Corales en Canarias y su papel como refugio para la fauna marina de las Islas.
Corales en Canarias y su papel como refugio para la fauna marina de las Islas.

La profundidad y la genética salvan, por ahora, a los corales de Canarias del cambio climático

Mientras los corales tropicales han llegado al punto de no retorno, los canarios están protegidos de momento al vivir en aguas frías y estar compuestos de otras proteínas

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Mientras los arrecifes tropicales del planeta alcanzan un punto de no retorno por el calentamiento global, los corales de Canarias parecen, de momento, resistir. Esto se debe a que las especies del Archipiélago “viven a mayor profundidad, en aguas más frías, y sus estructuras no son de carbonato cálcico, lo que los hace más resistentes”. 

Así lo explica la microbióloga y oceanógrafa Beatriz Fernández, que señala que las especies que habitan en aguas canarias están más protegidas frente al aumento de temperatura y la acidificación del océano, aunque su situación podría cambiar en los próximos años, advierte a su vez.

Calentamiento del océano

Los arrecifes tropicales, como la Gran Barrera de Coral en Australia, habitan en aguas someras —a pocos metros de profundidad— y están formados por esqueletos de carbonato cálcico. Estas condiciones los hacen especialmente vulnerables al calentamiento global y a la acidificación del océano, apunta la doctora. 

La subida de las temperaturas provoca el fenómeno conocido como blanqueamiento o bleaching: las bacterias simbióticas que viven dentro de los corales y les dan color se expulsan al aumentar la temperatura del agua. El coral pierde así su color y también su fuente de vida.

Además, la acidificación del océano —causada por el exceso de CO₂ absorbido por el mar— disuelve el carbonato de calcio, erosionando las estructuras que forman estos ecosistemas. “Los arrecifes tropicales están doblemente amenazados: por el calor y por la acidez del agua”, resume Fernández.

Diferencias entre corales

En cambio, los corales del Archipiélago canario pertenecen a otro grupo: los corales de aguas frías o templadas, que viven a partir de los 40 metros de profundidad e incluso más abajo. “No es lo mismo estar a diez metros que a cuarenta. Las aguas profundas tardan más en calentarse y, por tanto, los corales están más protegidos”, explica la oceanógrafa.

Otra diferencia clave está en su composición. Fernández indica que, mientras los corales tropicales son estructuras duras de carbonato cálcico, muchas especies canarias —como la Gerardia o el coral negro— están formadas principalmente por proteínas como la queratina o la quitina, materiales que no se disuelven con la acidificación del océano. “Por eso los corales de Canarias están más a salvo, al menos por ahora. No sufren el mismo riesgo de descomposición de su esqueleto que los tropicales”, puntualiza Fernández.

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Bosque de coral negro en Lanzarote / ULPGC

Amenazas locales 

Aunque más resistentes al cambio climático, los corales canarios no están exentos de peligro. Las actividades humanas, especialmente las relacionadas con la pesca, representan una amenaza directa. “Se han encontrado restos de redes y plásticos en los fondos donde habitan estos corales. Por ejemplo, las técnicas de arrastre los destrozan”, denuncia la científica. 

Además, Fernández recuerda que muchos de estos ecosistemas están conectados con otros del Atlántico Norte, formando lo que se conoce como el cinturón de la Macaronesia, que une Canarias, Madeira y Azores.

Un futuro incierto

A pesar de la aparente resistencia actual, el calentamiento de las aguas profundas es una realidad creciente. “El océano está almacenando tanto calor que ya no solo se calienta la superficie, sino también las zonas más profundas”, advierte Fernández. “En el futuro podríamos ver en Canarias los mismos efectos abruptos que ahora se observan en los corales tropicales”.

Por ahora, sin embargo, los corales del Archipiélago se encuentran en una situación relativamente buena. “Todavía no han llegado al tipping point (punto de inflexión), pero si las temperaturas siguen aumentando, podríamos empezar a ver consecuencias visibles en los próximos años”, concluye la oceanógrafa.