Un día con SIACAN rescatando animales en La Palma tras un año de la erupción

Durante los primeros 12 meses tras la erupción han crecido los abandonos, los problemas de conducta y las enfermedades entre los perros y gatos de La Palma

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Algunos perros rescatados por Ricardo Hernández (derecha), fundador de SIACAN./ Montaje AH
Algunos perros rescatados por Ricardo Hernández (derecha), fundador de SIACAN./ Montaje AH

Dicen los vecinos de El Paso y Los Llanos que la noche del 18 de septiembre de 2021 sus perros comenzaron a aullar, el ganado estaba inquieto y todos los gatos que pudieron escaparon de sus casas. Los dueños se lo temían, pero entendieron la razón a las 15:10 del día siguiente: después de 25.000 terremotos en ocho días, la tierra se abrió sobre el barrio de El Paraíso.

Una semana antes de comenzar la erupción, Ricardo Hernández, fundador de Servicio Integral Animal de Canarias (SIACAN), perito judicial canino y colaborador de Bienestar Animal en el Ayuntamiento de El Paso, se sentó con Sergio Rodríguez, alcalde de la localidad, para buscar un sitio donde poder evacuar a los animales del valle de Aridane cuando la cosa se pusiese fea. Acordaron habilitar unas instalaciones de Protección Civil en El Paso a modo de refugio para mascotas domésticas y el recinto ferial de la localidad para el ganado.

 

 

Un solar como refugio

Habilitar es, quizás, una palabra muy grande para describir la cesión de las instalaciones para las mascotas. Tras la verja de este refugio improvisado, hay un edificio y un aparcamiento grande, al sol. Vehículos de Protección Civil, alguna ambulancia, una camioneta de la Guardia Civil y varios coches destartalados y olvidados ocupan las plazas que no han invadido los hierbajos. En uno de los lados del solar, en la zona con más sombra, una decena de cheniles alojan a los últimos perros olvidados por la erupción.

Parece mentira que por este recinto pasasen durante toda la crisis volcánica más de 700 mascotas, llegando a convivir a la vez hasta 250 animales entre perros, gatos, pájaros y otras especies domésticas. Cuando Ricardo llegó al lugar no había más que tres cheniles, pero él y los voluntarios que pronto comenzaron a ayudarle tuvieron que apañárselas para construir nuevas perreras y distribuir a los animales por el espacio que había. Llegaban tantos cada día que tenían que amarrarlos a los postes, a veces incluso llevarlos con la correa a la cintura para evitar que se escaparan.

Cheniles para perros en el refugio de El Paso./ Álvaro Oliver (AH)
Cheniles para perros en el refugio de El Paso./ Álvaro Oliver (AH)

Traumas derivados de la erupción

Ricardo recibe a Atlántico Hoy en un recinto silencioso. "Aunque no te lo creas, ahí hay perros", dice, sonriendo. Y efectivamente, en los cheniles todavía tiene a un puñado de cánidos, algunos rescatados sin dueño conocido, otros cuyos propietarios han perdido sus casas y no tienen dónde mantenerlos. En su furgoneta tiene más canes que ha ido recogiendo durante el día, algunos abandonados. Ninguno ladra, están tranquilos, algo impensable durante la erupción.

Ricardo es adiestrador también. Le ha costado mucho tranquilizar a los animales durante este año en el que sólo han sentido pavor. Miedo por los ruidos, miedo por quedarse solos, miedo por estar encerrados sin salida... Los trastornos de conducta se han disparado, no solo entre las mascotas que fueron rescatadas, sino en toda la isla.

"Tienen mucho más miedo que antes, son huidizos... También tenemos muchos más casos de ansiedad por separación", dice Ricardo mientras le pone agua a Pipo, un dóberman suyo de casi 40 kilos. "Este -dice refiriéndose a Pipo- antes se tiraba a morder los petardos. Ahora escucha un volador y siente pánico, se esconde".

