenerife o los vestigios de Garachico, cuesta imaginar que aquellas plantas salobres fueron un hilo invisible que conectó a Canarias con la modernidad europea. La barrilla no solo fue un recurso económico: fue un símbolo de la integración de las islas en las grandes rutas comerciales y del ingenio para transformar lo humilde en riqueza.