El sabueso y las tardes de otoño

La metamorfosis del sabueso es un ensayo escrito por el novelista salvadoreño, profesor en la universidad de Iowa, Horacio Castellanos Moya

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Atardecer desde el Puerto de Las Nieves de Agaete del pasado 18 de noviembre / ATLÁNTICO HOY
Atardecer desde el Puerto de Las Nieves de Agaete del pasado 18 de noviembre / ATLÁNTICO HOY

Los días saben lo que hacen, con sus luces y sus sombras, con sus auroras y sus ocasos. Las tardes otoñales pintan atardeceres bellos en los horizontes grancanarios. Uno lee en ellos, aprende y asume que la naturaleza es la gran artista de este juego de la existencia. Nosotros, entre tanto, leemos en los libros que escriben quienes también dan luz a nuestro pensamiento y a la propia razón de ser de las palabras y de todo lo que acontece en ellas cuando alguien improvisa caminos nuevos tratando de dar con alguna certeza.

Estos días he leído uno de esos libros de los que se sale sabiendo un poco más de lo que realmente nos interesa. Se titula La metamorfosis del sabueso y es un ensayo escrito por el novelista salvadoreño, profesor en la universidad de Iowa, Horacio Castellanos Moya, que publica Random House. A Horacio lo conocí en el último Festival Hispanoamericano de La Palma. Recuerdo que, según terminó la primera mesa redonda en la que intervino, me acerqué a las librerías que improvisan sus puestos en la plaza de Los Llanos de Aridane a comprar sus libros. Me interesaban, sobre todo, sus ensayos, después de escuchar su clarividencia y su aproximación al proceso creativo. Este libro de Horacio Castellanos sigue la senda de aquella impresión inicial a través de ensayos personales en donde se acerca a la obra de autores como Kenzaburo Oé, Roberto Bolaño, Juan Carlos Onetti, Roque Dalton o Elias Canetti. Todo es deslumbrante en las aportaciones literarias de Horacio, por cómo lo cuenta, cómo lo contextualiza y cómo lo lleva a su propia experiencia como creador y como lector. De entrada, te recuerda lo que escribió en su día Octavio Paz cuando aseguraba que el escritor surge de una fractura interior. A esta afirmación del Nobel mexicano, añade Castellanos Bello que “la escritura, entonces, puede ser vista como la búsqueda de un alivio al dolor producido por esa fractura”, y creo que se trata justamente de eso, que cuando buscamos alguna respuesta a por qué seguimos tratando de orientarnos entre las sombras, esa felicidad de la gestación, a través de la palabra, se convierte en el reclamo vital al que siempre regresamos. 

Horacio Castellanos también escribe que “la patria del escritor es su lengua”, y creo que  es en esa patria que se crea en el silencio de la lectura o la escritura donde uno se siente como en casa, lejos del ruido de quienes confunden con las mismas palabras con las que se pueden levantar vidas y argumentos. Todo eso lo saben los días de otoño cuando cae la tarde. En medio de la belleza no hay nunca estridencias, ni soflamas incendiarias. Lo  único que se enciende es el arrebol en un horizonte que uno, desde que era niño, intuía que no terminaba en ninguna parte si era capaz de seguir buscando donde todos dicen que ya no queda nada. El libro de Horacio Castellanos es uno de esos horizontes necesarios para no extraviar el rumbo, para no perdernos en medio de ningún océano en el que no puedan navegar a sus anchas todas las palabras.


 

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