Revuelta en el Insular: 40 años del concierto de Eddy Grant

El concierto del cantante británico en la Grada Curva del antiguo estadio fue un caos monumental, un ejercicio de vandalismo colectivo que nunca antes se había visto por la capital grancanaria

Diego Hernández

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En la imagen, panorámica de la Grada Curva del Estadio Insular durante un concierto y una foto reciente de Eddy Grant. / AH
En la imagen, panorámica de la Grada Curva del Estadio Insular durante un concierto y una foto reciente de Eddy Grant. / AH

¡Tranquilo, babe, tranquilo!”. Fueron de las pocas palabras que se oyeron en varias ocasiones en boca de Eddy Grant antes de que se produjera la revuelta en el Estadio Insular, todo reventara, y el cantante pusiera tierra de por medio en busca de un refugio seguro. Había transcurrido poco más de una hora, o quizás menos, desde que el artista, músicos y coristas fueron desgranando repertorio ante un aforo encendido, el que había pagado entrada, y los descerebrados que desde la calle reclamaban su derecho a invadir y pisotear lo ajeno. Living on the frontline, Do you feel my love? o la profética War Party —por lo que vendría después—, entre otras canciones, creo recordar, fueron algunas de las piezas que Grant y los suyos acertaron a interpretar aquel fatídico viernes 9 de julio de 1983 —hace justo 40 años—.

El concierto del cantante británico en la Grada Curva del antiguo recinto deportivo fue un caos monumental, un ejercicio de vandalismo colectivo que nunca antes se había visto por la capital grancanaria. No es que abundaran los conciertos de talla internacional o nacional en aquella época, que también los había, tampoco es que entre los que asistimos a lo que se presumía iba a ser una noche histórica, de comunión con una figura del reggae digamos comercial, tuviéramos excesiva cintura ni gimnasia en eventos de este calibre. Se fue de las manos en todos los sentidos.

'Rock & Ríos' en El Hornillo de Telde

Tampoco era de los primeros conciertos de gran aforo en la Isla. Seis meses antes, un 21 de diciembre de 1982, el campo de fútbol de El Hornillo, en Telde, abría sus puertas al que fue el mayor espectáculo, con todas las letras, de música rock: la gira de Rock & Ríos, el doble álbum grabado ese mismo año por Miguel Ríos, que cambiaría las reglas del juego. El concierto fue espectacular: nos sabíamos todas las canciones —al igual que ocurriría al tiempo con Eddy Grant—, y fue el bautizo en la mágica experiencia de disfrutar de la música en directo. Fue también la primera vez que vimos un láser sobre nuestras cabezas, cosa mayor si se comparaba con los que uno estaba acostumbrado en la ruta de discotecas de la capital y Playa del Inglés. Con Miguel Ríos estuvo Prana de grupo invitado, y poca bronca hubo entonces pese a la magnitud del evento.

El Hornillo, es de suponer que fruto de lo bien que fue la gira de Rock & Ríos y cómo respondía el público, armó agenda de conciertos de artistas nacionales como Luz Casal y Ramoncín. Y en estos conciertos sí que hubo jaleo, sobre todo con público que estaba a las puertas del recinto, que a saber por qué razones lanzaban piedras hacia el interior y que tenía como respuesta la carga policial y las carreras de unos y otros. Episiodios anecdóticos desde la distancia que no hacían presagiar lo que ocurriría meses después con la llegada de Eddy Grant.

Heredero de Bob Marley

La expectación era tremenda por tener a Eddy Grant en la capital grancanaria. En verdad, el británico que despuntó de joven con The Equals, autores de hits superventas como Baby, come back, era de lejos un triunfo menor en una escena reggae que tenía legiones de seguidores en la Isla. Eso era lo de menos, visto lo que ocurrió, porque lo que menos hubo en el Insular fue respeto a nadie ni nada. Con el trono del reggae vacante, Bob Marley había fallecido dos años antes —en mayo de 1981—, la llegada de Eddy Grant eran palabras mayores a todos los efectos. Parecía, y así lo entendimos muchos de los que crecimos con Bob Marley & The Wailers pegado al culo, que era sin duda un grandísismo homenaje al león de Judá, el rey de reyes, aquel que nos conduciría algún día al monte Zion mecidos por los acordes de Rastaman Vibration o Lively up Yourself.

Nada de eso hubo en el encuentro con Eddy Grant, salvo que hubo un generoso previo de espeso humo de varias kimas de la yerba que se despachaba entonces, regado con tres o cuatro litros de Arehucas Carta Oro y Tang: sí, aquel polvo que se mezclaba con agua y resultaba un brebaje sabor naranja o limón. No recuerdo de qué cítrico era el mejunje, pero si que estábamos en situación. Todo es distinto cuando se tiene 17 años.

Primeras piedras

¿Cómo empezó todo? El ruido vino desde los accesos por la Curva desde el Paseo de Chil. Una hora o quizás menos de actuación y de la calle llovían piedras de todos los tamaños. Piedras como puños que caían como quien riega de confeti cualquier celebración de fin del mundo. Las puertas crujieron y cedieron ante la virulencia con la que se emplearon centenares de jóvenes que sin entrada pasaron por encima de una escasa cuadrilla de personal de seguridad, que apenas pudo hacer nada para evitar el desastre que se venía encima. Los que llegaron tarde al concierto, ni siquiera pudieron acceder con entrada en mano. La bronca estaba servida y no había manera de frenar a aquella gente.

Del lado de Tribuna, hubo quien quiso acceder al estadio por las ventanas de los baños. Una horda corría Grada Curva hacia abajo dejando a su paso unas vallas que no aguantaron el embate del público, para tomar posesión de un escenario como si se tratara de conquistar algo con una violencia exagerada e injustificada.

Batalla campal y cancelaciones

A nuestra espalda —íbamos el grupo de cuatro amigos del barrio— caían piedras y más piedras, y tuvimos que quitarnos de en medio por si alguna nos reventaba la cabeza, que era lo previsible, o por si éramos arrastrados grada abajo por la marabunta que rugía camino del escenario y terreno de juego. De nada sirvió recriminar a conocidos y desconocidos lo que estaban haciendo y la advertencia de que aquello no acabaría nada bien. El artista Eddy Grant, viendo como iba todo, se retiraba de la pasarela montada en el escenario, tras exhortar “Tranquilo” al público por enésima vez, dejando a la banda en el escenario y no se le volvió a ver. Acto seguido, los músicos y resto del equipo siguieron su ejemplo y corrieron en busca de refugio seguro.

Una batalla campal, dentro y fuera, en la que hubo destrozos, heridos y detenidos, que dejaba la dantesca imagen de un escenario lleno de jóvenes gritando a saber qué y con los brazos en alto, que lo mismo corrían detrás de los músicos y de las coristas, que tuvieron que salir por patas hacia los vestuarios, que intentaban llevarse instrumentos, microfonía, cualquier cosa...

La factura de aquel concierto fue la cancelación de lo que estaba por venir al Insular de una agenda en la que el mismo promotor, Club de Vacaciones, tenía a Joan Manuel Serrat, Julio Iglesias, Camilo Sesto, Mecano y Mercedes Sosa, entre otros. Y es que la Grada Curva, a falta de salas y auditorios, era el sitio de los conciertos de mediano y gran aforo, de los que hicieron historia.