Antes de que los cronistas escribieran sobre la Conquista y antes de que los mapas dibujaran fronteras nuevas, hubo quienes se levantaron con coraje frente a lo inevitable. No hacía falta cruzar océanos para encontrar resistencia: en Canarias también surgieron líderes capaces de desafiar al poder con astucia, fuerza y un profundo sentido de justicia.
Entre riscos y barrancos, uno de ellos se convirtió en leyenda. Un nombre que aún resuena entre las montañas del norte de Gran Canaria y que encarna la lucha de un pueblo por defender su tierra frente al avance de los conquistadores. Un guerrero que robaba ganado a los poderosos para repartirlo entre los suyos, que escalaba barrancos imposibles y alzaba su brazo como señal para reunir a los que no tenían nada. Fue plebeyo, fue amante, fue rebelde. Y fue, sobre todo, la figura más temida por los castellanos durante la conquista de Gran Canaria.
La historia de un guerrero
A mediados del siglo XV, en el reino de Telde, nació Doramas, hijo del pueblo llano, parte de la clase trasquilada: campesinos sometidos que llevaban el cabello cortado en señal de vasallaje frente a la aristocracia semidán —la clase dirigente del antiguo reino aborigen de Gran Canaria—. Pero su destino no era el arado ni el silencio.
Pronto se convirtió en el líder de cuadrillas que arrebataban el ganado a los nobles para redistribuirlo entre los marginados. Aquella osadía marcó el inicio de una leyenda que se escribiría con piedra, fuego y sangre en los riscos que hoy forman la Selva de Doramas, en Moya.
Un guerrero temido
En 1478, cuando la Corona de Castilla inició la conquista de Gran Canaria, Doramas ya lideraba una eficaz resistencia de guerrilla entre Tamaraceite y Arucas. Su conocimiento del terreno y su capacidad para organizar emboscadas hicieron retroceder a soldados profesionales bajo una lluvia de piedras y lanzas de madera de drago.
Tanto respeto generaba que fue elegido guayre de Tamaraceite y más tarde capitán de guerra del cantón de Lairaga, pese a la oposición de la nobleza isleña y del propio Tenesor Semidán, el guadarteme que más tarde pactaría con los castellanos y se bautizaría como Fernando Guanarteme.
Entre la guerra y el amor
La leyenda de Doramas se engrandeció con su relación con Iguanira, princesa guanche. Para verla, cruzaba a nado cada noche el canal de Gando. Aquella historia de amor prohibido lo enfrentó directamente a la jerarquía insular, reforzando su imagen de líder romántico y subversivo.
El 20 de agosto de 1481, el recién nombrado gobernador Pedro de Vera lanzó una ofensiva para acabar con él. Con apenas una hueste, Doramas bajó a los lomos de Arucas y pidió combate singular. Las crónicas narran que fue un duelo desleal: mientras exigía pelea uno a uno, recibió una emboscada múltiple, disparos de ballesta y heridas que no lograron silenciarlo. Solo murió cuando Vera lo atravesó con su propia lanza.
Un legado imborrable
Su cuerpo fue exhibido en Las Palmas como escarmiento, pero su muerte detuvo el avance castellano hacia Gáldar ese verano. La Selva de Doramas aún lleva su nombre, como también lo hacen montañas, senderos y cuentos populares que recuerdan su arrojo.
Su linaje no desapareció. Un descendiente, Juan Doramas, luchó en la conquista de otras islas y su apellido se castellanizó en Oramas, presente hoy en todas las islas y en América. La figura de Doramas trascendió el conflicto con los castellanos: representó una rebelión social interna, un pulso entre clases que se libraba también dentro de la isla.