Pipo, el doberman de Ricardo Hernández./ Álvaro Oliver (AH)
Pipo, el doberman de Ricardo Hernández./ Álvaro Oliver (AH)

Perros de propietarios desplazados

Cuando acaba de darle agua a su dóberman, Ricardo revisa los cheniles que aun están ocupados. En ellos hay una decena de perros. Ulfo, uno de ellos, es de un desalojado de La Bombilla, barrio al que los vecinos no pueden regresar por la concentración letal de gases que continúa habiendo. Bali, otro de los cánidos, pasó ocho meses viviendo con su dueño en una furgoneta después de que este perdiese su casa. Ahora, el propietario reside en uno de los hoteles que cobijan hasta a 180 afectados y su perro se queda en las instalaciones de El Paso hasta que tengan otra alternativa habitacional.

Pero Ulfo y Bali por lo menos tienen dueños con los que, tarde o temprano, regresarán. Teneguía y Festivo, en las perreras contiguas, no tienen dueño conocido. Ricardo los ha llamado así, porque realmente no sabe qué nombres tenían antes de la erupción. Teneguía es una mezcla entre presa canario y otra raza desconocida. Fue recogido por un veterinario y pasó por otro antes de ser entregado a un supuesto propietario, pero semanas después volvió a ser recogido sin que se le hubiese puesto el chip.

Muchos más abandonos

Festivo se llama así porque "es un escandaloso", cuenta Ricardo. Lo encontraron junto con muchos más perros en la casa de una persona con demencia a la que gente con mala fe le había ido dejando animales para despreocuparse de ellos, sin que él fuera plenamente consciente de que tenía a todos esos perros.

"Con la excusa del volcán mucha gente ha aprovechado para desentenderse de sus animales", lamenta Ricardo. Tras revisar que todos los perros estén bien en sus cheniles, el fundador de SIACAN se sube a su furgoneta para ir a una finca en el monte a recoger a otro animal. Antes hacía sus recogidas en una pick-up Nissan Navara, pero acabó destrozada por el uso extremo y repararla le cuesta 7.000 euros. Durante los primeros cuatro días de erupción, Ricardo y varios voluntarios recorrían sin parar toda la zona afectada rescatando mascotas, metiéndose por toda clase de caminos y llegando a actuar a metros de las coladas. 

Furgoneta de Ricardo Hernández, dueño de Siacan./ Álvaro Oliver (AH)
Furgoneta de Ricardo Hernández, dueño de SIACAN./ Álvaro Oliver (AH)

Más enfermizos y delgados

María, dueña de la finca a la que se dirige la furgoneta de recogida, también cuida algunos cánidos y le entrega este perro a Ricardo. La familia con la que habían contactado para que lo adoptase, finalmente, no se puede hacer cargo de él. Ella también ha observado los trastornos de los animales, no solo conductuales, sino también médicos. "Un presa canaria que tenía se quedó paralizada el día antes de la erupción. Estuvo así dos o tres meses y se acabó muriendo por el estrés", narra María a Atlántico Hoy. La perra tenía tres años, no era natural esa parálisis.

"También caen enfermos mucho más habitualmente y han bajado de peso", cuenta esta mujer. Además, durante los primeros meses de la erupción, el cuerpo veterinario que asistía a los animales en las protectoras no aceptó cubrir afecciones que no estuvieran estrictamente relacionadas con el volcán. En consecuencia, las enfermedades que ya arrastrasen las mascotas que se rescataron, o en las que fuesen cayendo, no fueron tratadas.

Ricardo ha perdido tres litros de capacidad pulmonar en cada pulmón debido a la respiración de gases nocivos durante los rescates y a haber pasado la COVID-19. Meses durmiendo junto con el resto de voluntarios en catres improvisados con mantas en el refugio y semanas enteras rescatando animales sin descanso le dejaron exhausto, pero aun está disponible para seguir ayudando a los perros y gatos que continúan sin casa tras el volcán. Tras volver a "la base" a dejar al cachorro recogido en la finca de María, se despide de Atlántico Hoy. "Tengo que seguir recogiendo animales", dice antes de volver a subirse a su furgoneta para continuar su jornada.

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