Magris, Svevo, José Luis Perales y el verano

Sin periodismo, sí que nos aproximamos a la Torre de Babel del desconcierto

Guardar

Uno de los pequeños paraísos costeros de Canarias en donde uno puede escapar durante unas horas en verano siguiendo la quietud la marea y el vuelo de las gaviotas. / ATLÁNTICO HOY
Uno de los pequeños paraísos costeros de Canarias en donde uno puede escapar durante unas horas en verano siguiendo la quietud la marea y el vuelo de las gaviotas. / ATLÁNTICO HOY

En vacaciones uno intenta evadir la realidad que no le gusta; pero un periodista es periodista cada segundo de su existencia por más que a veces trate de no saber o de no querer conocer lo que acontece. Durante esos días cerca del mar, o paseando por ciudades lejanas que no conozcan el nombre de nuestros políticos o nuestros pueblos, si acaso picoteamos titulares y salimos rápido para no alejarnos de donde estamos. También buscamos un par de libros que nos hagan viajar aún más lejos y nos rodeamos de quienes realmente queremos en todas las circunstancias.

Estos días estaba de vacaciones en un pequeño paraíso costero. Leía a Magris y a Italo Svevo. De Magris me gusta su mirada a este mundo que se empeña cada día en complicar su presente. Él sabe de vaivenes territoriales, de grandes historias que se quedan en nada y de ciudades que parecen sombras que se sueñan, sabe de Trieste y de esa Europa tan complicada por los nacionalismos y las posturas extremas que, cada dos por tres, se hace el harakiri como si fuera una promesa; pero Magris te sosiega con su mirada inteligente, y en vacaciones uno necesita esa pequeña distancia pasajera. De Svevo leí una nouvelle que publica Acantilado: La historia del buen viejo y la bella muchacha. Svevo es un escritor de sombras, como Zweig o como Kafka, que a veces regala frases como esta: En el fondo, el remordimiento no es más que el resultado de una determinada forma de mirarse en el espejo. Y uno trata cada día de que su espejo sea más condescendiente, aunque ya hemos aprendido, desde Dorian Gray, que nuestro reflejo no es más que la mirada de nuestra propia conciencia. 

Salía de vez en cuando de la literatura y, como digo, picoteaba titulares en las redes. Leí que había muerto José Luis Perales en un medio de comunicación y me desconecté a los diez minutos. No tuve tiempo de ver el vídeo en el que Perales aseguraba que estaba vivo hasta el día siguiente. Para mí estuvo muerto casi veinticuatro horas. Entonces el periodista se pregunta qué estamos haciendo con el periodismo y si vale la pena dejarnos arrastrar por la vorágine insaciable de la inmediatez de las redes sociales. Hace años, uno no podía dar una noticia como esa si no estaba contrastada por varías fuentes fiables. No se puede matar a nadie de esa manera, pero eso que sucedió con el cantante conquense está sucediendo a diario con desmentidos que ya no ruborizan a los medios. Quedan las visitas a la web y la primicia, aunque sea falsa, la facturación del espectáculo. Sin periodismo, sí que nos aproximamos a la Torre de Babel del desconcierto. Cada vez se leen menos libros y la educación parece que sólo es un consenso para ver si pueden terminar con ella y así completar el atontamiento que muchos desean. Entonces miro a la marea, a la quietud de la roca recibiendo los embates de las olas y a ese vuelo sereno de las gaviotas y de los alcaravanes. Y todo está bien aunque no estemos nosotros.Y así será algún día por más que nos creamos tan importantes. Nos estamos complicando nuestra propia existencia de una manera pueril y estúpidamente desafiante. Pero en esos libros también nos dice Italo Svevo que el mayor peligro para una teoría es alejarse de la línea que impone la realidad, y esa realidad, por más veranos que queramos poner en medio, es un trabajo diario de cada uno de nosotros, un cuidado de nuestra propia imagen cada vez que nos asomemos a los espejos de nuestra conciencia.

Archivado en: