Hay sensaciones que no siempre se pueden explicar con palabras. A veces es una punzada ligera en el estómago, un impulso repentino, una necesidad más emocional que física. Y, sin embargo, en algunos lugares del mundo, ese deseo tiene nombre.
En Canarias tenemos palabras propias para hablar de amor, echar de menos o insultar a alguien. Son palabras que nacen en medio del océano, de la mezcla cultural, del habla pausada y cálida que caracteriza al archipiélago.
Una palabra muy canaria
En Canarias, cuando a alguien le apetece algo de comer sin tener realmente hambre, no dice que tiene apetito. Tampoco lo llama antojo. Lo llama gasusa. Es un término popular y cotidiano que, curiosamente, la RAE aún no reconoce, a pesar de que recoge una variante peninsular: gazuza.
La gasusa no es el hambre que raspa el estómago después de horas sin probar bocado. Es más bien ese deseo repentino y caprichoso de comer algo en concreto, aunque estés recién almorzado. Un picoteo emocional que conecta más con el estado de ánimo que con la necesidad fisiológica.
Origen andaluz y adaptación isleña
Aunque parezca una creación exclusivamente canaria, la palabra tiene raíces en Andalucía y Extremadura, donde se usa la voz gazuza. Con el tiempo, y debido a la emigración hacia las islas, este término se adaptó al habla canaria, perdiendo la 'z' en favor de una 's' más suave: gasusa.
Este cambio fonético, habitual en la evolución de los dialectos, acabó por consolidarse también en la escritura —aunque es posible que no lo veas en los textos formales, pero si en el día a día de los canarios—, convirtiéndose en un rasgo distintivo del español que se habla en las islas.
La RAE aún no la admite
A día de hoy, la Real Academia Española solo recoge la forma gazuza como sinónimo coloquial de hambre. Sin embargo, no considera gasusa una variante válida, pese a su uso común en el archipiélago. ¿Por qué? Porque el término aún no se ha institucionalizado lo suficiente fuera del habla coloquial canaria.
Pero para los isleños, eso no importa. La palabra gasusa sigue viva, pronunciada con cariño entre familias, en las sobremesas, en la broma compartida antes de abrir la nevera. Es una expresión que habla de identidad, de origen y de una manera única de sentir el mundo. Y para muchos, eso vale más que cualquier entrada en el diccionario.
