En el corazón de Santa Cruz de Tenerife, entre las plazas de La Candelaria y España, se alza uno de los edificios más enigmáticos y elegantes del archipiélago: el Real Casino de Tenerife. Su fachada art déco, su monumental escalera imperial y sus murales de Néstor Martín-Fernández de la Torre lo convierten en un símbolo de la modernidad que transformó Canarias en los años treinta.
Fundado en 1840, el Casino nació como el Gabinete de Lectura y Recreo, una sociedad privada donde comerciantes y terratenientes se reunían para leer, debatir y disfrutar de juegos permitidos por la ley. Con el paso de las décadas, aquel espacio de tertulias y pianos se convirtió en el epicentro de la vida social tinerfeña. Hoy, casi dos siglos después, el espíritu de exclusividad sigue latiendo entre sus muros.
De tertulias a lujo racionalista
El edificio actual fue proyectado por Miguel Martín-Fernández de la Torre y se inauguró en 1935 tras seis años de obras. Su inauguración fue todo un acontecimiento: una gala con dos mil invitados, orquesta, trajes de noche y la élite de la sociedad tinerfeña reunida bajo un mismo techo.
Aquella construcción sustituyó al antiguo casino decimonónico, y marcó el tránsito de una ciudad burguesa a una capital moderna. El arquitecto concibió un edificio monumental con cuatro fachadas y un interior funcionalista, donde cada detalle respondía a la idea de que la forma debía seguir a la función.
El resultado fue una obra que la crítica considera el mejor ejemplo de arquitectura racionalista y art déco de Canarias. Tanto es así que en 1982 fue declarado Bien de Interés Cultural (BIC).
Un interior de arte y luz
Quien cruza su puerta principal accede a un hall de doble altura, presidido por un lienzo monumental de José Aguiar, Alegoría del mar y la tierra. Desde allí, una escalera imperial conduce a los salones principales, donde la luz se filtra a través de vidrios opales —inspirados en la arquitectura japonesa— que difuminan la frontera entre iluminación natural y artificial.
En el gran salón, de más de 800 metros cuadrados, se conservan los murales de Néstor Martín-Fernández de la Torre, El mar y La tierra, dos óleos que representan la unión del arte, la agricultura y la pesca de Canarias. La crítica ha descrito este espacio como “uno de los conjuntos interiores más significativos de los años treinta en España”.
El edificio fue decorado con mármoles de varios colores, aceros dorados y maderas de caoba, creando una atmósfera elegante y moderna que aún hoy impresiona. Cada rincón del Real Casino responde a una visión total de la arquitectura, donde el arte, el diseño y la funcionalidad se integran como un solo lenguaje.
La exclusividad que perdura
Aunque declarado Monumento Histórico, el Real Casino mantiene su esencia como club privado. Solo los socios y sus invitados pueden acceder a sus salones, gimnasio, restaurante o biblioteca.
Entre sus servicios figuran un restaurante con vistas al mar, salones para eventos, ludoteca, gimnasio, biblioteca con más de 10.000 volúmenes, cursos culturales y viajes organizados. La institución, que presume de tener convenios con los clubes más prestigiosos del mundo, continúa siendo un símbolo del prestigio social en la capital tinerfeña.
Un museo vivo
Además de su valor arquitectónico, el Real Casino alberga una pinacoteca con obras de los grandes artistas canarios: César Manrique, Cristino de Vera, Pedro González, González Méndez, Borges Salas o el propio Néstor. En total, 39 obras han sido declaradas Bien de Interés General por el Gobierno de Canarias.
El edificio, que ocupa una manzana entera, es también una lección viva de historia urbana. En su interior se mezclan la solemnidad de los años treinta, la modernidad funcionalista y la herencia cultural de casi dos siglos de vida social canaria.
A pesar del paso del tiempo, el Casino sigue siendo un punto de encuentro —aunque no para todos— donde arte, arquitectura y memoria se dan la mano bajo un lema no escrito: la belleza también puede ser un privilegio.